De Otegui a Waterloo, pasando por Pamplona: normalización

Cuídate de tus amigos, le han dicho al oído a Pedro Sánchez. Mientras Moncloa parecía cuidarse de anestesiar el cabreo social y de anunciar derechas extremas en cien pueblos, de Algeciras a Estambul, alguien en la misma Moncloa ha susurrado una pregunta: ¿y si el problema fueran nuestros amigos?

Puigdemont anuncia una foto reparadora con Sánchez, que hasta ayer la Moncloa negaba. El ministro portavoz para asuntos escabrosos (Don Oscar Puente, si no lo tratas de usted te bloquea) legaliza la moción de censura en Pamplona que el PSOE afirmó que nunca, pero nunca, se produciría.

Para que no falte de nada, ante ilustres señores como “Kubati”, “Beloki”, Pla y “Sarri”, antaño terroristas condenados, excepto “Sarri”, que no volvió a España hasta que prescribieron sus delitos mientras se escondía en La Habana, el Señor Otegui anuncia no sólo que lo de su acuerdo con el PSOE es, también, para el País Vasco (los del PNV, encantados) sino que su formación además de fiable vuelve a ser un “Movimiento de Liberación Nacional”, en eterno retroceso a los sesenta.

Naturalmente, como todo puede empeorar, tras esta sucesión de estupendas y progresistas noticias, el progresismo realmente existente y, dando un paso al frente, como la situación requiere, se apresta a alguna modificación técnica en materia de amnistía porque, al parecer, algunos implicados en los asuntos del “Tsunami democratic” son calificados por los malvados jueces de terroristas. Jueces que, por cierto, no se reúnen con el señor Bolaños, sólo se hacen fotos con él, bastante malencarados.

Los señores y señoras de Podemos dicen que se van al Mixto porque con ellos no va el silencio; en Galicia se parten los progresistas en no sé ya cuántas candidaturas y los de Sumar le dicen a la señora Calviño y la Señora Montero, de los Montero de Hacienda, que de quitarle los impuestos a la banca, a las eléctricas y a los superricos, nada de nada, con lo que el PSOE se queda sin el gesto para hacer amigos que tenía pensado Sánchez para convencer a alguna empresa de que vuelva a Cataluña.

El Gobierno, por su parte, añade a esta colección de buenas noticias un cambio fáctico de relaciones con la Casa Real no acompañando al Rey en sus viajes. O quizá es que entre Cantones y la firme tierra descubierta por un nuevo Amadeo de Saboya, no nos hemos enterado de que ya no la pinta.

Como ustedes observarán, en todo el relato que les apunto, que supone un cisco institucional morrocotudo, de norte a sur, la oposición ni se ha movido del asiento, viendo pasar el tiempo.

Son los socios de Sánchez, sus compromisos y sus necesidades las que están creando el notable embrollo institucional en que se está metiendo la política española. Ciertamente, en la Moncloa opinan que la Navidad lo borrará todo y, entre villancicos y mazapanes, en enero todos habremos olvidado tanto desmán.

Para ayudar, un rector universitario, el de la Complutense, conocida por su extraordinaria calidad, envía una felicitación en X, el que no es influencer es porque no quiere, felicitándonos por “el fin del otoño”, ignorando una vieja máxima universitaria: es mejor el silencio que la gilipollez.

O sea, que vamos de Otegui a Waterloo, pasando por Pamplona y el otoño en un camino que en el Gobierno han denominado normalización que, al parecer, llenará nuestros embalses de leche y miel, de velocidad a nuestros trenes y de concordia a la patria dolorida.

El caso es que el gobierno se ha puesto en manos de quienes no persiguen precisamente eso sino, al contrario, arañar votos a los silentes e indecisos independentistas de los respectivos cantones, presionar al gobierno y amargar nuestros parámetros constitucionales, si es que alguno queda.

En ese contexto de normalización, en el que quien no es del progresismo realmente existente es un facha o un nazi, según el país en el que hagamos el discurso, se pretende distraer al personal con que a Feijóo no acaba de salirle de ahí mismo entrevistarse con Pedro. Vaya por Dios, no ir a verle a Él que por todo el mundo es querido.

No cabe duda que España necesita normalización, que la derecha debe hacer una reflexión que le lleve al difícil equilibrio de no caer en las trampas de los aliados del prócer y el mismísimo superviviente para desviar la atención y no dejar de ejercer su papel institucional. No cabe duda de que la izquierda debiera parar la agenda de sus socios si quiere sobrevivir al cabreo social y recuperar una agenda que tenga que ver con la vida de la gente y no con la aritmética parlamentaria.

No está nada claro que los mazapanes hagan al personal olvidar estos asuntos y menos aún que los costes institucionales sean fácilmente reparables. Si nada importa, todo es irrelevante y algún día puede serlo la izquierda, incapaz de frenar las patochadas y las estrategias del anticonstitucionalismo.

Claro que, desde Otegui a Waterloo, pasando por Pamplona, ignoramos si la normalización dejará alguna institución en pie. Pero a lo peor es que se trata de eso y alguien ha cambiado de opinión sin decírnoslo, que podría ser.

 

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