El asunto de las pulseras antimaltrato es un escándalo mayúsculo. A estas alturas, ustedes ya conocen todos los detalles: en suma, los artilugios y el sistema que debían proteger a las mujeres de sus acosadores y maltratadores ha sido un fiasco, al menos desde que se inició el nuevo contrato, no sabemos si desde antes.
El escándalo es equivalente al de la “Ley del sí es sí” y, si me hacen reflexionar un poco, es peor: eran víctimas, no perspectivas de prisión, con lo que se ha tonteado. Somos paganos, una vez más, de la desidia por la gestión de lo público.
Tras los titulares, se produce siempre la misma secuencia: una dejación indigna de celeridad, aplicación y gestión. Pura desidia por lo que no genera polarización, relato o televisión; o sea, la administración de lo público. No, para eso están los “curritos” y si fallan le echaremos la culpa a los jueces, a la derecha o a Netanyahu.
Los datos de lo que ha pasado los pueden encontrar en todos los medios, en rara unanimidad, hasta en El País, que decidió el pasado fin de semana, pasarse por la fachosfera y contar cosas, algunas de ellas ya contadas por otros; hoy ya no tocaba primera página, no hay que pasarse. Esto es lo malo: los de izquierda se han enterado, eso sí, después de haber hecho, una parte de ellos, el ridículo de defender lo indefendible.
Por eso, el argumento de “es un bulo” y es que la derecha quiere producir “alarma social” no aguantó ni un telediario. El tal Ruiz hizo lo que pudo, hay que reconocérselo: surfeó, poniendo en peligro sus lumbares, casi arrastrándose, ante una pantalla gigante para demostrar lo indemostrable: que funcionaban las pulseras.
Se trata de dos cosas: el desprecio a personas vulnerables y el desprecio por las herramientas públicas se constatan una vez más. ¿Oigan, camaradas, no era esto lo que se reprochaba a la derecha? Qué triste final.
Hecho el ridículo por Ruiz y los demás voceros, al día siguiente, el gobierno dijo 23 o 24 cosas, todas ellas distintas, para justificar lo injustificable y proponer una solución, que no es tal solución: cuando se acabe el contrato, renovaremos la tecnología. ¿Es decir, quién se fiará durante un año de ser protegida?
En resumen, y lo digo de menor a mayor importancia. Primero: la tecnología china ha fallado. Segundo, no nos han dicho la verdad, “como siempre”. Tercero, lo sabían por diversas fuentes, desde hace meses (fiscalía, audiencias, comisiones antiviolencia, trabajadores y trabajadoras del sistema, abogados de víctimas, policías…). Cuarto, han mentido a las víctimas, asegurándoles que les protegían. Por último, la solución no es solución, se corregirá, cuando se acabe el contrato vigente.
Cuando el escándalo era imparable y lo del bulo insostenible, la tal Redondo se lio, explicación tras explicación, para retorcer, mentir y enojar a víctimas y jueces. El propio Consejo del Poder Judicial tuvo que recordarle a la ministra quién era el responsable de las pulseras. No, no hay jueces haciendo política, hay una ministra engañando a las víctimas, poniendo en peligro su vida: el sistema incumplía ampliamente los requerimientos necesarios, suspendía técnicamente. Y, por lo tanto, políticamente. Ministra, dimisión, se grita inútilmente.
Le acompañaron en el lío varios ministros cada uno diciendo cosa distinta al otro.
En la misma mañana, el tal Ruiz, tras calificar de conservador al gobierno británico (es laborista, socialdemócrata) -tiene para otra crónica el asunto-, sin desmentir la información que erróneamente, cual buen vocero, había propalado el día anterior, un fake como una casa, dio paso con cierto enojo a tres miembros del gobierno. Ruiz buscaba al culpable de su ridículo.
La señora Redondo dijo en la misma declaración una cosa y su contraria, pues había fallado el sistema, pero las víctimas nunca estuvieron en peligro. El Ministerio del Interior sostuvo que todo era una mala interpretación (el bulo procede de la memoria de la Fiscalía) y, cuando todo parecía ya más oscuro de lo que era, apareció Yoli.
Sostuvo la vicepresidenta, que sí, que eso no funcionaba (a reconocimiento de parte no es necesaria la prueba) y que habría que hacer “una pequeña investigación”. Eso, frente a grandes males, “algo pequeñito”.
Quería decir la vicepresidenta, entiéndanla bien, que, aprovechando que el fiasco pasaba por las pulseras de Irene, que quería ajustar cuentas. Primero con quien articuló el contrato: la inventora del nuevo feminismo (Irene Montero). Pero, para tocar las narices al PSOE, pero que pareciera un accidente y no muy grande, dijo que la investigación no debiera ir muy allá, ser “pequeña investigación”.
Sí; algo pequeñito, porque solo lo suyo merece ruido. De derrota en derrota, hasta la derrota final, la Yoli quiere “algo pequeñito”.
Siendo evidente que con Irene Montero empezó todo, la ministra de Igualdad, la tal Redondo, a la que nadie conocía y a la que en La Moncloa deberían haberle recomendado que siguiera en el anonimato, tiene la notable responsabilidad de haber gestionado un sistema que le dejaron, sí, pero que ha mantenido en silencio sin corrección alguna, a pesar de los notables avisos recibidos.
Hay algo peor que ver como la izquierda de verdad verdadera arremete contra sí misma y contra el socialismo realmente existente, algo peor que ver el uso vil, para un ajuste de cuentas, del acrisolado feminismo que dicen defender. El problema, una vez más, es que se ignora, se desprecia y se daña a quienes se dice proteger.
Las pulseras son una parábola de una forma de ejercer el gobierno en los minutos basura del ciclo político: ignorarlo todo y dedicarse solo al ruido y al relato. Una penosa reducción de la política de las cosas que nos importan. Quizá, las mujeres del socialismo realmente existente pudieran convocar una manifestación de apoyo a las víctimas traicionadas (por supuesto, con pañuelo palestino).
Pero no; lo suyo es hacer “algo pequeñito… el tiempo se termina…”. En tus manos tienes la ocasión” que diría aquel, pero no se preocupen, qué son cuatro mil mujeres amenazadas frente al Premio Nobel para Pedro. Es “algo pequeñito”.