Cómo destruir un sistema de inteligencia

Todos los países del mundo tienen servicios de inteligencia para evitar ser espiados por otros y al mismo tiempo para vigilar a reales o potenciales enemigos.     Pero sólo uno que yo sepa, el nuestro, se dedica a destruir el suyo de una manera sistemática y eficaz.

¿Cómo? En primer lugar admitiendo públicamente que los teléfonos de sus principales dirigentes hace medio año que fueron vaciados subrepticiamente de información confidencial. Sin saber por quién ni con qué finalidad. Semejante reconocimiento pone en cuestión la eficiencia de nuestros sistemas de contra vigilancia y hace decaer la confianza en la confidencialidad de nuestras comunicaciones a niveles cercanos al cero más absoluto. ¿Quién puede fiarse de un país incapaz de proteger los secretos de sus líderes? ¿Qué puede pasar, entonces, con el intercambio de correspondencia de los demás ciudadanos?

Pero el Gobierno no sólo ha puesto al pie de los caballos a esa tarea de contra información, sino que ha metido en la comisión parlamentaria de secretos oficiales a los enemigos del Estado, es decir a separatistas y filo terroristas, para que se enteren de primera mano de lo que se cuece en los arcanos del poder.

Siguiendo esa labor de demolición de nuestro servicio de inteligencia, o al menos de su eficacia, viene luego la humillación ante los posibles sujetos de la vigilancia de nuestros servicios de inteligencia, pidiéndoles perdón por el espionaje realizado de forma legal, admitiendo implícitamente que rodarán cabezas por esa acción autodefensiva del Estado y prometiendo desclasificar gran parte —si no toda— de la información obtenida por esas escuchas con amparo judicial.

Véase, pues, a qué van a quedar reducidos nuestros servicios de inteligencia, es decir de protección y seguridad de nuestros ciudadanos: a la inoperancia más absoluta, al descrédito público y al aireamiento de sus objetivos y métodos de actuación. El daño es tan irreparable que dejará al Estado inerme ante próximas conductas ilegales que intenten destruirlo. ¡Y pensar que hay gente que hasta les parece bien todo esto!

 

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