¡Luz, más luz!

¡Luz, más luz! Una frase que su médico atribuyó a Goethe, en su lecho de muerte. Qué estas fueran sus últimas palabras no tiene que ver con que le presentaran su precio; el hombre ya andaba bastante pachucho. Pero ustedes están avisados y avisadas. La ministra les ha avisado: no tiene mecanismos para que las cosas vayan a mejor. Así que ustedes no morirán, pero su monedero probablemente andará lesionado.

La vicepresidenta de Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha anunciado que, otra vez, cambiará la factura para aliviar el precio de la factura, especialmente en lo que se refiere al Precio Voluntario para el Pequeño Consumidor (PVPC), la estrategia ahora parece desvincular la vinculación entre factura y mercado mayorista.

Revertir el actual modelo de PVPC implicaría volver a un sistema similar al que funcionaba hasta 2013, ministro Soria, cuando el precio se fijaba de forma trimestral, en función de lo que marcaran los futuros del coste de la energía para un periodo determinado.

No canten victoria: la cosa es que se cambie o no la factura, resulta que los mercados a futuro parecen alentar precios incluso más altos que los actuales. Esto es debido a que, tanto el precio del gas como el coste del mercado de la contaminación (la emisión de C02), van a seguir subiendo.

O sea, que con factura nueva o sin ella, los precios seguirán subiendo. El Gobierno ha fracasado en su estrategia IVA: la subida del precio se ha comido el recorte del impuesto.

Al gobierno le quedan dos balas. El llamado sistema de sostenibilidad que pasará los costes a los combustibles: cosa menos tranquilizadora de lo que parece ya que quienes usan más combustibles (butanos, gasoil, etcétera…) son los sectores más vulnerables.

La otra medida es privar a las centrales menos contaminantes (hidroeléctricas y nucleares) de los beneficios caídos del cielo: o sea, las compensaciones por contaminar a centrales que no contaminan.

Entre ustedes y yo, mientras llega la economía verde, apuesto a que se reabrirá el debate nuclear: al fin y al cabo, no querer nuclear aquí pero comprarla a Francia es un sin sentido.

La ministra ha rematado su faena afirmando que la cosa es europea, que de precios máximos y mínimos nada y que el sistema debe ser marginal, obligatoriamente: o sea, la última energía que entra en la subasta (la más cara) pone el precio de los demás. Más que nada era por dejarle clarito a los de Podemos que nada, de nada.

Lo de la energía ha arrastrado la inflación a niveles notables, incluidos no solo combustible sino alimentos no elaborados. Cosa que no solo destroza nuestra cesta de la compra sino que amenaza con que los Bancos Centrales, siempre pesados con la cosa inflacionaria, empezarán a amenazar con reducir apoyos económicos, y no estamos para tontadicas.

Los precios altos siempre han sido cosa muy española. No solo es nuestra energía, también es nuestra telefonía. Tenemos la banda ancha más cara de Europa; hasta nuestro maravilloso aguacate andaluz, consumidor de más agua y luz que cualquiera, resulta más caro que el mejicano, nueva moneda de blanqueo de los narcos mejicanos.

Ni la eficiencia, ni la productividad, ni nuestra forma de hacer las cosas, tiene relación con los salarios, ni que los mercados se atasquen, con exceso de oferta -trabajo y vivienda, por ejemplo-, hace que los precios bajen. Ni que el dinero no valga nada hace bajar las comisiones. O sea, que tenemos un problema.

Lamentablemente, el problema no se arregla con ministros nuevos de la cosa, ni con más regulaciones. Sospecho.

“Luz, más luz” es lo que necesitamos. Es decir, transparencia y menos oligopolios de todo tipo. Mientras tanto, más “paki”, menos “súper” y menos coladas entre semana. Esto va para largo, se lo advierto.

 

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