Campaña (10): el PP y un señor de Ourense

Ourense, el cronista también vivió allí, antes de ir a Vigo – mi padre viajaba más que un guardia civil-, es una rara mezcla de tradición (As Burgas, Santa María o a Ponte Romana) y de gente que de las aldeas se proyecta al mundo.

No despreciar a un galego o galega debiera ser un principio político: ellos y ellas siempre prosperan. Eso sí, lo hacen en silencio hasta que “chegan”, los de Ourense más. “Vigo trabaja, Pontevedra duerme, Santiago reza y La Coruña se divierte”. Ourense y Lugo no están ni para que les embromen.

Y ahora, quizá nos venga otro gallego (en realidad sería la Comunidad Autónoma líder en presidentes de Gobierno en la democracia). Antes de la democracia también hubo otro, pero ése no cuenta.

La impericia de Casado nos ha impedido saber si él hubiera sido capaz de capitalizar el cabreo social.

El caso es que un liderazgo inesperado y tan descentralizado que casi parece federal, con secretarios de organización no operativos –ay, Casado, ay- con los barones y baronesas con mando en plaza, apoyando al jefe que les deja hacer, ya le han dado al centroderecha el poder local y autonómico de forma desmedida.

Pues nada. El señor de Ourense ya ha tenido tiempo de notar, aunque lo conocía por sus viejas andanzas, que la Corte no es lo mismo que el “fogar de Breogan”. Aquí se usa la navaja, lo que no quiere decir que Galiza sea un paraíso de rumorosos pinos, como él mismo ha mostrado a sus abundantes opositores.

El caso es que, a fecha de esta noche, las probabilidades, según media de las encuestas, de que Feijóo nos gobierne, para pasmo de quienes le despreciaron en el foro, es del 55%. No es poca cosa.

¿Por qué? Eso es lo que se preguntan las izquierdas que, en algún momento casadista, creyeron que la derecha se desvanecería como lágrimas en la lluvia. Y cuando más confiados estaban llegaron Ayuso y Moreno y pusieron a Feijóo. Las alegrías se tornaron en perplejidad y desconcierto.

El centro derecha se ha hecho urbano y determinante en las áreas urbanas de la economía de servicios. Expulsando a la izquierda a las escasas zonas industriales y, solo en algunos sitios, al medio rural.

Cierto es que el PP es una expresión (esto también le ocurre al PSOE) de la brecha generacional que hace tiempo se percibe en el mapa electoral español, como en otros países europeos. No es que esto vaya, como se percibió en Grecia, de pensionistas contra jóvenes, pero algo de eso hay.

Ha acompañado a Feijóo una parte relevante de la clase media, la burguesía asustada y los groseros errores del gobierno (de Cataluña al nuevo feminismo).

Es, eso sí, la primera vez que la derecha no puede hacer especiales reproches económicos a la izquierda, aunque es cierto que el miedo social informado sobre el déficit público y la economía del subsidio, la palanca económica de Sánchez, también ha añadido brumas.

Para no engañarse, a medida que se ha precisado el asunto, la llamada gran derogación se ha ido matizando al ideario tradicional del centro derecha constitucional. O sea que viviremos, si la derecha vence, pequeñas derogaciones. Porque la derogación, en realidad, es “váyase Señor Sánchez”, los veteranos del lugar saben qué quiero decir.

Feijóo, en realidad no ha dicho casi nada en términos programáticos. No parecía hacerle falta. Cierto es que tampoco saben lo que se van a encontrar y que las reglas fiscales de la Unión Europea, el déficit y alguna que otra cosilla no dejará mucho margen de maniobra.

En realidad, lo único que preocupa a la ciudadanía del PP es la muleta de VOX, que no es pequeña cosa. Por mucho que Feijóo haya negado tres o trescientas veces al vecino delirante del extremo, es lo cierto que ya han pecado para pasmo de muchos, reduciendo sus posibilidades de acuerdos hacia algún centrista, algún vasco por no señalar mucho, por un poner.

Uno puede entender que uno tenga que pactar, aunque “no podría dormir por las noches” y que todo el mundo que pueda tiene derecho a gobernar. Pero no se puede negar que el elemental reaccionarismo de Abascal es un peligro. El domingo sabremos si, como dicen las encuestas, ése es un riesgo descontado por la ciudadanía española.

Hay grandes probabilidades de alternancia. Tengo mis dudas sobre si la famosa foto con el “contrabandista” es suficiente bomba atómica o si es más gruesa que negar que se ha propuesto a Europa el peaje de las autovías. Me da la impresión de que en la carrera de mentiras eficaces que ha rodeado esta campaña Feijóo no ha sido especialmente dañado.

En qué grado Feijóo ejercerá de bárbaro derogador o de pausado reformador no podemos averiguarlo. De hecho, no tenemos noticias certeras, es muy galego el hombre, perdonen el tópico. Salvo la convicción de que el PP siempre ha mirado hacia la misma gente. ¿Se atreverá a seguir la senda de quienes le precedieron? Dependerá de la fuerza de sus votos.

Otra política se viene y no sabemos en qué grado nos dañará. Sí sabemos que un señor de Ourense se dispone a recuperar al PP y a desconcertar a la soberbia izquierda que, por desgracia, deberá entender los mensajes que se contienen en los sondeos y en los votos.

 

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