Ya han visto la cantidad de equilibrios lingüísticos del Gobierno para hacer más llevadera la inevitable subida de impuestos. Desde ajustes presupuestarios a armonización fiscal, todo vale en la jerga política con tal de disimular la rapiña tributaria. Máxime si tenemos en cuenta que la prédica oficial es la de expansión monetaria y no la de apretarse el cinturón.
Pues no va a haber otra, porque las donaciones y créditos presupuestarios de la Unión Europea van a ser finalistas y requieren planes de recuperación económica y no déficits fiscales indefinidos. Y nuestro Gobierno no parece estar en ello. ¿Es posible que lo esté un Ejecutivo con 23 ministerios y vocación de clientelismo político? Porque lo de los altos cargos va en cascada y a mayor número de puestos en la cúpula aumentan proporcionalmente secretarías de Estado, direcciones generales, asesores y jefes de servicio.
¿A alguien se le ocurre que este Gobierno se redujese a una docena de ministerios con la consiguiente disminución de cargos superfluos? Eso es tan impensable como la desaparición de algunas teles públicas o chiringuitos subvencionados de dudosa o ninguna eficacia.
Así que no hay otra si se busca cuadrar los números y que Bruselas dé el visto bueno. Si no pueden reducirse obviamente los gastos anti pandemia y no se quieren reducir los realmente prescindibles, habrá que buscar otros aunque se diga que no, como las pensiones, y aumentar la presión fiscal, de por sí ya elevada dados los niveles de renta del país.
O sea, que apretémonos los machos. Por eso, todos los rumores y cábalas en el sentido de aumento en la presión fiscal son globos sonda para preparar el vía crucis tributario. Y aunque haya escandalizado alguno de ellos, como el más que seguro cobro por transitar por las autovías, aún tiene cierta lógica que el usuario de un servicio lo pague. Lo peor son los presuntos servicios que en realidad no valen para nada y la subida de impuestos generales como el IRPF, el IVA y bastantes otros que acabarán pagando los simples ciudadanos de a pie.