La muerte de Txomin supuso un duro golpe a las expectativas de diálogo. A la vista de lo que nos llegaba sobre los nuevos dirigentes de ETA, tuvimos que dar por agotada esa vía, al menos en aquel momento. En julio de 1987, Eugenio Etxebeste, alias Antxon, se instaló en Argelia. Era un compromiso acordado en vida de Txomin, dado que los argelinos seguían empeñados en hacer “de puente” con España: ya tenían acogidos en su suelo más de cincuenta antiguos pistoleros de la banda. Ahora bien, el compromiso que los argelinos firmaron con nosotros incluía la expulsión de todos ellos de Argelia en caso de que las conversaciones acabasen en fracaso. Nosotros, al menos, podríamos apuntarnos el éxito de que el país que en el pasado les había acogido, entrenado y protegido y que aún ahora les seguía considerando un “movimiento de liberación”, liquidaba de un plumazo el apoyo prestado.
A petición del ministro Barrionuevo, el gobierno de Felipe González, recuperó entonces una vieja idea del PSE-PSOE, con Txiki Benegas al frente, de comprometer con una firma a todos los partidos con representación parlamentaria en defensa de la democracia y contra el terror. Se trataría, además, de incluir a los partidos nacionalistas, fundamentales en el caso vasco. De esa forma, si se presentase la ocasión de abrir de nuevo la vía argelina, el respaldo sería unánime. Se trataba de un pacto más, de los muchos que han jalonado el camino hacia la consolidación de la democracia. Era tiempos realmente difíciles, pero felizmente salvados con el diálogo y la negociación entre demócratas; un camino distinto al que la actual clase política nos tiene actualmente acostumbrados: trincheras, insultos y mentiras.
En julio de 1987, Benegas convocó un almuerzo en el restaurante La Dorada, en un salón privado. Los invitados fueron Adolfo Suárez, Xavier Arzallus y Miquel Roca. Benegas les planteó abiertamente la necesidad de hacer “nuevas cosas” en la lucha antiterrorista. Sabía que, en aquellos tiempos, en Interior nos sentíamos huérfanos políticamente, y los ánimos empezaban a flojear. Esas nuevas cosas se condensaban en una: “consenso político amplio”. Todo el mundo entendió que se hablaba de nuevas soluciones, además de la policial.
La firma de un pacto de todos los partidos contra el terror estaba más cerca. Los tres primeros representantes políticos, que habían sido convocados por Benegas, CDS, Convergencia y PNV, estaban dispuestos. Enrique Curiel, que negociaba en nombre del PCE, se unió a la propuesta, demostrando una gran altura en el compromiso y en la defensa del Estado.
El 5 de noviembre de 1987 se firmó en el Congreso de los Diputados el “Pacto de Madrid”. Lo refrendaron el PSOE, AP, CiU, PNV, PDP, PL, PCE y EE. Un paso de gran importancia política y social, que daría lugar a su proyección en el Parlamento de Vitoria el 12 de enero de 1988 con la firma del llamado “Pacto de Ajuria Enea”. Circunscrito este último al País Vasco e impulsado por el lehendakari José Antonio Ardanza. Ambos pactos partían de la base de la deslegitimización de ETA, borrando de un plumazo las razones políticas en las que fundamentaba su actividad la banda terrorista. Solo la representación política de los vascos, en su Parlamento, tendría legitimidad para discutir y negociar acerca de sus reivindicaciones.
Aquellas iniciativas, que contaron con un apoyo cerrado de todos los partidos políticos, supusieron la llegada de aire fresco a Interior. No iban a sustituir el esfuerzo de los policías y de los guardias civiles en su lucha contra los asesinos, ni iban a paliar la pena, la tragedia de familias, de amigos y compañeros que caían víctimas de atentados, de tiros en la nuca y de secuestros, pero sentí en los primeros comentarios que me llegaron que lo recibían con un cierto alivio: “¡Ya era hora!”.
El secuestro de Revilla dinamita los contactos
El 24 de febrero de 1988, la actividad política en Madrid se centraba en el debate sobre el Estado de la Nación. En la primera jornada no se abordó el tema de ETA, ni la posibilidad de negociar una tregua, que se dejó para el día siguiente, en los turnos de réplica. Esa misma noche, a las 23.15 horas, tres hombres y una mujer abordaron en la puerta de su casa, en la madrileña Plaza de Cristo Rey, al industrial Emiliano Revilla, conocido por su negocio de embutidos. Le introdujeron en un Seat 124, comprado días antes con documentación falsa, por uno de los pistoleros más sanguinarios de ETA, José Luis Urrusolo Sistiaga. La noche del 27, ETA emitió un comunicado en el que reivindicaba el secuestro y recordaba que la posible tregua no estaba en marcha.
Inmediatamente, el vicepresidente del gobierno, Alfonso Guerra, trasmitió a la opinión pública la idea de que los contactos con Argel quedaban interrumpidos. El secuestro de Revilla duró 249 días y en su resolución hubo no pocas intoxicaciones en torno a la identidad de los autores, confidencias policiales manipuladas y mucha mentira. Al cabo de los años, con una investigación concienzuda y salvando muchas “zancadillas”, llegamos a descubrir el lugar donde le tuvieron secuestrado, una vivienda de planta baja en la calle Arturo Soria, y detuvimos a dos colaboradores de ETA, chilenos del MIR, que hicieron de carceleros. El juez de Instrucción de la Audiencia Nacional, Carlos Bueren, encargado de este caso, tuvo uno de los comportamientos más valientes y decididos que he vivido en mis doce años en Interior.
El 19 de marzo, la banda asesinó a tiros a un guardia civil en Durango, Pedro Ballesteros Rodríguez, en presencia de su esposa. Días después, mató al general Azcárraga y Arzallus dio por cerrado el diálogo de esta manera: “La ilusión se ha terminado y en este momento creo que la gente pasa de Argel”. Julen Elgorriaga les anunció a los autores que “se pudrirán en la cárcel”. Menos contundente fue Juan Manuel Eguiagaray, quien un año después se sentaría conmigo en Argel, frente a Antxon: “La esperanza que muchos habíamos concebido tiene que aguardar hasta que se convierta en realidad”.
Muerte de mi hijo y cambio de gobierno
En julio, Felipe González remodeló su gabinete y José Luis Corcuera sustituyó a Barrionuevo al frente de Interior. Yo, por el fallecimiento reciente de mi hijo Alberto, tenía decidido permanecer en mi puesto tres meses más, los suficientes para facilitar el aterrizaje al nuevo ministro y que tomara las riendas del departamento, y después irme a casa. Así se lo había hecho saber al presidente del Gobierno, que me llamó a la Moncloa días antes, y así se lo dije a Corcuera el mismo día de su toma de posesión. Pero Corcuera todo lo puede y me acabó convenciendo para continuar en mi puesto. En lo personal, la tragedia que estaba “en carne viva”, tuvo mucho que ver con mi decisión de continuar: refugiarme en más tragedia y en un trabajo brutalmente absorbente, para tratar de adormecer la pena. ¡Tuve que terminar conjugando todas las penas, habidas y por haber!
El 25 de agosto, en un día de mucho calor, emprendí viaje a Argel. Me acompañaronn los comisarios Jesús Martinez Torres y Manuel Ballesteros y el general Gemar, subdirector de la Guardia Civil. Aproveché el viaje para presentar al ministro Kedhiri una queja formal porque el compromiso que habían adquirido en diciembre de expulsar a los terroristas en el caso de que fracasaran las conversaciones no se estaba cumpliendo, pero me aseguró que habían presionado a Antxon para que ETA liberase a Revilla, con el fin de reanudar los contactos. Nuestra presencia obligó a los argelinos a exigir a Antxon nuevos compromisos, y éste terminó enviando un mensaje a la dirección de ETA informándoles de que amenazaban con expulsarle.
Nuestro despegue del aeropuerto de Argel de regreso a Madrid se cruzó con el aterrizaje del avión de Air France en el que llegaban al país magrebí los abogados de ETA Fando y Esnaola, esta vez acompañados de Iñigo Iruin, el nuevo abogado que iba a sustituir a los amigos de Txomin. Era fácil deducir que se avecinaban cambios en la organización terrorista: los radicales marxista-leninistas desplazan a los radicale-nacionalistas. Estaba claro que se regresaba a una ETA “político-militar” que aprovechaba los recursos, la infraestructura y los comandos de la organización terrorista que no participó en las negociaciones de Bandrés–Rosón. Esta nueva situación no auguraba nada bueno, pero seguimos adelante: habría que convencer a los que todavía creían o exigían que negociáramos. Los que combatían en primera línea, policías y guardias civiles, eran disciplinados y nunca les oí mencionar queja alguna por los vaivenes a que todo aquello nos obligaba.
Los tres miembros de Herri Batasuna recién llegados se reunieron de forma inmediata con el general Lakhal. Para el militar argelino era la ocasión de tensar un poco más la cuerda con ETA y les comunicó que si no liberaban al industrial secuestrado en Madrid, Argelia procedería a expulsar a Antxon. A pesar de los argumentos de los abogados, a favor de darse un tiempo para retomar las conversaciones, el general mantuvo su amenaza. Los abogados abandonan Argel convencidos de que a Antxon le quedaba una semana de estancia en Argelia.
Corcuera cierra nuevos pactos políticos en Madrid
En Madrid, mientras tanto, José Luis Corcuera quería asegurarse de tenerlo todo preparado por si la amenaza del general surtía efecto y se podían retomar los contactos. Habló de nuevo con todos los partidos políticos, que decidieron mantener la unidad y la confianza en lo que hiciéramos desde Interior. Todos coincidieron en los límites de esas conversaciones: con ETA no se negociaban cuestiones políticas.
La segunda parte de la estrategia era conseguir también el apoyo de los medios de comunicación. Por la sede de Interior en el Paseo de la Castellana fueron pasando, uno a uno, los directores de los periódicos más importantes. El mensaje final era claro: “No tenemos mucha confianza en que salga, pero hay que intentarlo”. Todos cumplen con el compromiso de respetar el contenido de los encuentros con Interior, pero alguno avanza en un titular que “el Gobierno piensa reiniciar los contactos con ETA, en cuanto libere a Revilla”.
En octubre, el ministro de Justicia, Enrique Múgica, nombró director de Instituciones Penitenciarías a Antonio Asunción, y desde ese momento se puso en marcha un plan, que veníamos preparando tiempo atrás, para dispersar a los presos de ETA por todas las cárceles españolas. Se trataba de dificultarles el contacto entre ellos, impidiendo los motines y las consignas políticas, así como obligar a sus abogados y familiares a desplazamientos muy alejados del País Vasco.
El 30 de octubre era liberado Emiliano Revilla después de que la familia hubiera satisfecho el pago del rescate. La familia del secuestrado había conseguido pagar a los terroristas setecientos millones en una entrega y cien en otra, a pesar de la gran labor policial, que llegó, en dos ocasiones, a interceptar el pago. Dos meses más tarde de la liberación del empresario se celebró el juicio por el secuestro del conservador Javier Rupérez, de la UCD, sin que en el mismo se abordara la constancia de que el Gobierno anterior había pagado el rescate a través del Banco de España.
ETA había liberado a Revilla, sí, pero en ese momento asesinó a un policía nacional de la comisaría de Santutxu, lo que puso en la cuerda floja las conversaciones de Argel. El ministro Corcuera se vio obligado a firmar que “no hay ninguna variación. Con muertes no hay ninguna posibilidad de negociar con nadie”. Al cabo de tres días, ETA emitió un comunicado en el que ofrecía una tregua de dos meses si se reanudaban las conversaciones rotas por el secuestro. Todos los partidos, después de haber hablado con Interior, rechazaron las pretensiones de ETA, y Corcuera aclaró públicamente el contenido de una negociación: “Cualquier diálogo que pueda abrirse con una organización terrorista de esta naturaleza no puede tener otro contenido que no sea técnico; es decir, cómo se soluciona el abandono de la violencia, del tiro, de las armas en definitiva y, como consecuencia, en qué condiciones quedan los miembros de esta organización”. En las filas de Herri Batasuna, empezaron a surgir voces a favor de una tregua unilateral, como proponía el abogado Txema Montero.
El 22 de noviembre, el llamado ‘comando itinerante’ de ETA colocó un coche bomba en un lateral de la Dirección General de la Guardia Civil, en la calle Guzmán el Bueno, en Madrid, que provocó dos muertos y cuantiosos daños materiales. Uno de los muertos era un niño de corta edad.
El 30 de noviembre viajaron a Argel el comisario Pedro Martínez y el ya comandante de la Guardia Civil Félix Hernando. Las autoridades argelinas, entendieron que la situación se estaba volviendo insostenible, pero les resultaba imposible expulsar a Antxon antes del 23 de diciembre, pues ese día en Argelia celebran un referéndum sobre su reforma política y no querían abrir una nueva polémica. Para frenar las presiones que les hacíamos desde Madrid, recordándoles sus compromisos, nos adelantaron que sabían de un anuncio que ETA haría el 6 de enero: “Una tregua de dos meses”. En la última llamada del comisario Martínez, antes de volver a Madrid, le insistí: “A pesar de ese posible anuncio, tenéis que reclamar con contundencia la expulsión de Antxon”.
ETA seguía entonando su balada del horror
Entre aquellos días y la declaración de la tregua, ETA siguió asesinando: cinco atentados y dos muertos. A través del obispo Setién, la Iglesia vasca facilitó un comunicado pidiendo que “dejen de matar, maltratar y sacrificar a este pueblo”. ¡Bienvenido era después de tantos silencios cómplices!
Hasta que ETA se pronunciara abiertamente y declarase la tregua solo esperábamos el silencio de las armas y de los comunicados, pero los terroristas estaban decididos a enviar mensajes al Gobierno, y el 21 de diciembre Diario 16 publicó una extensa entrevista de cinco páginas con la dirección de la banda terrorista. El trabajo lo firmóa el entonces director del periódico, Pedro José Ramírez. Obviamente, la publicación de esta entrevista no sentó nada bien en el gobierno. Los encuentros que teníamos previstos con los partidos políticos para repasar la situación en Argelia se pospusieron, así como el desplazamiento de Corcuera a Argel.
Ante la delicada situación y las tensiones generadas por el incumplimiento de los compromisos por parte de ETA, se consideró necesario dar una respuesta contundente a las autoridades argelinas. La decisión fue que la queja y las reclamaciones se transmitieran directamente por boca del propio ministro del Interior, Corcuera, subrayando así la importancia y la seriedad de la postura del gobierno español en este asunto.
Corcuera, una vez autorizado por el presidente González, decidió trasladarse a Argel y solicitó mi acompañamiento. El objetivo de este desplazamiento era clarificar, de una vez por todas, los términos de las conversaciones mantenidas hasta el momento y exigir a las autoridades argelinas el cumplimiento estricto de los acuerdos alcanzados previamente. Se acordó que éste sería el último viaje, sin posibilidad de nuevas prórrogas, estableciendo así un límite claro en las negociaciones.
Una nueva vía de diálogo
La reunión con las autoridades argelinas resultó ser más positiva de lo esperado. Durante el encuentro tuve la percepción de que los responsables argelinos comenzaban a mostrar signos de cansancio ante las promesas incumplidas por parte de los dirigentes de ETA. Incluso llegaron a manifestarnos abiertamente que, para ellos, los mayores obstáculos y reticencias en el proceso los encontraban en los representantes políticos de Herri Batasuna, lo que evidenciaba un cambio en la percepción y la actitud de los interlocutores argelinos respecto a la situación.
No había engaños, el ministro trasladó a las autoridades argelinas las mismas condiciones que comprometió con los partidos políticos en los últimos encuentros en Madrid. No quería, en ningún caso, que, si terminaba por romperse el diálogo, los argelinos tuvieran excusa para oponerse al desenlace acordado: la expulsión inmediata del grupo de etarras allí refugiados, encabezados por Antxon.
De regreso a Madrid se organizó una nueva reunión con los principales responsables políticos, en la que se compartieron exhaustivamente todos los detalles del reciente viaje a Argel y se ofrecieron explicaciones claras sobre los motivos de los sucesivos retrasos en el proceso. Se mantuvo una transparencia absoluta, cumpliendo con el compromiso de lealtad previamente acordado, incluso siendo conscientes de la posibilidad de filtraciones interesadas a la prensa o a terceros.
Durante el encuentro se trasladó a los interlocutores que se estaban generando las condiciones necesarias para reconducir el diálogo, y se solicitó su valoración y opinión al respecto. Se reiteró de manera enfática el compromiso fundamental respecto a los límites y el contenido de lo negociable, dejando fuera de la negociación cualquier asunto de carácter político, tal como se había pactado desde el inicio.
La respuesta de los líderes políticos presentes fue de plena confianza en la gestión de las conversaciones y en la información facilitada. Destacó el apoyo incondicional de Arzallus, quien expresó su respaldo incluso en circunstancias difíciles, manifestando su disposición a apoyar “aunque os paséis”. Por su parte, Manuel Fraga demostró una actitud de auténtico hombre de Estado, sugiriendo ciertas modificaciones en el lenguaje empleado durante la negociación. Cabe subrayar, por justicia, el comportamiento ejemplar de Fraga Iribarne, tanto en este asunto como en otras ocasiones en las que fue posible negociar con él siendo presidente de la Xunta de Galicia.
El 8 de enero, los terroristas publicaron un comunicado en el diario Egin que recogía un alto el fuego de quince días. No eran los dos meses que decían los argelinos, pero eran suficientes para intentar recomponer la situación. Ya sabíamos que de esta operación para intentar poner fin al terror solo íbamos a conseguir la expulsión del grupo de etarras residentes en suelo argelino. Serviría para poner en evidencia, frente al país que les acogió y les entrenó en su día, la falta de voluntad para dejar de matar, y también para evitar que las autoridades francesas nos siguieran insistiendo en la necesidad de negociar. Desde el momento en que se produjera la ruptura, Francia daría un paso más en la colaboración judicial y policial.
El 11 de enero coleaban aún los ecos del comunicado etarra cuando la Policía Judicial francesa vigilaba una vivienda en la avenida de Coq de la Nive, en la localidad de Bayona. En la puerta estaba aparcada una motocicleta que, según la información de la que disponen, era de un dirigente etarra. El dispositivo de vigilancia estaba preparado y cuando se abrió la puerta salió una pareja. Los policías franceses avisaron a sus compañeros apostados a un kilómetro de la casa. La pareja se subió a la moto, arrancaron en dirección al centro de Bayona, pero fueron detenidos en la primera curva, esposados e identificados. Se trata de José Antonio Urrutiketxea Bengoetxea, conocido como Josu Ternera, que junto a Francisco Múgica Garmendia, dirigían la banda ETA. La mujer que le acompañaba era una ciudadana francesa sin relevancia alguna que le servía para camuflarse. En el registro encontraron una pistola y una granada de mano, más que suficiente para que pasase una larga temporada en prisión. Dentro de la vivienda, se encontraba otra dirigente etarra: Elena Beloqui. Esta operación vino a demostrar que aquella tregua de ETA no era bilateral, pues continuábamos en “estado de guerra”.
La mesa de Argel echó a andar
En este contexto, el Gobierno puso en marcha la llamada mesa de Argel, y designa para representarle en los encuentros que se avecinaban nombró a Juan Manuel Eguiagaray y a mí mismo como interlocutores. La presencia de Eguiagaray estaba más que justificada: era un buen amigo de Corcuera y un político importante procedente del PSE; aunque no iba como representante del partido, sino como cargo de la Administración, dado que en aquel momento era delegado del Gobierno en Murcia. No se estaba planteando una negociación entre ETA y el PSOE -sabíamos que éste era un objetivo, sobre todo, de Herri Batasuna-; aquello, si salía adelante, era un plan colectivo, de todos los demócratas.
El 14 de enero de 1989, viajé a Argel con Corcuera, Eguiagaray, los comisarios Ballesteros y Martínez y el general Gemar de la Guardia Civil. Se produjo una primera reunión con los argelinos, en la que, por su parte, estaban presentes el general Berkheil, Jefe de Gabinete del presidente, así como el responsable de la inteligencia militar, de reciente nombramiento, el general Betchine. Corcuera les explicó que su presencia iba más allá de representar al gobierno español, pues está autorizado a hacerlo también en nombre de todos los partidos políticos. Sus palabras fueron claras y contundentes: “El terrorismo en España no tiene justificación alguna y este diálogo que se abre tendrá unos límites claros, no vamos a negociar cuestiones políticas que corresponden a los partidos con representación parlamentaria”.
Aquella tarde, después de comer, Eguiagaray y yo tuvimos la primera reunión con los representantes de ETA en una lujosa villa, a las afueras de Argel, en la primera planta y en un inmenso comedor. En la mesa central frente a nosotros estaban Eugenio Echeveste Antxon, Ignacio Arakama Mendía Makario y Belén González Peñalba Carmen. Intercambiamos un frio saludo. Tenía enfrente a dos miembros del antiguo comando Madrid, un grupo de asesinos que en los años 80 llenó de tragedia y de muerte las calles de la capital española. Costaba mantener la sangre fría, a pesar de la cantidad de penosos recuerdos que iban y venían en mi cabeza. A mis pies, las armas que utilizaría en la conversación: un ejemplar de la Constitución, otro del Estatuto vasco y varios libros sobre normas y datos sociales y económicos del País Vasco, editados por el gobierno utonómico.
Intervine yo en primer lugar, preguntando si eran ciertas las ofertas para acabar con la violencia. Les añadí que la tregua anunciada de “quince días” era una “broma” si se pretendía hablar en la búsqueda de un final a tanto asesinato, tanto secuestro y tanta extorsión.
Antxon, que fue el único de los tres representantes etarras que habló, parecía dispuesto a discutir sobre una prórroga, si bien pude percibir que su nivel de autoridad a la hora de decidir era más bien escaso. Planteó el interés que tenían en contar con un grupo de asesores políticos, miembros de HB, para que estuvieran disponibles en otra sala del edificio. Lo dábamos por descontado, pues los argelinos ya nos lo habían comentado. Aceptamos.
Hubo un intercambio de reproches. Los nuestros fueron muy mal acogidos. Alguna amenaza, pues al dar por acabada la reunión, Makario se dirigió a mí en voz baja y dijo: “Sabemos dónde vive, ya sabe lo que le puede pasar”. Tenía preparada la respuesta: “Ese riesgo va incluido en la nómina”.
Ante la propuesta de fijar un calendario de reuniones, propuse acordar la próxima y dependiendo de cómo saliera hablaríamos. Es verdad, y tenían razón los argelinos, que cuantas más veces mejor. Volví a notar la inseguridad de Antxon cuando se unió a mi propuesta. Llegó a decir que no convenía avanzar demasiado hasta no tener el visto bueno de ETA y de HB.
Fijé la fecha del segundo encuentro para el 26 de enero. El 23 se cumplían los quince días de la primera tregua, por lo tanto, la nueva tregua que debían anunciar se iniciaría a partir del 23.
No mencionan el tema de los presos. No les preocupa
El 18 de enero, recibimos una llamada de Argel para comunicarnos que Antxon quería facilitar el listado de temas a tratar en la siguiente reunión. El comisario Pedro Martínez viajó de nuevo a Argel. Dos temas a tratar: 1. El balance de la reforma política entre 1975 y 1988, 2. Que mientras duren los contactos, Francia dejara de detener terroristas.
No mencionan el tema de los presos. No les preocupa.
Se me encienden de nuevo las alarmas, porque si no quieren hablar de los presos, es porque el final está lejos.
El 23 de enero Egin transmite el comunicado de ETA, prorrogando la tregua dos meses. El texto no es tan aséptico como les habíamos pedido, pero si era algo más realista que los habituales. No habla de negociaciones políticas, pero si de conversaciones. Me viene a la memoria el comentario de Fraga al respecto, cuando tuvimos el primer encuentro. Cuando hablamos del lenguaje a utilizar, nos sugirió que hablásemos de “conversaciones políticas” para obviar la palabra “negociación”.
Corcuera, a la vista del comunicado, inició una nueva ronda de contactos con todos los partidos políticos, con los firmantes del pacto de Ajuria Enea y con Adolfo Suarez y Manuel Fraga.
El 26 de enero, volvimos Eguiagaray y yo a Argelia, con los comisarios Ballesteros y Martínez. Las autoridades argelinas nos avisaron de la llegada de periodistas españoles y nos prepararon un fuerte dispositivo de seguridad para evitar que nos localizaran.
Volvimos a la mesa de negociación, al mismo lugar y con los mismos participantes. Ya sabíamos que, en el caso de ETA, se hallarían en una sala próxima los miembros de HB Iñigo Iruín y Rafael Díaz Usabiaga.
En esta ocasión no asistió Makario. Mas tarde supimos que no estaba de acuerdo con Antxon. Todo aquello le parecía una pérdida de tiempo, para él lo importante era la pistola y la alternativa KAS: o esto o nada.
Se siguió hablando del País Vasco, de su Estatuto de Autonomía y de lo insuficiente que veía el texto del estatuto. Eguiagaray, buen conocedor de su contenido, rebatió con argumentos muy sólidos las quejas de los etarras. Nos reprocharon que el Estatuto no cubriese las aspiraciones de los vascos, y que la “calle” seguía reclamando la autodeterminación y un referéndum de independencia y que todo ello exigía una modificación de la Constitución. Los compromisos con los partidos políticos no nos autorizaban para hablar de estos temas, únicamente echarles en cara lo obvio: ni teníamos ni podíamos entrar en un tema que afectaba al conjunto de los españoles, y no lo íbamos a hacer.
Me seguía llamando la atención que no mencionarn a los presos. En un encuentro posterior a esta reunión con Fraga y Martin Villa mencionamos ese “olvido” y coincidimos en que nosotros, todos, somos culpables, porque siempre que hemos hablado de negociaciones decimos que de “lo único que se puede hablar es de los presos”. Ellos ya lo dan por hecho. El último ejemplo, las negociaciones de Bandrés y Rosón con ETA VII Asamblea. Tomé nota, y decidí llevarme a Antonio Asunción, director de Instituciones Penitenciarias, a la siguiente reunión para forzar el tema. Pero no tuve ocasión de invitar a Asunción porque estábamos cerca de la ruptura definitiva.
Ni más violencia, ni más sufrimiento
Volvimos a Madrid con una idea que trasladamos a Corcuera: hablar con Arzallus y con José Antonio Ardanza para que los partidos vascos convocaran una gran manifestación en Bilbao con el lema “Ni más violencia, ni más sufrimiento. Dilo de una vez. Eres mayoría”. Que lo organizaran ellos y que Interior no apareciera ni como inspirador.
Corcuera, que ya lo venía pensando al comienzo de las conversaciones, se puso manos a la obra y movilizó a Arzallus, que a su vez convenció a los demás partidos. Se unieron a la manifestación los sindicatos, los empresarios, el Senado y el Parlamento Catalán. Ardanza, convocó con un envío de seiscientas mil cartas a los ciudadanos vascos.
El 18 de marzo se celebró en Bilbao la gran manifestación: más de doscientas mil personas tomaron las calles para exigir paz ahora y para siempre. Jon Idígoras, uno de los duros de Herri Batasuna declaró que “la manifestación estaba llena de pistolas”. Las cosas no pintan bien.
Iruin, que había desplazado a los abogados batasunos afines con Txomin, llevaba en la cartera los documentos estudiados en la última reunión de la Mesa Nacional de Herri Batasuna y, más que enseñárselos a Antxon, se los tiró a la cara. En esos papeles calificaban la postura del gobierno en las negociaciones como “una maniobra que no supone avance alguno en la negociación política” porque “lo poco a lo que se han comprometido Eguiagaray y Vera son unos aspectos mínimos para mantener la tregua, pero no valen para avanzar”. Antxon tenía la impresión de que los batasunos apretaban más que la propia ETA. Me viene a la memoria el comentario del general argelino Berkheil: “Cuando nuestra guerra de la independencia, nosotros los militares moríamos en las trincheras, en nuestra tierra, y los políticos que negociaban en Evian con Francia nos pedían más”.
La dureza de Batasuna aboca a un triste final
Volvimos el 21 de marzo, y ya en el aeropuerto los generales Berkheil y Betchine nos advirtieron de novedades importantes. Antxon estaba muy presionado por los asesores de Batasuna, aunque nuestro interlocutor no estaba muy de acuerdo con las instrucciones y propuestas que le habían llevado. El aviso era preocupante. La presencia del batasuno Tasio Erkizia, que criticó mucho la mesa de Argel, era un dato relevante.
En la reunión con Antxon y sus acompañantes, el día 22, nos plantearon, como primer punto, la necesidad de “deshacer” el Pacto de Ajuria Enea y de convertir las conversaciones políticas en negociaciones. Se alarga Echeveste en su intervención exponiendo las peticiones que le llegaban de ETA: hay que incorporar a la mesa a Josu Ternera, a Lasa Michelena Txiquierdi y a Isidro Garalde Mamarru. Ni queremos ni podemos, los tres propuestos estaban detenidos en Francia y en manos de la Justicia francesa. Antxon, lo sabía, pero para hacerlo más difícil todavía añadió que hay que formar una mesa paralela con miembros de Herri Batasuna y del PSOE para negociar las cuestiones políticas.
Le contesto: “¡Imposible!”. Me salió del alma. Ni en Argel, ni en España, esto que estábamos haciendo lo hacíamos en nombre de todos los partidos, y de ahí emanaba nuestra fuerza y nuestra razón a la hora de hacerlo. Ya solo me interesab conseguir una prórroga de la tregua de tres meses.
Dejamos estos temas, de enorme calado, para una próxima reunión, que acabaría “como el rosario de la aurora”. Nos propusieron un comunicado conjunto con los temas abordados, la nueva mesa de negociación y las cuestiones políticas a tratar. No había por dónde cogerlo, buscaban la provocación para forzarnos a romper y cargar en nuestro haber las consecuencias.
El papel de los argelinos, en este proceso, las consecuencias para ETA y su mundo y la vuelta a los atentados, asesinatos, bombas y secuestros nos obligó a continuar por un tiempo con la negociación política entre partidos, con el análisis de los errores cometidos si los hubiera y con las explicaciones a la opinión pública y a los medios de comunicación.
La ruptura: serias dudas sobre si asesinaron a Txomin
El 26 de marzo, el ministro Corcuera cita en Interior a responsables políticos de los diferentes partidos. Fueron pasando por su despacho Rodolfo Martin Villa (PP), José Ramón Caso ( CDS), Iñaki Anasagasti (PNV), Gerardo Iglesias (IU), Miquel Roca (CIU), Carlos Garaikoetxea (EA), Ramón Jáuregui (PSE) y Kepa Aulestia (EE). Yo acompañé al ministro para dar explicaciones. Hubo unanimidad en que se hizo lo que legalmente se podía hacer y que nunca se traspasó la línea marcada en los encuentros anteriores. Únicamente, Garaikoetxea nos echó en cara que podíamos haber ido más lejos.
Desde la muerte por “accidente” de Txomin, (si es que así fue como murió) todo empezó a ir mal. Para ilustrar lo que pasó, después de su sustitución por Antxon, los argelinos nos contaron que, en una ocasión, después de un encuentro que éste tuvo con los abogados batasunos, le vieron llorar de rabia ante la presión a que le sometían. No tenía ni el carisma ni el apoyo con los que contaba el viejo líder de la banda.
El 10 de abril, a las 19.30 horas, el gobierno emitió un comunicado dando por finalizado el proceso de Argel. Era el final violento de una esperanza, que se inició con un envío de cartas bombas y de explosivos colocados en las vías férreas de diferentes líneas del ferrocarril.
El 18 de abril viajé de nuevo a Argel, iba a cobrar el compromiso del Gobierno argelino de ejecutar la expulsión de los etarras, empezando por Antxon. El general Berkheil, hombre de palabra, cumplió lo estipulado y me facilitó la lista de los primeros que iban a expulsar. Un Hércules C-130, un avión de la Fuerza Aérea Española estaba aparcado en un aeropuerto militar argelino desde el día 15. A bordo, el comandante Félix Hernando y un grupo de guardias civiles esperaban que subieran a bordo los terroristas de ETA camino de la República Dominicana. Acompañarían a los expulsados dos militares argelinos para asegurar que no desviábamos el avión a España. Ganas no faltaron. También cumplimos con nuestra parte. Antxon, fue el primero en subir al avión.
Este proceso tan complicado, tan elaborado en los mínimos detalles, se llevó a cabo en los años 80, en los llamados “años de plomo”, cuando ETA contaba con muchos militantes dispuestos a matar, con armas y dinero, con algunos apoyos internacionales y con una insuficiente apertura de Francia en su colaboración y, sobre todo, con un partido en el País Vasco que le daba apoyo social y fuerte cobertura política. A partir del fracaso de Argel, sus apoyos y sus simpatías fueron mermando. Uno de sus pistoleros más sanguinarios y preparados, en una carta a la dirección, desde su escondite en Cataluña, cuando lideraba el comando Barcelona, les decía: “Nos equivocamos al provocar el fracaso de las conversaciones de Argel. Aquella fue la mejor oportunidad que hemos tenido para acabar con esto”.
El final de la banda, la negociación que todos conocemos, la que lideró Jose Luis Rodríguez Zapatero, entre el PSOE y ETA fue una negociación sin consenso y poco democrática, a espaldas de la oposición. De alto contenido político, en la que los socialistas entregaron a los etarras la Comunidad Foral de Navarra. Y aun así, a ZP le volaron la T-4 de Barajas, asesinando a dos personas.
Después, ya con Pedro Sanchez, las excarcelaciones, el blanqueamiento de los terroristas y de sus cómplices, con la participación directa de Bildu en el núcleo duro de apoyo al gobierno sanchista significan un oprobio para a decencia, para la democracia, para los asesinados por viles terroristas y para las víctimas en general.
- Capítulos anteriores
- Las conversaciones de Argel (1): antecedentes
- Las conversaciones de Argel (2): arresto de Txomin y traslado a Argel
- Las conversaciones de Argel (3): la muerte de Txomin y el consenso negociador



