Se siente Donald: el pan frito no paga arancel. No es que a uno le entre así, de golpe, la vena nacionalista, no necesito que los americanos ¡Go Home!, pero si se puede no pagarles y fastidiar al bocazas y su “pandi” pues, oiga, mejor. Quiero decir que, con la excepción de la canela que debe venir de Ceilán (tras el fracaso de Austrias y Borbones por robarle la especia a Holanda, espionaje industrial incluido, y visto que la canela peruana no era lo mismo) –Trump la tiene que pagar más cara que España, por la cosa de los recíprocos, él y sus pseudomatemáticos sabrán-, las torrijas son producto patrio, europeo y lleno de cultura mediterránea. Si molesta, que moleste.
Leche del norte, por ejemplo, miel de cualquier parte hispana, (si pueden evitar las refinadas, mejor), piel de limón o naranja del Levante para la infusión, huevos más baratos que los de Trump. Que no, que no pagamos.
Miércoles, víspera de la pasión, que llega a la hora nona del jueves, como se sabe, es tiempo de recuperarse del sufrimiento arancelario, es el día de hacerse torrijas, que no es que fuera siempre dulce de Semana Santa. De hecho, desconfíe: como se entere Trump de que la torrija era el dopaje de las parturientas romanas para recuperarse, les pondrá tasa por drogatas, menos mal que siempre tendremos a Meloni, que es del sitio y amiga de Trump, parece.
Las torrijas, como las migas, se han beneficiado de un excesivo “branding”: veinte siglos ponderando sus virtudes las han convertido en un producto imprescindible. Que esa presencia ineludible se produzca en Cuaresma se debe a un secreto de la historia o a que en la cuaresma de posguerra se pasó mucha, pero que mucha hambre.
El pan frito con miel y leche se encuentra en los papeles de un tal Apicio, un destacado gourmet del siglo I, pasó por la edad media y llegó al renacimiento español. Juan de la Encina, poeta y cura castellano, nos dejó una receta sugerida “miel e muchos huevos / para hacer torrejas”, propuesta que el poeta hace a la Virgen, para que se cure de haber parido al redentor. En la época solo eran gestantes las señoras. O sea, las torrijas no son “woke”, pero sí feministas, igual eso le molestaría a Trump.
La tontadica de los aranceles apunta a necesitar una torrija inmediata. De la acepción ebria del término se ocupa la “pandi” de oligarcas que bailan alrededor de una cabra, cual danzantes ebrios y comediantes griegos. La cabra es, naturalmente, Trump, por si no habían pillado la ironía. Y el baile es celebrando la millonaria pérdida de pasta de los oligarcas.
De la acepción de endulzar con leche, canela y miel dice que se ocupa el ministro de economía, que viaja a rendir explicación a un delegado del imperio.
Sin embargo, será Meloni la que deberá llevarle la torrija a Trump. Pedro ya no es el más mejor amigo de von der Leyen y el viaje chino que, cual Marco Polo que él es les ha contado a los europeos, no ha colado.
Siendo romana llevará la torrija, como en el viejo imperio de fascio saludo tipo Musk, y su influencia sobre Trump se pondrá a prueba cuando ambos se reúnan en Washington el jueves, para su primera cumbre bilateral. Un viaje que ha molestado a los franceses, que recelan de las viejas afinidades de Meloni.
Frente a los aranceles, torrijas. Me consta que, a pesar de mis esfuerzos, ustedes no se ponen a hacer el dulce. Por tercera y última vez les pongo aquí la receta. No habrá repetición, la guardan.
Hagan acopio de pan duro, aunque pueden comprar panes preparados, especiados y aromatizados en cualquier panadería. Algo que irritaría a su abuela pero que da el pego, no se pongan fundamentalistas.
Si son ustedes de abuela normal, deberán guardar, como ingredientes, unos cinco huevos por una barra de pan; canela, un litro de leche, azúcar y un poquito de aceite de oliva. Si su abuela era pijita, háganse con vainilla (la vaina es suficiente, ahorren las semillas), unas peladuras de naranja o limón y miel. Si ya está usted en el nivel gourmet puede preparar vino de oporto.
La elaboración requiere nivel culinario del siglo I, así que no se pongan a presumir delante del personal. Pongan ustedes la leche en un cacharro y la llevan casi a ebullición; cuando la tengan, pongan azúcar, vainilla y canela en rama, bien removido y dejen reposar la infusión (aquí pueden añadir la peladura de naranja, limón). No hace falta que manchen la vitrocerámica, se puede hacer en el microondas.
Si están en el nivel “pijogourmet” ponga la copita de Oporto (he dicho copita). La leche no debe estar caliente cuando empape el pan, dejen enfriar.
Pongan la leche en un recipiente adecuado y dejen que el pan empape. Mientras, pueden batir los huevos. Sacan ustedes las rebanadas cuando consideren que están en su punto, las bañan en huevo y fríen el pan. No se pasen de aceite para que mantenga temperatura. Deben dorarse por ambos lados.
Según las van sacando, las pasan ustedes por un plato de azúcar y canela y las dejan reposar. O usen la miel, si es menester. Si las dejan reposar, habrán sudado algo de almíbar y sabrán mejor.
Vista la receta, entenderán que es más científica la propuesta del siglo I que la imposible fórmula de Trump y sus aranceles. Nada como ver a una cabra bailar y hacer matemáticas. Meloni, sálvanos, quién nos lo iba a decir, Pedro baila con chinos, no con cabras.