Hernández Moltó, presidente de la primera caja de ahorros quebrada en España, se ha exculpado del hecho diciendo que él solo era como “la reina madre” de la entidad y que su papel se reducía al de un “animador sociocultural”.
En su desfachatez, al menos ha tenido la inteligencia de no pretender que “carecía de conocimientos financieros, jurídicos y contables”, como arguyó Juan Pacheco, un jubilado que fue consejero de la también desaparecida CAM. Difícil tenía semejante argumentación en su caso, siendo él economista de la Complutense y Oxford y portavoz del PSOE en el comité de economía del Congreso de Diputados.
No se sabe, no obstante, cuál de ambas justificaciones es peor: la de estar en un puesto para el que no se tiene capacitación alguna, o la de poseerla, pero dedicarse a cobrar sin ejercer sus conocimientos. Porque cobrar sí que han cobrado unos y otros: los inútiles y los sinvergüenzas, todos ellos parásitos de una sociedad a la que han chupado la sangre en su propio beneficio.
Esto último hay que subrayarlo, ya que muchos presidentes de las malhadadas cajas de ahorros (como Miguel Blesa, de Caja Madrid, o José Luis Olivas, de Bancaja) llegaron al cargo con una mano delante y otra detrás, por así decirlo, y salieron de él más que millonarios, gracias a la información económica privilegiada de que dispusieron, a las generosas retribuciones que se autoconcedieron y al vaciamiento sistemático de las arcas de sus entidades respectivas.
Por eso, el que ellos y bastantes otros sigan manteniendo fortunas dudosamente adquiridas mientras que muchos que les confiaron sus ahorros se hayan visto privados de ellos es una injusticia de tomo y lomo más allá del reproche penal que pueda alcanzarles.