El constructor de repúblicas inexistentes

Poco después de 1989, tras la caída del muro y el final del comunismo realmente existente, un escritor húngaro escribió una novela, El constructor de la ciudad, llena de humor e ironía, que relataba la desaparición del partido de los comunistas húngaros (POSH).

Entre otras cosas, remedaba un discurso del afamado Matyas Rakosi, primer y estalinista secretario de los comunistas húngaros tras la guerra mundial, cuyas políticas provocaron la reacción de la revolución húngara aplastada por los soviéticos. Ese discurso se iniciaba con una frase irónica, pero terrible: “Camaradas: ¿Hemos caído tan bajo que nos hemos dejado atrapar por nuestra propia propaganda?”.

Pues bien, al igual que este constructor de ciudades imaginarias, el constructor de repúblicas inexistentes [Carles Puigdemont] también ha sido atrapado por su propia propaganda. En consecuencia, tras las elecciones catalanas, reclama para sí el derecho a gobernar, a pesar de que el independentismo ha obtenido el peor resultado histórico. Aduce una razón imbatible: para gobernar no hace falta ganar elecciones.

Ciertamente, ésta es la doctrina articulada por Bolaños, entre otros: no son los votos, son los escaños los que legitiman. Y en ese mundo del contador de sillones, todo es posible.

Puigdemont ha nacido para construir repúblicas imaginarias y no desiste de su cometido histórico por muy patochada que parezca. ¿O quizá no es una patochada? De momento, ha vuelto a Bélgica, no se sabe muy bien si es por hacer las maletas o porque no se fía de la gendarmería francesa o de que Sánchez utilice el comodín de un par de noches en Soto del Real hasta que Illa sea elegido.

El asunto que la noche electoral parecía fácil, aunque ajustado, se ha tornado algo más oscuro toda vez que ERC afirma haber pasado la pantalla de la gobernabilidad, tras haber pagado el pato de los pactos con Sánchez, la ruptura de su gobierno y la traición de los Comunes.

No obstante, ERC es una organización muy de asambleas y tribus. La vieja guardia ya pasa factura (Tardá) y otros (Primero de Octubre) le piden a Junqueras que él también debe irse. Otros, atemorizados (Rufián) guardan silencio. Las encuestas señalan una división prácticamente a la mitad en esta materia entre los votantes de Esquerra, aunque parece que si no se desembarazan de Junqueras no habrá mucho que hacer, en ninguna dirección: él es un devoto creyente constructor de imaginarios propios y venganzas pendientes.

Quiero decir que puede pasar cualquier cosa. No solo en el lado del muro de la izquierda, porque Illa y los empresarios catalanes se han vuelto transversales y sostienen que ya que el PP ha vuelto igual hay que darle un lugar en la mesa del Parlament y, a cambio, esperar, un colchoncito para por si acaso. Los comunes ya tuercen el morro, porque si no hay tripartito, para qué va a haber gobierno de dos, se preguntan y no les falta razón.

Recordarán los más veteranos de mis lectores y lectoras que en 1982 se estableció, en una parte de la izquierda, un absurdo debate: ¿Había acabado la transición? Todos creíamos que sí, salvo Carrillo, que seguía oyendo ruido de sables y se lanzó al monte de inventar un nuevo partido. La respuesta era sencilla: la transición se acabó porque ya no había nadie en el campo de los que antes no la apreciaban.

La misma cosa ocurre con el “procés”. Habrá acabado el día que no haya nadie con peso político que vuelva a la hiperventilación “indepe”. De lo que cabría deducir que, por mucho que en La Moncloa les pida el cuerpo contentar al constructor de repúblicas, debieran cuidarse de no cruzar más rayas.

Quiero decir que si anunciamos una nueva era de gozo y concordia, anunciamos gozo y concordia. Más cesiones, y el poder sería una impresentable, reabriría heridas. Lo de Lambán y su expediente no es una broma.

Es probable que una parte del voto PP, además de la captura del voto de Ciudadanos, venga de algún socialista cabreado que se ha compensado con voto útil de las izquierdas en presencia.

De todos modos, éste será un enredo largo. Nos enfrentamos, de entrada, a un nuevo plebiscito: las europeas se nos plantean como una aceptación de las prácticas del hombre enamorado y los políticos catalanes no tienen incentivos para dar pasos antes.

Segundo, habrá que ver si para agosto tenemos la amnistía operativa, los jueces en línea y las prejudiciales organizadas. En caso contrario, el asunto no irá bien.

De todos modos, el enamorado tiene otra carta preparada que podremos recibir un día cualquiera, después de las europeas, si Illa no sale bien parado: unas elecciones anticipadas.

El constructor de repúblicas inexistentes es un notable enredador y tiene notables capacidades de liarla, incluida la compra de una parte de las bases de ERC y de la CUP que se quedan, tras municipales y catalanas, con escasos recursos… políticos quiero decir, ustedes me entienden.

 

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