Inopinadamente, el pasado jueves Pablo Iglesias se puso al frente del comando anti pandemia en una inesperada comparecencia televisiva. Ni cuarentena por el contagio de su mujer, Irene Montero, ni otras consideraciones sanitarias o políticas vinieron al caso. Simplemente, el líder podemita vio en el coronavirus una cabalgadura en la que afianzar su creciente poder. No otra cosa significó su prolijo mitin dado ante un cariacontecido Salvador Illa.
Justificó en él próximas expropiaciones, confiscaciones y otros desmanes fiscales y laborales al grito de ¡se acabó el austericidio! y con la consigna de ¡gastar, gastar y gastar!
No es que Pablo Iglesias sea simplemente un émulo de Lenin, sino que es más leninista que el propio revolucionario ruso, a quien imita hasta en tener su particular Kerensky a quien utiliza para acaparar el poder y que en su caso sería un Pedro Sánchez superado por la pandemia.
Por si hubiere alguna duda, anunció que de su vicepresidencia dependerían las fuerzas de seguridad del Estado en su lucha “social” contra la pandemia; acción que se suma a su injerencia en los asuntos del CNI aceptada hace pocos días por su socio y presidente del Gobierno.
Qué mejor argumento para su afianzamiento en el poder que el desastre sanitario y sobre todo económico que se avecina. Bajo el paraguas del “escudo social” de los más vulnerables, con una economía endeudada, deficitaria y camino de la bancarrota y con un paro creciente producido por la propia normativa anticrisis y unas empresas intervenidas, Pablo Iglesias tendría así el escenario ideal para una sociedad bolivariana, objetivo máximo de todos sus desvelos políticos.