Sin palabras no hay verdad ni historia

El tecnocesarismo será la forma política de la modernidad tardía. La parte “tecno” la ponen oligarcas que pergeñan la esfera digital. El cesarismo corre a cargo de líderes locales, cada vez más populistas y autócratas, que ansían romper las reglas democráticas. Como decía la publicidad de uno de esos monopolistas: “Rómpelo todo, rómpelo rápido”.

Los oligarcas de la tecnología se encargan de llenar la máquina de algoritmos con sesgos que permitan ocultar la verdad, agrandar la polarización, hacernos vivir en una isla donde no valen las reglas de la democracia y amenazar a países y continentes con retirar sus ingentes inversiones (IA, Centros de datos,…) si se atreven a regular su poder.

Los autócratas lo tienen más fácil: cancelan al disidente, financian a los amigos, condenan la libertad de expresión. Logran influencia con la amenaza de la publicidad, investigan medios, organizan la “damnatio memoriae” (el olvido por decreto) y el borrado de la mayoría social, dividiéndonos en miles de identidades.

No es la primera vez que las libertades se desvanecen. De hecho, el ser humano ha vivido más tiempo en ausencia de libertad que con ella. Lo que ocurre es que con lo que costó asentar, en forma de democracia, los valores del racionalismo o la ilustración, no esperábamos esta forma premoderna de ser gobernados. Ni esta forma posmoderna de invitarnos al odio.

La primera libertad que siempre cae es la libertad de expresión. Debemos cuidarnos quienes nos dedicamos a la opinión, la comunicación o el periodismo de cualquier corporativismo: no somos nosotros, son los pueblos los destinatarios de la amenaza.

La historia también ocurre allí donde nadie mira; pero si no hay palabra, imagen u ondas que la cuenten, los autócratas volaran el régimen democrático sin oposición.

Puede ser la cancelación de un cómico o la creación de un registro de medios; puede ser el procesamiento de quien publica una información o la gobernanza de los servicios digitales. El problema es regular lo que no debe ser regulado mientras se hace desaparecer cualquier regla.

Los medios para hacer desaparecer la verdad y la historia son desmedidos. El espacio digital no produce una interpretación alternativa de los hechos; produce una verdad alternativa, unos hechos que se propagan sin análisis ni criterio. Los ministros disponen de una herramienta para desplegar su belleza y su matonismo por las redes; los gobiernos, su relato. Las redes y sus usuarios nos han convencido: el volumen del ruido es el mensaje.

Puede ser para unos la “fachosfera” y para otros los “lunáticos de la izquierda radical”: el alma de la polarización trabaja contra la información y contra la verdad.

Es evidente que todo el mundo quiere disfrutar de las bondades del modelo social o político europeo. Sospecho que están amenazadas: economía social, integración europea, transición ecológica y modelo de libertades. Necesitamos una alternativa europea al modelo digital de los oligarcas y revitalizar nuestro modelo de sociedad y libertades. Éstas no gozan de buena salud, empezando por la libertad de expresión.

Si permitimos que nos roben la palabra, nos quedamos sin historia y sin verdad. Por eso intentan que la perdamos.

 

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