Melania se hace la foto de Flotus

Estaba yo con mis cosas de viernes, que como saben no suelen ser sesudas, reflexionando sobre alguna tontería cuando, de súbito y sin tiempo a considerar que decimos en mi tierra, me llega la foto: Ella, la más bella, la emigrante mejor considerada de la nueva gran América, se ha hecho la foto de Flotus.

Permítanme una de contexto por si necesario fuera. La terminación “otus” es, desde 1871, una expresión abreviada de “of the United States” (Estados Unidos). Así, si ustedes leen POTUS se refiere al “president” (presidente) de la cosa. Si, por el contrario, leen FLOTUS afecta a la “first lady” (primera dama) del país.

Sí, lo entiendo, llamar “flotus” a Ella, la más bella, peor encarada, más pija y estirada de las primeras damas que se recuerdan, típica mujer norteamericana, como todo el mundo adivina cuando la ve, puede parecer irrespetuoso. Pues, qué le vamos a hacer, no haber elegido anaranjado como color favorito. Flotus eres y flotus serás.

Así, flotus se ha hecho la foto de primera dama, obligaciones del cargo. Pueden ver aquí la foto: sí, hay bellezas que dan miedo, todos lo hemos pensado.

A primera vista, el retrato oficial de la nueva Flotus (postura de poder suave, esmoquin elegante y desabrochado de Dolce & Gabbana, el monumento a Washington elevándose detrás de ella) encaja perfectamente con la administración que llega.

Sería difícil en la foto, encontrar pistas sobre quién es Melania 2.0., si es que Ella existe, al margen del macho alfa de la manada (no sigo, que luego me confunden con González Pons, más amante de las obispas norteamericanas que de las primeras damas y me lían).

Después de todo, usó una chaqueta de Dolce & Gabbana para la misma foto en 2017. El único cambio real esta vez es que cambió la corbata por una faja negra de Ralph Lauren, como para espolvorear un poco de patriotismo alfa en un atuendo por lo demás completamente corporativo.

Sin embargo, como siempre ocurre con una exmodelo, ella prefiere expresar su discurso interno, a través de elecciones de vestuario, en lugar de cualquier cosa con sustancia, imaginen que elige un libro y nos tenemos que poner a especular si lee o no la señora.

Si miramos más de cerca, hay mucho por lo que empezar y sobre lo que entender. Dicho sea de paso, la fotografía está realizada por Régine Mahaux, una fotógrafa belga afincada en París. Régine Mahaux lleva dos décadas inmortalizando a Melania como símbolo de poder y a los Trump como dinastía, blanqueando su imagen.

Ella que también fotografió a un Trump más sonriente en 2017, es la primera vez que hace que una primera dama se fotografíe en blanco y negro, desde que esa opción se convirtió en una posibilidad, tras la ceremonia de las biblias dobladas.

Obama, Clinton, los dos Bush y Reagan fueron fotografiados en gloriosos y brillantes colores. Es una elección, la del blanco y negro, que podría significar dolor o tradición, pero que sobre todo nos invita a verla de forma independiente o profesional, al tiempo que presagia lo que es: el blanqueamiento que está por venir de varias barbaridades.

No sabemos qué opina “Potus” de la foto: estaba encadenando inmigrantes, que preferiblemente hablen español, el idioma de los pobres e inmigrantes, al decir del gilidirector de cine del que les tengo que hablar otro rato. No puede perseguir eslovenos o eslovenas del año 70, educados en el régimen comunista, Potus es un liberal con su señora.

La foto nos ofrece una postura inigualable. Está la postura de piernas cruzadas debajo de la mesa, puntas francesas –hablo de las uñas, caballeros, de las uñas- en la parte superior y, muy especialmente, esa inclinación “Lean In” (Lean in son pequeños grupos de mujeres que se reúnen de forma regular para aprender y crecer juntas).

Esa pose se sitúa en algún lugar entre Sir Alan Sugar en “The Apprentice” (magnate británico de los negocios que participó en el programa televisivo de Trump, o sea un tocapelotas) y Claire Underwood (Robin Wright) de ““House of Cards”, la blanqueadora de la corrupción del presidente que representaba Kevin Space.

Incluso el cabello con ondas suaves es una especie de híbrido, basado en el estilo de culto adorado por las damas republicanas, porque es caro y requiere un estilista: es femenino, incluso moderno. Finalmente, está el rostro, esa sonrisa de esfinge más cautelosa, más ambigua que nunca. Al menos, en 2017 sonreía.

Los deberes de la primera dama nunca han sido claros. Aparte de una vaga expectativa de que debería encajar en el papel de la mujer estadounidense, cosa evidente en cuanto se ve la foto, el papel no está definido y no está remunerado.

El hecho de que haya lanzado el sector de las criptomonedas, esté trabajando en un documental y ahora esté detrás de un escritorio sugiere que esta vez bien podría salir del armario de la pereza. No lo crean, no la verán haciendo “crowfounding” para organizar un master ni cosas de esas y menos con cuentas de 45 dólares. Las primeras damas, simplemente, facturan, sin liarla parda, no sé si me entienden.

Por eso la verdadera pista está detrás de ella. El famoso obelisco es menos un símbolo de la democracia estadounidense, como la Estatua de la Libertad, y más un símbolo del poder estadounidense.

Se alza sobre el aire de la capital imperial, es rígido, fríamente austero y transmite un aire amenazador. ¿Le suena familiar?

La primera dama apunta maneras. Cuando me tome el vinito de viernes a su salud, reprimiré el ligero temblor de amenaza que produce su foto, recordaré que no es Cruella y desearé que ustedes no se encuentren con ella en un ascensor o quizá sí. Ustedes, a veces, me sorprenden.

 

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