Para que pongan tu nombre a una calle no hay que tener mérito alguno. En mi barrio, por ejemplo, está la calle de la edil Marina Olcina, quien, como dice una placa bien visible, “fue la primera mujer más joven en ser concejal del Ayuntamiento de Alicante”. Sin más. Sin ninguna otra aportación a la comunidad.
Claro que peor es el caso de la titular de otra calle próxima, Margarita Nelken, la diputada social-comunista que se oponía al sufragio femenino y que fue radical y violenta a lo largo de su carrera política. Ya ven.
Lo importante para tener una calle, plaza o lo que sea es estar en el lado correcto de la razón, según las leyes de Memoria Histórica y Memoria Democrática, que se han dedicado a mezclar revancha, sectarismo y fabulación. Por esa arbitrariedad, al bueno del almirante Alfonso Cervera, que murió 27 años antes del alzamiento militar de Franco, se le ha quitado del nomenclátor callejero bajo la fantasiosa e imposible acusación de “franquista”.
Ahora, por lo que me entero, se ha retirado la placa de la casa natal del poeta y dramaturgo José María Pemán, que sí que fue temporalmente falangista, pero siempre un escritor de primera. Tan importante fue en su época que cuando Selecciones del Reader´s Digest se publicó en español le pidió un artículo al autor gaditano, quien con su gracejo contaba: “Me pagaban una pasta y cuando pregunté qué tema querían me dijeron que cualquier fruslería; por ejemplo, cuánto medía la Giralda o cosas de ésas”.
Al margen de anécdotas, la censura de nombres propios en las actividades más variadas se amplía gracias a lo políticamente correcto. Así, me entero también que los premios nacionales de investigación ya no se llamarán de Ramón y Cajal, Marañón o Juan de la Cierva, por no haber mujeres en el listado.
Volviendo al nombre de las calles, que es de lo que trata el artículo, les confesaré que para evitar líos creo en las denominaciones asépticas o, mejor aun, en números, que además, nos ayudarán a orientarnos mejor, siempre que la calle 14 quede entre la 13 y la 15, eso sí.