A Pedro Sánchez le da lo mismo decir una cosa que su contraria. Al mismo tiempo, además. Pero de aquí a las elecciones el mantra va a ser recurrente: el de la moderación.
Lo hace, y lo seguirá haciendo, en busca de esos votos del centro político que se han ido al PP o a la abstención. Así se explica la autoafirmación de su equidistancia entre los extremos, formulada en medio de dos manifestaciones, la independentista cuando la cumbre hispano francesa y la de La Cibeles madrileña días más tarde.
La primera, todos lo saben, era para reivindicar que el procés no está acabado, y la otra para exhibir el malestar ciudadano frente a Pedro Sánchez. Él, claro está, las mostró como nostálgica la de Barcelona y como muestra de extrema derecha la de Madrid. En medio de esos dos extremos, vino a decir, se sitúa la mayoría de los españoles y con ella el Partido Socialista.
El hecho de que esa centralidad no sea cierta, y de que Sánchez gobierna con la ultraizquierda y con el apoyo de esos independentistas con los que negocia, no le produjo ningún rubor. Es más, dio la sensación de creérselo, porque para él la derecha y la ultraderecha son la misma cosa que —el ministro Bolaños dixit— nos quieren hacer retroceder cincuenta años.
O sea, que tenemos aquí a los moderados impolutos, para quienes su coalición con la extrema izquierda es una anécdota trufada de desencuentros y su complacencia con el procés sólo trata de apaciguar políticamente a Cataluña.
Pues bien: pese a toda la evidencia en contrario, vamos a tener argumentación de centrismo político para rato, de equidistancia de los extremistas de un lado y otro del espectro político. ¡Menudos meses nos esperan!
Bien que le pone el culo al sátrapa marroquí que tiene a la mayoría de saharauis fuera de su país exiliados en Argelia