La tribu, el clarinete, el señalamiento y la calvicie

Les tengo dicho que una de las consecuencias de las múltiples crisis y sus correspondientes populismos es la vuelta al sueño de la tribu, a la vida en aldea que recorreremos con cuantos menos extraños mejor. Me alegra no ser el único que piensa lo mismo. Este mismo fin de semana, Jonathan Glazer, director de “Zona de interés”, película basada en la novela del mismo título de Martin Amis (2015), ha declarado: “La gente quiere refugiarse en el nacionalismo, el etnicismo o el tribalismo, pero es ahí, precisamente, donde se esconde el mal”.

La película, como la novela, cuenta cómo la gente pasa del comportamiento nazi con horrenda alegría.

Este mismo fin de semana hemos tenido ejemplos suficientes de lo malo que resulta para nuestra convivencia el aldeanismo y la tribu en la que, para qué engañarnos, llevamos enfangados hace días, liderados por los que hablan del progreso con excesiva frecuencia.

Pero tras los temores genéricos, como tras los muros de la gente que vive feliz adosada a un campo de concentración, como en la obra de Glazer o Amis, hay todo tipo de sufrimientos provocados por el aldeanismo.

Sin ir más lejos, un clarinetista sevillano ha sido despedido por el Ayuntamiento de Barcelona, por la izquierda gobernado, por no saber hablar suficiente catalán. El hombre llevaba tocando 27 años en la banda municipal.

Al parecer, los que no son de la aldea no soplan el clarinete del mismo modo que los que lo son. La cosa es que el clarinetista sólo estaba en el nivel B, el que se concede a los bachilleratos en cualquier idioma, sin alcanzar el mítico nivel C1 que acredita que uno pertenece a la tribu.

Todo empezó cuando, primero Colau y luego Collboni, para superar su nivel de interino durante 27 años, muy legal por cierto, organizaron un concurso de méritos en el que la ausencia del mencionado nivel le dejó fuera. Hablamos de que los Comunes y el PSC, los partidos de la igualdad y esas cosas, son quienes han puesto en la calle al clarinetista: José Joaquín ha sido despedido y deberá buscar alguna tribu donde los soplidos sean universales.

Hablamos, naturalmente, de la ciudad del Liceo, las corales, la cultura universal y el negocio global donde puede viajar todo el mundo, pero donde sólo trabajará si el B, en idioma, ha sido superado por deliciosos versos por Espriu enunciados a nivel adecuado y no en absurdo B, y menos traducidos al colonizador castellano.

A usted le parecerá un contrasentido que el progresismo realmente existente, por PSOE y Sumar integrados, defensores de todo derecho laboral y de la diversidad de los acentos, despidan a José Joaquín.

Pero es que ustedes no han caído en tres cosas fundamentales: el que manda es Puigdemont; el clarinetista es un inmigrante sobre el que el supremacismo nacionalista tiene derecho de expulsión y, por supuesto, son tiempos de lo políticamente correcto, por Montero, de los Montero de Hacienda, vigilado. Y comprenderán ustedes que soplido andaluz no puede ser correcto, porque la ministra vigilante, en realidad, no habla con acento andaluz.

No, no es el mismo soplido que el que gasta la ministra Montero, de los Montero de Hacienda. Por supuesto, mentar su soplido, su cabellera o cualquier otro rasgo sería puro machismo, pero si ella se refiere a la calvicie de un portavoz de la oposición es no sólo correctísimo, sino progresista de la muerte.

Justo el día que cambiamos la Constitución para que las palabras no hieran, va la ministra rumbera y hiere con las aparentes carencias físicas a un portavoz del otro lado del muro. Es natural, como comprenderán: el caballero calvo pertenece a otra aldea y a la ministra, los de la aldea contraria le merecen desprecio.

Lo de la calvicie del portavoz se produce en la misa que el PSOE ha organizado en Galicia con dos objetivos.

El primero, defender a otra ministra, también políticamente correcta, que ha practicado el “señalamiento”, la más vieja política nazi por Glacer y Amis denunciada: una estrella ha caído sobre el pecho del Juez Castellón, por cierto, el mismo día que el Gobierno afirmaba su respeto a la independencia judicial. Cosas del respeto institucional que el progresismo realmente existente pregona.

También se han reunido, cierto es, para otra cosa: hacer que la izquierda pase del jacobinismo a la cogobernanza, entiéndase cantonalismo, sin pasar por el federalismo, pero de eso ya les hablaré mañana.

La tribu, el clarinete, el señalamiento y la calvicie nos ubica, con precisión, en el lugar en el que estamos: el más puro aldeanismo, por Puigdemont orientado. Es lo que hay y lo que hay que aguantar.

La nueva directora de la segunda cadena de la televisión pública ha declarado que le gustaría salir de lo políticamente correcto y los ofendiditos. Vaya por Dios, como se entere la Montero, de los Montero de Hacienda, le quedan dos días. Además, seguro que no sopla en C1.

Naomi Klein, periodista y escritora, conocida por su crítica al globalismo y el capitalismo, o sea una de las nuestras, pero no del progresismo realmente existente, afirmaba esta mañana que la pasión censora de la izquierda asfixia. Y eso que no conoce a los nuestros y nuestras próceres del lado progre del muro.

Sólo me queda un consuelo para el soplido del clarinetista y la calvicie del portavoz. Ionesco lo escribió: “la cantante calva sigue peinándose igual”; no sé si la ministra Montero, de los Montero de Hacienda, o la de la transición hacia lo correcto pueden decir lo mismo. Ionesco era menos absurdo que ellas. Aconsejo al clarinetista y al de la calvicie paciencia: aunque no lo parezca, a todo y toda imbécil le llega un despido.

 

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