Dicen los organizadores de los escraches del Día del Orgullo y sus corifeos que la culpa es de Ciudadanos, por haber estado ahí.
No saben lo que me perturba ese argumento falaz, que ya ha tomado carta de naturaleza entre la progresía más ríspida. Resulta que si no vas a ésa u otro tipo de algaradas festivas eres un facha y un reaccionario, merecedor de la aniquilación social y sin derecho humano alguno. En cambio, si vas, eres un provocador digno de reproche social en forma de coacción y acciones violentas.
No tienes escapatoria alguna según los que hoy dictan qué es y qué no es políticamente correcto.
Eso vale lo mismo para un acto electoral en Rentería, una conferencia en la Universidad de Madrid, la denuncia de un homenaje a los etarras o un acto en defensa de las víctimas del terrorismo: algo así sólo lo pueden hacer los provocadores, dicen, o sea, individuos que no quieren la paz.
En cambio, homenajear a los asesinos de víctimas inocentes o recordar todos los días el feo pasado más remoto son acciones de paz, llamadas a la conciliación y a la concordia. ¡Un poquito de por favor!, como decía el personaje de la serie televisiva aquélla.
Lo terrible del argumento de que “ella no podía estar allí, pues ya sabía lo que le pasaría”, referido a Inés Arrimadas y su compañía, es que equivale a la justificación de cualquier violación porque la agredida sexualmente “ya sabía a lo que se exponía estando a ésas horas por allí”. Horrible. Espeluznante. Y lo paradójico es que los propagadores de estas ideas encubiertas, de esta presunta tolerancia cero ante la violencia machista y tolerancia máxima ante la violencia política se llaman a sí mismos progresistas.
¿Saben qué?: imposible progreso el suyo.