Solo me queda decirle una cosa al fiscal general del Estado: por favor, cambie de encuadernador, tengo un amigo que… El fiscal presenta un libro decimonónico que, encima, le regala al Jefe del Estado. Podía haber llevado un pendrive, quizá un disco externo, papel reciclable, acorde con el cambio climático. No; hay que acabar de humillar a Felipe haciéndole posar con un libro demodé, improbable, además de fotografiarse con un imputado.
Por supuesto, el imputado es inocente: así lo han declarado el presidente y su ministro de Justicia. Ellos son los que, ahora, deciden quién es culpable o no. Los mismos productores de “sin concurso del legislativo” nos ofrecen ahora “sin concurso de los jueces”.
No sé qué fina estrategia se esconde tras el relato de La Moncloa. El juguete nuevo – el cambio climático- debía durarnos para hacer el oportuno ruido. Tras los diez minutos en los que Pepa Bueno admitió lo de “prevenir, responder y restaurar”, han seguido días inenarrables.
Tomen nota: Illa banquea a Puigdemont, Cataluña empieza a llevarse la pasta, el fiscal imputado se fotografía en Zarzuela, el fiscal imputado copreside la apertura del año judicial, jueces y fiscales debaten hacer un plante al fiscal imputado, Feijóo lo hace por ellos.
Yolanda y Bolaños se apuntan a si perdemos votaciones no pasa nada. Montero dice que si no se aprueban presupuestos no es cosa de ella y así. Puigdemont dice que él lo que quiere es un sistema judicial catalán y más pasta, que los de Esquerra son unos blandos. O sea, si creían ustedes que del verano venía el prócer a un mar de tranquilidad, va a ser que no: él está donde estaba; los demás también. Nada ha cambiado.
Lo del fiscal general no es solo un comportamiento insultante. No sé si es o no inocente, no es mi trabajo ni el del presidente o del ministro de Justicia. Lo ético debe ser lo que inventó la izquierda: imputación, dimisión. La simple eventualidad de que el fiscal sea culpable, que cabe, cabe, es suficiente para retirarse. Pero si Él resiste, los demás también.
El coste: asumir, nacional e internacionalmente que se practica el “lawfare”, que los jueces prevarican, que solo el Gobierno es competente para determinar la inocencia o culpabilidad. Todo arreglado.
Rescoldo de la comparecencia de Sánchez, que hoy no ha querido hablar ni un minuto tras entrevistarse con el líder de la izquierda europea, Sir Keir, (debe ser que está enfadado: no le invitó a la fiesta de Washington), es la culpabilidad de todas las instituciones: las comunidades autónomas, la Comisión Europea, los jueces, la oposición.
El problema no es el personalismo; es el ejercicio populista del poder: cada vez cuesta más diferenciar la egolatría del poderoso de Trump de la egolatría del trilero de Sánchez.
La izquierda anda entre el fanatismo y el desistimiento, sin más voz crítica que los que fuimos condenados a la fachosfera. Resulta sorprendente el ejercicio de cierre sectario de filas ante la construcción conspiranoica de la política española, la ruptura de las cuadernas del sistema, que será aprovechada por los antisistema, la retórica vacía de hechos de las políticas sociales, el encantamiento de las cifras de empleo o de las promesas inútiles sobre la vivienda.
Resulta sorprendente para los que andamos, aún, diciendo que somos de izquierda –por supuesto no lo somos, solo Él concede los oportunos carnés- que lo que ayer era motivo de rebrinque político (ausencia de presupuesto, crisis de productividad, agotamiento salarial, percepción negativa de la economía) sea hoy una simple falacia de fachosferas y ultras.
La izquierda, en fin, ha aceptado un “pensamiento de suma cero”, el provenir de unas ideas solo es posible sobre las cenizas de otras ideas contrarias. La prosperidad de unos solo puede ocurrir a costa de otros. Así las garantías democráticas, empezando por la división de poderes, resultan ser una rémora.
En ese contexto, tiene todo el sentido que Illa blanquee a “Fuigdemont” y el fiscal general mamonee ante el Jefe del Estado, como si una imputación de persona tal fuera un chiste. Lo de Ortiz no es solo un esperpento tan decimonónico como la encuadernación de su Memoria, es una metáfora de aquello en lo que se ha convertido nuestra democracia.
Ya no importa quién filtró qué o dejó de filtrar una información. Hemos llegado a un punto en que lo relevante no es quién lo empezó todo, sino las maniobras jurídicas y políticas que se han desarrollado para salvar a un fiscal al que, por cierto, se le desconoce mérito especial en el ejercicio de su cargo. Otras “cositas” si se conocen y han sido puestas en solfa por los tribunales, pregunten por ahí por una tal Delgado, que antaño también fue fiscal general.
Desde luego no hay que dramatizar, nos queda desde el indulto al comodín del Tribunal Constitucional, si es menester. Las cosas están atadas, hasta que se desaten.
Solo se recuerda un momento en nuestra democracia en que a la derecha se le pusieran las cosas tan bien. Si en lugar de ver tanto a Zapatero llamaran medio minuto a Felipe, igual les hablaba del 93 o del 96. Que la derecha puede no saber aprovechar, puede. Que VOX será el comodín electoral del PSOE, lo será. Pero no habrá nada más triste que la victoria de un populista al que la izquierda, el sistema y sus reglas le tienen sin cuidado.
No hay que preocuparse, por ahora, el fiscal ha comido, está bien. Pedro le ha declarado inocente “hay políticos que hacen justicia”. El viernes estará en la concelebrada presentación del año judicial. No sé por qué no invitan a Puigdemont.