Sin noticias (y 14): el regreso

La nave está preparada, la tripulación dispuesta… bueno, no toda, los exploradores han reclamado un poco de tiempo: el “domador de dinosaurios” (cinco años) tiene que acabar la partida de Minecraft que empezó con el viaje; Vini Jr (diez años) se ha hecho un “Ter Stegen” –no nos deja ver lo que hay en su pantallita-, ya empezamos. Pero ya suben a la nave, las personalidades que eligieron en el CATIFA (“Catálogo Astral Terrestre de Formas Asimiladas) deberán ser sustituidas por las de “niños que juegan en el patio, vigilados por mamás que rezan porque empiece el colegio”.

Enjundioso asunto del que no he tenido tiempo de hablarles: esas mamás que en casa no se separan de las espaldas de su prole, pero se tienden en la playa y les envían, “vete a hacer un castillo por ahí”, a disfrutar del verano como audaces llaneros solitarios. Una transmutación propia del verano, colijo.

Empieza el regreso, un día antes de la fecha oficial: las avispadas y expertas autoridades competentes no quieren cruzarse con el atasco, en el espacio, de los domingos.

Además, sostienen los exploradores, no queremos cruzarnos en cualquier planeta con Elon Musk, ese “tonto”, dice con tonito el explorador más pequeño que no sé de dónde ha sacado la información, sospecho que el explorador tecnólogo (diez años) le está intoxicando. Como he estado sin noticias, no sé cuánto habrá perdido esta quincena, espero que lo suficiente.

“Volvemos a nuestro mundo”, señala el explorador más veterano, que yo creía iba para tecnólogo, pero lleva un par de días filósofo, me preocupa.

En realidad, el turista, como el soldado, regresa dos veces: una cuando recuerda de dónde viene, cosa necesaria para mantener la conveniente tasa de humildad y salud mental, otra cuando la nave elegida le transporta.

Es lo malo del regreso, tanta inteligencia artificial y nada de teletransportación. Todo viaje de regreso vacacional es, cómo diría yo, como ir a Huelva en un tren de Oscar Puente. Además, con ola de calor puesta, aunque las autoridades competentes no solo han puesto aire acondicionado en la nave, sino que han elegido adecuada hora de viaje, acortando eso sí, el descanso nocturno. Los exploradores duermen en la nave; los demás, que nos apañemos, dicen.

El regreso tiene algo de añoranza, por lo que aquí se queda, ese no hacer nada, a veces agotador, por cierto; ese café por la mañana, en horas robadas al sueño, la búsqueda de la brisa que, insisto, no existe, el juego tonto, la lectura ansiosa del libro que ves que vas a dejar a medias. Alguna nota suelta que te recuerda donde estuviste, como la colección de tiques del cronista y de cromos de los exploradores.

Pero, también, es tiempo de nostalgia. Regresas al castillo. Al fiero combate con el final de mes, a los afanes, a preparar los números que debes explicar a los exploradores, las tardes de los martes y los jueves, el temblor de las noticias, la pelea en el supermercado, las inevitables visitas al médico, previo paso por el vampiro que te saca la sangre. En fin, las cosas de la vida.

Se regresa cansado, pero optimista, quizá con menos ojeras, aunque necesitado de unas vacaciones que te permitan descansar de las vacaciones. Debo mirar, súbito, cuándo regresa Pedro: es el tiempo que me queda para repararme del placer mediterráneo.

Cuando él vuelva, todo será más ruidoso, más difícil y volverá Illa y su Jumilla, perdón sobra el “su”, en qué estaría yo pensando”, y el tal ZP, el embajador chino. Y volverá la UCO y las agendas judiciales y las amenazantes declaraciones de Fuigdemont.

¡Quién dijo miedo! Quien sobrevive al mediterráneo, también puede con eso, aunque cuesta, volver al ruido. Quince días sin Ruiz y sin Cintora, los de a un fascal la hora, y sin el plural Fortes. Televisión apagada. Eso sí son unas vacaciones. Sí, de acuerdo, ustedes lo pagan a golpe de crónica de castigo en el blog y el guasap. Pero les he tenido, estimados lectores, en mi mente.

Regresar es compartir y “compartir es vivir”, le espetó el pequeño explorador a su hermano ayer por la mañana, disputando por unas conchas, otro filósofo. Dan miedo los exploradores.

Lo ha dejado escrito Martí i Pol. Poeta y comunista: “Así el gran reto de vivir se nos propone/ como un resto constante, como un hito/ que alejamos con el gesto y la mirada/ tan pronto como lo alcanzamos, no por rechazar/ lo que hemos conseguido, sino por el gozo/ de ponernos a prueba cada día”. O sea, que vivir es una aventura.

Yo sé lo que me espera: un gato malhumorado; un sombrero ya ajado; la sonrisa de Audrey Hepburn en un libro de Capote, que dejé inacabado; la melodía de Moon River preparada; la receta de una quiche a la provenzal, las tardías notas de una crónica no publicada, un Moleskine en blanco, sigiloso, que será mi esclavo este trimestre y una cerradura que no podré abrir, si no encuentro las malditas llaves, antes de que parta la nave y me caiga la del pulpo.

En fin, estimados lectores y lectoras, que vuelvo a Madrid, ustedes lo sufrirán y yo seguiré con el fiero combate. A pasarlo bien, si les quedan días. Tomen albariño, por la sobrevaloración, si eso, o por la hidratación. Sostiene un amigo que fuera de aquí el albariño está más barato: no sé si creerle. Por cierto si vieran a Gurb le saludan de mi parte. Después de 35 años, sigo “sin noticias de Gurb”.

 

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