Vicepresidenta de día y escarcha de noche, duérmete niño

A lo largo de la vida, te encuentras haciendo muchas cosas diferentes a las 9 de la noche: mirar la televisión; leer un libro; tomando una copa en un pub; salir de un restaurante para ir al cine o al revés. Cuando tienes niños pequeños, las nueve en punto, generalmente, marcan el comienzo del precioso tiempo que consideras tuyo: una pequeña ventana en la que debes meter toda tu diversión. A medida que se envejece, se llega a asociar la hora 21 del día con volver a casa en lugar de salir. Pero hay una cosa que nunca había pensado usted hacer a las 9 de la noche: irse a la cama.

Y resulta que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, portavoz de la izquierda de verdad verdadera, se ha empeñado en que nuestra salud mental requiere que abandonemos restaurantes nocturnos, a lo que acompañarán imagino los bares de copas, discotecas y cosas así.

Nada puede abrirse a la una de la madrugada. Eso, dice la vicepresidenta, aumenta la explotación y perjudica nuestra salud mental.

Veamos el asunto. España tiene un problema de horarios. Pero eso no tiene que ver con la hostelería, restaurantes o los bares de copas, sino con el meridiano. Ningún gobierno se ha atrevido a restituirnos el lugar geográfico que nos corresponde, desde que Franco lo cambió en la Segunda Guerra Mundial.

La razón, probablemente, es que somos el único país del mundo que convierte un meridiano equivocado en la primera industria del país.

La ministra, además, es muy cosmopolita, viaja tanto que hasta se confiesa en Roma con un jesuita. Así se ha enterado de que, según el Wall Street Journal, las nueve de la noche es la hora de acostarse, que la cosa -sea inglesa o norteamericana- sólo nos hace más glamurosos que el paletismo madrileño, que nada tiene que ver con la elegancia conocida de Puigdemont, por un poner.

Los ingleses no señalan las nueve de la noche para para las personas cansadas de mediana edad como el cronista, sino para los veinteañeros.

Un análisis de 2022 encontró que los estadounidenses e ingleses de veintitantos años dormían, en promedio, nueve horas y 28 minutos por noche, frente a las ocho horas y 47 minutos de 2010. Una hora más casi de sueño que una década antes.

La primera emoción que se puede asociar con la nueva hora de acostarse es un ligero pánico: las nueve de la noche llegan rápidamente. Este límite apenas da tiempo para cocinar y cenar. A las nueve menos diez, debemos encontrarnos corriendo por la casa para apagar las cosas.

La segunda emoción (y primordial) es el resentimiento. Después de prepararnos nos sentamos ante la televisión a buscar algo que ver, no cosa fácil, pero oímos la voz de la ministra decir: “grábalo, puedes verlo mañana, durante el día, es hora de acostarse”.

Normalmente, el cronista se iba a la cama alrededor de las 12 de la noche entre semana (tal vez a las 11:30), pero luego me quedaba dormido después de leer unos minutos.

Ahora me imagino sentado muy erguido en la cama a las 9:10 p.m. como alguien en cuarentena: atrapado, aburrido, ansioso. Finalmente, me tranquilizo con mi libro. Noventa minutos y 75 páginas después, estoy inconsciente. No veo la atracción del asunto.

España, como he dicho, puede tener un problema de horario pero esto es culpa del meridiano, no de salir por las noches. La defensa de los trabajadores y trabajadoras es compatible con la atención a un sector que es el único que crea empleo, mientras los dineros europeos destinados a industrias y otras cosas elegantes, digitales, industriales y glamurosas se van por la gatera.

En gran medida, la cantidad de sueño que uno necesita (y duerme) está gobernada por la genética. No puedes evitarlo. Las horas a la que te acuestas y te levantas por la mañana también están, hasta cierto punto, predeterminadas: las personas tienen naturalmente diferentes cronotipos (alondras o búhos; Miguel Hernández lo escribió “alondra de mi casa”, era para los días y las risas)

Pero si tienes 25 años y ya te vas a la cama a las 9 de la noche ¿cuánto espacio te dejas para adaptarte el futuro? Quizá la intención de que los jóvenes no ocupen la noche tiene que ver con un modelo de sociedad que no parece muy divertido ni social.

Recuerdo, todavía, mis noches de bohemia e ilusión, que acababan con unas migas con huevos en un garito del centro zaragozano. Mi salud mental no sufrió mucho, francamente.

¿Puede realmente ser beneficioso acostarse ridículamente temprano a esa edad? Se trata de dormir lo que necesitas dentro de las limitaciones de la vida social y laboral. El sueño es algo dinámico. Y creo que nos estamos volviendo obsesivos con eso de la salud mental si no duermes a las nueve de la noche, como si fueras un niño de tercero de primaria.

Debido a la sensación de que nos van a robar la noche me llevo el teléfono, el portátil y los auriculares a la cama. Por supuesto, me preocupa que estas distracciones contribuyan a una mala higiene del sueño, pero lo que más me preocupa es no tener nada que hacer.

Señoras y señores, a la una de la noche, salvo zonas de la ciudad centrales y escasas, algunas cerca de los teatros y zonas turísticas, no hay cocina en los restaurantes. Salvo a los que va la ministra, al parecer.

La invención de turnos y su adecuado pago es una excelente receta para el respeto a los derechos laborales, sindicalmente inventados hace décadas. Es lo malo que tiene abrir debates al revés. A nosotros nos pasaba con Anguita: primero tomaba una decisión y luego abría el debate.

En fin, antes de que nos cierren a medio día para ahorrar combustible, yo me iría a tomar un vino a medio día. No digan que no les avisé.

 

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