En Francia compiten, en estos instantes, diferentes tipos de violencia. Está la de los forofos del fútbol más extremistas, devastando el centro de algunas ciudades, agrediéndose entre ellos, atacando a los gendarmes y dejando un rastro lamentable de sangre y de heridos. Tal parece que estos sucesos hayan cogido por sorpresa a las fuerzas del orden, como si fuera la primera vez que suceden en acontecimientos deportivos.
Tenemos, también, la violencia del terrorismo extremista, Y, paradójicamente, desconcierta a todo el mundo que en un país blindado ante este tipo de atentados -de los que ha tenido repetida constancia- un asesino islamista pueda acabar con la vida de dos policías franceses en su propia casa. Un asesino, además, previamente fichado.
Se manifiesta, por último, el vandalismo de grupos radicales opuestos a las reformas laborales del Gobierno. Resulta triste y sintomático que una legislación que debería haber sido reformada hace tiempo, que mantienen a ultranza unos sindicatos reaccionarios y que obstruye el desarrollo económico del país encuentre tantos y tan encarnizados oponentes.
Gracias precisamente a su inmovilismo y a su decadente estructura económica, Francia conserva hoy día una industria obsoleta y, frente al dinamismo de otros países, su PIB sólo ha crecido un 0,5 por ciento anual de media durante los últimos ocho años.
Este es el país que gestiona, por decirlo de forma benévola, François Hollande, el peor presidente de todos los de la V República, y eso que no los ha tenido especialmente brillantes, que digamos, en estos 58 años.
Ante este desastre francés, epítome de una Europa asediada por el miedo exterior y sus propios fantasmas interiores, se entiende -aunque no se justifique- la frase de un amigo mío inglés, partidario del Brexit: «¿En esta Europa envejecida y caduca queréis que nos quedemos? Pues no sé qué ganaríamos si lo hiciésemos…».
Ante este deprimente panorama, todos los que creemos en la Unión Europea deberemos exigir modificaciones muy rápidas y muy profundas si no queremos que todo se vaya al garete.
He vivido en mi juventud en PARIS , hace tantos años que no me acuerdo, cuando el FLN ponía una bomba en alguna terraza de algún café. De Gaulle era Presidente uno de tantos que hubo en adelante. Parece que París , la más bella ciudad que conozco está marcada por la desgracia.
Hasta cuando ?