No voy a hablar específicamente de la violencia de género, porque es un tema recurrente que también bajo la denominación de violencia machista domina el panorama del abuso cruel y hasta fatal del fuerte sobre el débil.
Ése sólo es el común denominador de muchas violencias que existen nuestro entorno y, en el caso de la de género, ésta ha consumido miles de páginas y millones de euros sin conseguir paliarla o mitigarla ante la bajeza de los especímenes crueles de la condición humana que la practican.
Pero hay otros tipos de acoso, desde bullying escolar —novatadas universitarias incluidas—, hasta el laboral, pasando por el generacional, más inadvertido, pero que también supone un ensañamiento y hasta un crimen basándose en una posición dominante de quien lo ejercita.
En la violencia sobre los menores —incluida, por supuesto, la de los padres sobre sus hijos— existen afortunadamente una serie de protocolos para detectarla cuando se quiere encubrir bajo la forma de accidentes u otros percances involuntarios. Pero se produce, según los expertos, mucho más de lo que se evidencia, siempre del mayor sobre el menor, salvo en casos precoces de niños psicóticos en los que también sucede a la inversa.
La más silenciosa de todas estas violencias, quizás porque es también la más insidiosamente retorcida, es la que se ejerce sobre las personas mayores y más concretamente por unos hijos que se aprovechan de la indefensión de sus padres.
Este abuso que toma las veces la forma de abandono se ha corroborado especialmente desde que se ha instalado entre nosotros el coronavirus. No es de extrañar, por eso, que se hayan multiplicado exponencialmente los testamentos en que unos progenitores ancianos quieran desheredar a unos vástagos desagradecidos. No es un remedio a su situación, claro está, pero la decisión tiene un carácter punitivo que quizás produzca algún consuelo.
Debido a toda esta panoplia de violencias en el ámbito doméstico, social o laboral, la existencia de la horrible plaga de la violencia sexual no debería hacernos olvidar que esas otras conductas perversas que también existen y que merecen asimismo la contundente reprobación social.