No parece que el Tratado de no proliferación de armas nucleares haya disuadido los anhelos de países como Irán o Corea del Norte en convertirse en potencias atómicas. Pero no se trata sólo de armamento nuclear, sino que el convencional crece a marchas forzadas en todo el mundo. No olvidemos que la mayor parte de los países de la ONU no son regímenes democráticos y el armamento constituye para ellos una prioridad.
Un ejemplo actual lo tenemos en el conflicto armado de Sudán, donde aviones militares de última generación coexisten con masas de población depauperadas.
El último conflicto que ha propiciado la necesidad de desarrollo armamentístico ha sido la invasión rusa de Ucrania, en una guerra que corre el riesgo de eternizarse. No parece probable ni lógico que Moscú quiera ocupar todo el país vecino hasta chocar en la frontera polaca una vez más con los miembros de la OTAN. Tampoco parece verosímil que Kiev recupera todo el territorio expoliado, incluyendo la península de Crimea. Con lo que el uso creciente de armas en esta zona está garantizado por mucho tiempo.
Si hablamos de cifras, los países europeos, también han aumentado su gasto en armas: un 3,6 por ciento en su caso, el pasado año, con niveles similares a los de la guerra fría. Hasta España, donde predomina un sentimiento pacifista, ha entrado en esta carrera, subiendo su gasto militar el último año un 7,3 por ciento, es decir, hasta llegar a los 18.500 millones de euros.
Como se ve, tanto en oriente como en occidente, en las dictaduras y en las democracias, hay hoy día más armas que nunca, y eso sin entrar en la pugna global que tienen los Estados Unidos y la República Popular China. O sea, que si queremos papeletas para un conflicto u otro tenemos más que en otros momentos de la historia de infausto recuerdo.