La gloria del boniato y el control de precios que no llegará

El boniato goza de cierta fama culinaria y en casi todas las familias una receta ancestral se ha transmitido desde las abuelas de las que se tiene memoria. El producto en sí no tiene especiales cualidades; su momento de gloria hispana deviene, precisamente, de un intento de control de precios.

Créanme; en el racionamiento franquista el control sobre las patatas era tan exagerado que se produjo lo que dicen todos los manuales que se produciría: la desaparición de las patatas del mercado y el empoderamiento de su sustitutivo; eso es: el boniato se adueñó del mercado de las patatas y las abuelas de recetas que, todavía hoy, se ponderan en los mejores ambientes de comida saludable.

Muchos años después, el franquismo conminó a los españoles, en afamada campaña (“Yo también como patatas”), a comprar patatas. Vayan preparándose, la historia se repetirá. Los centros comerciales se llenarán de comidas basura y ajustadas cestas y, dentro de unos meses, el Señor Garzón les llamará a comprar algún pescado fresco o cosas por el estilo.

Del control de precios ya les hablé el lunes. Si me repito es porque la cosa no para. Prometo no insistir más, entre otras cosas porque creo que no se pasará de la propaganda.

No sólo insisten la pareja animadora del asunto (Yolanda y Alberto) sino que el presidente del Gobierno aseguraba que “la clase media trabajadora”, frase de la que se deduce que hay una clase media que no es trabajadora y nos importa un carajo, se merecía que los poderosos distribuidores crearan una buena, bonita y barata cesta de la compra.

Les vuelvo a sugerir que no se dejen llevar por las exageraciones: el problema del control de precios pactado no es que nos traiga el socialismo, que pasemos a vivir en la URSS o Venezuela y esas cosas que se oyen. El problema es que, a más de ilegal, no arregla nada y lo que demuestra es la incapacidad administrativa para ser eficaces y, si me apuran, de gestionar la equidad.

Las rebajas que Carrefour y otras cadenas le regalaron a Sarkozy en 2011, fue puro marketing social, como lo es electoral lo de Yolanda y Alberto (con el apoyo de Errejón que no la pinta, pero anda por ahí) para separarse de Podemos, dado el buen rollito que impera en ambos lados de la izquierda de verdad verdadera, como todo el mundo sabe.

Insisto: lo eficaz es encontrar a los de verdad vulnerables y hacerles una transferencia de compensación que les permita comprar. El problema, como han demostrado otras medidas que se han quedado en el camino, es que no sabemos, no queremos o no podemos hacerlo.

Viva el estado del bienestar español, carente de recursos tecnológicos y funcionarios capaces de generar los productos de apoyo necesarios. Mejor subvencionar la gasolina del Ferrari que liarse con el ordenador: nuestra función pública ya teletrabaja un montón, como todo el mundo sabe, concede citas con agilidad como es sabido y, por supuesto, gestiona a la velocidad del rayo las ayudas europeas.

Ya se vio con las medidas Covid y con las dificultades para implantar el Ingreso Mínimo Vital, todavía lejos de sus objetivos a estas alturas o las dificultades para gestionar fondos europeos.

Tantos datos en la Agencia Tributaria y somos incapaces de medir necesidades y hacer una transferencia bancaria. Ustedes me dirán: la culpa, naturalmente, es de los poderosos y del IBEX.

Que esas transferencias de compensación a los más vulnerables se pueden pagar con impuestos a beneficios extraordinarios o un impuesto a la riqueza es cierto. Pero la administración carece de datos reales y de infraestructura para hacerlo. Cuando se atasque lo del impuesto a la banca ya nos reiremos si hace falta.

Una vez le preguntaron a Willy Brandt qué era la socialdemocracia. Respondió: intervenir “políticamente” en el mercado. Cuando le preguntaron qué era eso, respondió que sector público y regulaciones. Nunca habló de control de precios; quizá porque eso, más que socialdemocracia es populismo.

Que a los expertos en economía, de derechas o de izquierdas, no les guste el control de precios debería hacer reflexionar a sus proponentes. Incluso, debería llevarlos a realizar una evaluación previa de los efectos de la medida en todos los sectores implicados: de los productores al comercio de proximidad, paganos en realidad de la medida.

Hay que recordar que los mismos que hoy proponen el control de precios, proponían que no se vendieran productos por debajo de precios de coste y de mercado. Cabe imaginar que se propondrá una compensación presupuestaria.

La distribución de renta no será hacia los que no pueden pagar la cesta de la compra, sino que, al final, irán a mercados de futuro de las distribuidoras. Claro que tampoco hemos sido informados, porque no lo sabemos, sobre los márgenes con los que éstas trabajan.

Manipular las estanterías de los supermercados es una tentación demasiado fuerte, pero el dirigismo administrativo es una tentación mayor todavía. Quién sabe si el Señor Garzón pretende poner en los estantes carne sintética o repoblar el campo español de boniatos. Es tan tentador y populista que no saldrá la medida, solo nos tendrán entretenidos con el asunto.

Gloria al boniato que nos salvó la cartilla de racionamiento.

 

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