El día de los dolores y el rey de la Renfe

Esto está escrito en Viernes de Dolores, víspera de palmas, torrijas y potajes, antes de crónicas de reflexión espiritual que ustedes esperan con alivio. Pero siendo día de Dolor, hace siglos instaurado, será cosa de citar uno de los que nos embarga.

Estimados y estimadas oyentes, imaginen por un momento un documental de la 2, de esos de bichitos, la inimitable voz de Don Juan Ignacio Ocaña y su irrepetible cadencia, unos segundos antes de la siesta: “en la selva, cada mañana, una gacela se despierta y sabe que tendrá que correr más rápido que el león”. Cosa que usted no hubiera imaginado si Sir Attemborugh no lo hubiera visto y el Señor Ocaña no se lo hubiera contado.

“La gacela, sostiene Juan Ignacio Ocaña, se desplaza lentamente hacia el lago Manyara, en la planicie del Serengueti, bajo el aún tibio sol de la sabana”. Esto usted no acaba de creérselo, pero esto no es culpa del Sr Ocaña ni del sabio Attenborough, la cosa es que los guionistas suelen ser de antes del cambio climático.

Bien, ahora, amigos y amigas, olviden su siesta y cambien de pantalla. Ustedes son, cada mañana, viajeros del ferrocarril regional: se despiertan y se desplazan, lo saben, con menor elegancia que la gacela hacia su estación de cercanías.

Qué es el león de Manyara comparado con el león de la Renfe que les vigila por tuiter. ¿Tendrá el billete cargado o ese modernísimo billete digital de la muerte que lleva en su teléfono funcionará hoy? Sabe que tendrá que comprobarlo, porque su billete digital no es realmente un billete.

También se pregunta si funcionarán las escaleras mecánicas, si encontrará un sitio en el atestado vehículo, quizá hoy se cumpla el horario y usted pueda desayunar antes de entrar a trabajar.

Las personas que toman cada día un tren para desplazarse por la región son amenazadas por un nuevo tipo de león, No; no es el rey de la sabana, con una melena levemente al aire: es Oscar Puente que, por cierto, acaba de amenazar a una compañía de ferrocarriles por bajar el precio, muy de gobierno de la gente y progresista, que no hay quien lo entienda.

El billete que debería hacernos partir, ir a otra parte, resulta ser lo que nos obliga a entrar en un juego de la oca de alto riesgo, donde lo único que se gana es la recompra del billete. La trampa, saltarse los tornos o, quizá, empujar al compañero de viaje para encontrar por donde colarse.

“Confieso que desde hace algún tiempo comencé a ver y oír cosas que nadie había visto ni oído jamás”, balbucea un concejal titular, en las Memorias de un loco de Gogol.

Viajar en tren se ha convertido en una de esas cosas, en algo kafkiano, plantea una cuestión política que afecta a buen número de madrileños y madrileñas. Por no hablar del resto de España.

El de Madrid es uno de los 12 núcleos de Cercanías de Renfe y el más relevante por volumen de viajeros, al concentrar más de la mitad del conjunto de Cercanías en nuestro país.

Sólo en el área metropolitana madrileña se gestionan un total de 95 estaciones que prestan servicio a una media cercana al millón de viajeros cada día laborable. El parque de 280 trenes de Cercanías Madrid ofrece los días laborables 1.286 circulaciones (970 sábados y festivos).

El tren es un instrumento de igualdad. Como se sabe, en Madrid, la gente vive en el Sur, pero trabaja en el norte. Una herencia de la planificación del desarrollo que debemos a los planes generales, incluidos los de la izquierda, que iluminaron y enredaron nuestra vida.

La movilidad es la mayor pérdida de tiempo del ciudadano o ciudadana, quizá con excepción del guasap de las mamás del cole.

Día a día las quejas aumentan, las colas se hacen más inmensas, lo que acecha a las gacelas del progresismo global no es el león de la planicie del Serengueti, sino un ministro que ha declarado que vayamos acostumbrándonos que él no va a invertir en esas maquinitas tan monas, que lo tiene todo para Catalunya.

Señoras y señores, antes de volver a casa, a sufrir en el retorno las mismas cuitas que en la ida, no solo deben cuidarse del león y de sus tuits, cual gacela en el Manyara, tómense unos vinitos o una cerveza, al fin, el afterwork nació para no subir al tren, precisamente.

 

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