Es un lugar común entre los analistas que Pedro Sánchez quiere aferrarse al Gobierno aunque sólo tenga 84 diputados y dependa de los socios más contradictorios e inverosímiles. Es más, según algunos, su idea sería cargarse el Senado y, como ciertos autócratas tercermundistas, tratar de eternizarse en un poder con el que transformaría al país de arriba abajo.
No sé qué le habrá aconsejado su flamante Jefe de Gabinete, Iván Redondo, el hábil consultor político que contra todo pronóstico lo llevó a La Moncloa. Pero me temo que el actual presidente le queda poco tiempo para seguir usando su carisma, embaucar a las masas y continuar beneficiándose del efecto inicial de su Gobierno bonito que, al igual que el Brasil futbolístico de hace unas décadas, ganaba partidos sólo con oírse los nombres de los jugadores que componían su selección.
Desde el minuto uno de su ansiado y flamante Gobierno, Sánchez no ha hecho más que meter la pata, decepcionando a unos y a otros. De ahí que si no aprovecha pronto el caudal político que aún le queda irá perdiendo fuelle en las encuestas a medida que las cosas vayan a peor.
Hasta ahora, todo son contradicciones y vaivenes: lo mismo en el fugaz sindicato de putas que en el impuesto sobre el diesel, en la acogida a unos inmigrantes que en la imputación a los siguientes de actos de terrorismo, en el fallido impuesto sobre la banca que en la subida del precio de la electricidad, en la promesa a la UE de mantener el déficit público por parte de la ministra Nadia Calviño que en la afirmación de un mayor endeudamiento por su colega Magdalena Valerio.
Sánchez lleva escasos 100 días en la Presidencia y ya ha caído el empleo, disminuido el turismo, prometido subir los impuestos, crecido el desgaste institucional (Judicatura y Parlamento) y aumentado la secesión de Cataluña, con la promesa por parte de Quim Torra de un “diálogo” sólo para ver cómo y cuándo se consuma la proclamación de la sedicente República Catalana.
Claro que las cosas podrían ir peor. De eso se trata, de evitar que salte la alarma de otros indicadores (costes del crédito, prima de riesgo, incipientes casos de violencia ciudadana…). Y eso lo podría conseguir en los próximos meses, no más adelante, un Pedro Sánchez ratificado en la urnas no sólo por aquéllos que le quieren sino por los otros que odian cualquier alternativa a su derecha y que pretenden aprovecharse de su mandato de una u otra manera.
Eso, creo, es lo que puede suceder mucho antes de lo que algunos analistas opinan. Y para eso, además, existe todo un aparato de propaganda mediática en manos de los colaboradores factuales del Presidente, del que los copernicanos cambios en TVE no son más que el penúltimo movimiento de la intensa propaganda política que nos espera.