Cuando ya no nos queda ni Carlitos

Definitivamente la vida te cambia sin vuelta atrás cuando Carlitos Alcántara abandona “Cuéntame cómo pasó”, Zinedine Zidane se marcha del Real Madrid cansado de ganar la Champions y a Mariano Rajoy y al PP le despegan del poder con agua caliente. Arrancados bruscamente de nuestras raíces, de las glorias deportivas y de la mayoría inestable de la derecha entramos en una especie de 2018 odisea en el espacio, aunque no esté claro si más bien somos arrojados al hiperespacio multidimensional o al más profundo de los agujeros negros de nuestra historia democrática.

Nadie sabe cuánto nos durará el susto o la perplejidad o si esperaremos a que el tiempo lo arregle todo, como siempre. Aunque la experiencia más reciente no ayuda a confiar en que pronto sepamos a qué atenernos o al hallazgo milagroso de un paraíso de normalidad, con cuatro años seguidos de legislatura.

Nada parece haber encontrado su sitio desde que el 20 de diciembre de 2015 España se encontró con cuatro partidos litigando por una mayoría de Gobierno después de mandar al baúl de la historia el bipartidismo, el sistema que había decidido el funcionamiento del país casi desde las primeras elecciones democráticas de 1977. Los cuatro han venido para quedarse, pero son multitud para ponerse de acuerdo y decidir quién manda y quién se opone. Nada se resolvió en los primeros seis meses desde la votación del 15. Aparentemente se arregló en el 16, pero el bien o el mal no han durado más de dos años: volvemos a la casilla de salida, aunque mucho más cansados y desencantados.

En las horas posteriores al tsunami político los analistas buscan las causas de semejante catarsis. Muchos lo fían todo a la corrupción sistémica del PP, así como a la incapacidad del líder Mariano Rajoy de coger los toros por los cuernos. O por las prisas de Albert Rivera, el preferido de las encuestas, por hacerse con el poder. Sin pensarlo dos veces sentenció el fin de la Legislatura y empezaron a crecer las aguas. Acaso por la osadía de Pedro Sánchez jugando casi de farol en la moción de censura ante su imperiosa necesidad de sacar la cabeza del agujero de la invisibilidad política. Quizás también porque nos hemos topado con la enésima táctica de Pablo Iglesias, que parece haber superado la operación sorpasso, y quiere hacerse perdonar las cosillas domésticas o también el error, aquel inmenso error del 15, cuando fue determinante para que el PP siguiera mandando desde la Moncloa.

Sobre ellos han revoloteado los independentistas que han decidido darse un homenaje propinándole un sopapo a Mariano Rajoy votando a favor de la moción de censura. También sobrevuelan la zona cero los muy sibilinos negociadores del PNV, consumados maestros en la diplomacia vaticana de poner hoy una vela a Dios en los presupuestos con el PP y mañana otra al diablo, con el sí a la moción de censura del PSOE. Lo que no es ninguna novedad casi desde la noche de los tiempos democráticos: los partidos nacionalistas –declarados independentistas o no- deciden siempre la gobernabilidad cuando las urnas no dan mayoría absoluta a nadie.

La política nacional experimenta un subidón y los ciudadanos vamos a flipar ante las mil y una incógnitas que debe despejar, si es que puede o le dejan, un gobierno monocolor, al que algunos llaman Frankestein, que solo podrá contar como fieles a piñón fijo a 84 de los 350 diputados del Congreso. Un más difícil todavía que la pirueta más imposible jamás vista en el Circo del Sol y con más riesgo que en el Grand Chapiteau, porque aquí se actúa sin red ni arnés que impida que nos estrellemos contra el suelo ellos o nosotros o todos juntos.

Hay una parte de la ciudadanía que reclama urnas para salir del embrollo y solucionar lo que tantos políticos han sido incapaces de arreglar. Mucho me temo que las nuevas elecciones que llegarán más pronto que tarde, por mucho que se empeñen en retrasarlas Pedro Sánchez y todos los demás líderes políticos, excepto Albert Rivera, tampoco van a resolver el problema de la estabilidad. En la tarta habrá que seguir disponiendo cuatro grandes trozos y el único suspense estará en saber cuánto han crecido o menguado cada uno de ellos.

Es posible que el voto de los ciudadanos que hayan superado el hastío para ir a las urnas clarifique la dimensión y el liderazgo de cada uno en los dos grandes bloques: centro-derecha e izquierda. Pero salvo catástrofe de alguno de ellos seguirá haciendo falta que tres partidos se pongan de acuerdo de alguna de las maneras, lo que sigue pareciendo imposible, o los nacionalistas seguirán decidiendo quién gobierna y cuánto tiempo.

Lo seguro es que ni Carlitos Alcántara ni Zinedine Zidane van a volver. Y a Mariano Rajoy más le valiera que tampoco.

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