Traicionar a un amigo está feo. Traicionar a un amigo con el que se comercia es una estupidez. Convertir nuestra diplomacia en vicaria de un primo mayor (la Unión Europea) resta crédito político. Que lo nuestro con Argel ya no sea una historia cervantina de amor es de lo más normal.
La inexplicable e inexplicada traición a los saharauis, que siempre estará trufada de sospecha de espías y chantajes, es cosa del PSOE en exclusiva. Al parecer, hay traidores a la patria en todo el arco parlamentario. También parece que la improvisada carta de Sánchez, en bastante mal francés, tampoco iba acompañada de un cálculo de los efectos políticos de la medida.
Total, fueran los americanos o los espías los que presionaron, había que hacerlo pronto y sin pensar y, más: sin hablar con nadie.
En el propio Ministerio de Exteriores han surgido voces, naturalmente de traidores, que expresan la desazón no solo por cómo empezaron las cosas, sino por cómo han seguido.
La cuestión saharaui o “marroquí” se ha llevado por delante el crédito de cuatro ministros: Bolaños, muñidor de la gestión del Pegaso; Alvares, diplomático tumbado por la ola, Robles, la cabeza siempre demandada y Marlaska, cuyo silencio es más grande que su apellido.
Naturalmente, alguien pensó en nombre de España en las consecuencias: el camarada Biden nos manda el gas. Eso sí, de “fracking”, cosa que, como lo nuclear, no nos gusta y está prohibido, pero si hay que comprarlo se compra, mientras miramos a otro lado o ignoramos los precios de las facturas.
Los americanos necesitan precios altos para que la extracción sea rentable y España, junto a algunos europeos, se lo hemos dado. Excelente; el “fracking” en España prohibido es ya un tercio de lo que consumimos y viene en barco, o sea más sostenible, dónde va a parar.
Creer que Argelia permanecería impávida ante una decisión estratégica como la del Sahara que afecta directamente a la latente guerra abierta con Marruecos es mucho ignorar. Tanto que no parece creíble.
Cierto: Argelia cumplirá sus contratos de gas, lo de a qué precio los renegociará ya será otra cosa. Pero lleva meses enredando con el comercio, sea con el ganado, con la maquinaria, con esmaltes o pinturas o cosas parecidas. Poquita cosa, total si nos cargamos dos o tres nichos de mercado más no pasa nada.
Es poca cosa, apenas tres mil millones, que como es sabido a nuestra economía le sobran. Eso sí, si un día empiezan a llegar pateras a Alicante o las Baleares, zona de asueto de exquisitos británicos y alemanes, ya verán ustedes que gracia nos hace.
¿Por qué iban a hacerlo, se preguntarán algunos de ustedes? Fácil: ¿Si a Marruecos le salió de cine ocupar el puerto y los hoteles de Mogán o asaltar vallas, por qué no jugar todo el Sahel al mismo juego?
Argelia no es un país aislado, ni en el Mediterráneo ni en la Unión Europea. Tampoco por Putin, al que le encantará enredar en el tema un poquito en cuanto tenga un rato. Eso sí, es un país atrapado en dificultades económicas.
El vendaval de los 90, tan bien contado por Goytisolo, aquella infame guerra civil entre islamistas y paramilitares gubernativos, las primaveras fallidas, los gobiernos embarrancados han dejado la economía argelina dependiente de su gas que, otra gracia de la decisión con el Sahara, llegará a Europa por Italia, en lugar de por España. ¡Ya no queremos ser el “hub” europeo! El gas no es moderno.
Los dos comunicados, aparentemente confusos, pero de nítidos efectos, emitidos por Argel producen resultados meridianos que, digan lo que digan los ministros y ministras portavoces, tan abundantes cuando no hay que explicarse sino poner verde a los “traidores”, no se arreglarán en tiempo rápido.
Por eso, quizá, el ministro responsable, en lugar de negociar, hablar o dar explicaciones, prefiere llamar a la Unión Europea. Total, si nos lo están pagando todo, porque no alquilarles también la política exterior.
Argel nos ha dado un baño y, esta vez, no es una historia de amor.