Me refiero al dinero de la Unión Europea, que es el único que vamos a tener durante mucho tiempo. Hay quien cree, incluidos los miembros podemitas del Gobierno, que se trata de un dinero para gastar en lo que se quiera una vez vencidas las resistencias maximalistas de Mark Rutte y los países llamados frugales, cuando resulta que no, que no es para gastos improductivos, sino para reformas estructurales.
Otros analistas más listos que yo, como mi admirado Xavier Vidal-Folch, podían detallarles la letra pequeña de los acuerdos del Consejo; a mí me basta con afirmar que el margen del Gobierno español es más amplio de lo que parece y justifica la ola que los ministros españoles dedicaron a su Presidente carismático.
España tiene comprometidos en subsidios, gastos improductivos y otras secuelas de la pandemia cantidades mayores que otros países y de obligado cumplimiento, así que va a hacer honor a sus compromisos sí o sí, para satisfacción de Podemos y duración de un Gobierno que aprobará sus Presupuestos y que durará al menos hasta el final de la Legislatura.
Claro que luego vendrá la UE viendo si se ha gastado como debe el fondo de 140.000 millones, pero siempre lo hará con retraso y sin la capacidad coercitiva del veto y sólo con la demora del freno de emergencia que revisará a posteriori las desviaciones presupuestarias.
Así que le quiten a Unidas Podemos, si pueden, el dinero que no va a reformas, sobre todo si se apoya en unos generosos Presupuestos financiados con pólvora de rey
El problema no es, pues, el desvío de dinero a gastos no de reconstrucción económica nacional, sino la correcta utilización del septenio de los subsidios comunitarios y no encontrarnos al cabo de siete años con que no hemos aprovechado una ocasión histórica para poner nuestra economía al día y haber convertido la pandemia de ser una desgracia en una oportunidad.