Pedro Sánchez quiere convocar al Comité Federal -máximo órgano socialista entre congresos- para que levante el veto a un gobierno con Podemos y con Ciudadanos, y si no es posible conjuntar a Pablo Iglesias y Albert Rivera -como no lo fue ya en marzo-, intentar gobernar con Podemos y con el apoyo parlamentario de los independentistas del Partido Demócrata Catalán (antigua CDC), ERC y PNV. Toda una amalgama política y con grave peligro para los intereses generales del Estado, pero que numéricamente haría posible colmar la ambición de Sánchez de ser presidente del Gobierno.
Es lo más comentado en las filas socialistas: Pedro Sánchez pedirá pleno apoyo a su Comité Ejecutivo, que ha convocado para este lunes, para presentar a un próximo Comité Federal -aún por convocar, pero que probablemente no se celebraría antes del 25 de septiembre, tras las elecciones gallegas y vascas- el levantamiento del veto a negociar un ‘gobierno de las fuerzas del cambio’ con Podemos y con los independentistas vascos y catalanes. Previamente habría realizado con su ‘núcleo duro’ una seudoconsulta a la militancia socialista para ir ‘acorazado’ a dicho Comité Federal y poder enfrentarse a los barones territoriales.
La tesis de Sánchez, que mantiene la ambición de ser investido presidente del Gobierno a toda costa, es que el tal ejecutivo debería formarse sobre la base de un pacto entre PSOE, Ciudadanos y Podemos. Ahora bien, visto que Albert Rivera jamás aceptaría formar parte de un pacto que incluyera a los ‘frikis’ de Pablo Iglesias, Sánchez pedirá al PSOE manos libres para negociar un acuerdo parlamentario -o de gobierno, la fórmula exacta saldría de las negociaciones a llevar a cabo- con Podemos y los independentistas del Partido Demócrata Catalán (antigua CDC), ERC y PNV.
Ese acuerdo parlamentario daría un total de 178 diputados -180 si se sumaran externamente; es decir, sin entrar en el pacto, los dos de Bildu-; dos más de la mayoría absoluta necesaria, fijada en 176.
A nadie se le oculta el problema que un acuerdo de este tipo plantearía, principalmente por la exigencia irrenunciable de Podemos y de los independentistas catalanes de convocar un referéndum de autodeterminación en Cataluña, y la exigencia no menos irrenunciable de los vascos de hacer extensible ese referéndum a la propia Euskadi y de Podemos de llevarlo al resto de los ‘pueblos de España’.
Pero Sánchez cree que ahora sí puede doblegar a Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, algo que no consiguió en marzo, para que aparquen su exigencia de referendos de autodeterminación para tiempos mejores. Por esa razón pidió a Podemos, Ciudadanos y partidos vascos y catalanes en la segunda sesión del debate de la fallida investidura de Mariano Rajoy celebrada este último viernes “altura de miras” para encontrar entre todos “una solución” que haga posible un gobierno con “las fuerzas del cambio”.
El líder socialista cree que si no se traspasa la ‘línea roja’ de los referendos sería posible encontrar un punto de acuerdo entre los socialistas -que actuarían de amortiguador– y Ciudadanos y Podemos, ya que no se cuestionaría la unidad de España. Ahora bien, si aún así no fuera posible sentar a Iglesias y Rivera en una misma mesa, Sánchez no descarta gobernar con el apoyo de Podemos -parece que Sánchez y su núcleo de hierro no quieren coalición con Iglesias, alguien a quien consideran un ‘chulo de barrio’, pero que es un enemigo mortal para el PSOE en un proceso electoral- y con el apoyo de los 8 diputados catalanes del Partido Demócrata Catalán (antigua CDC) y de los 9 de ERC y de los 5 diputados vascos del PNV.
Sánchez es consciente de que esta fórmula va a encontrar un serio rechazo entre los barones socialistas y por eso quiere que la ejecutiva que ha conformado a su medida le apoye sin fisuras para hacer frente a una guerra interna que se abriría con ‘históricos’ como Felipe González, Leguina, Corcuera, Borrell y, en fin, antiguos dirigentes de la era felipista, pero también con barones como el extremeño Fernández Vara, el manchego García-Page y, desde luego, la andaluza Susana Díaz. Esta última podría precipitar una lucha civil interna para derrocar a Sánchez, del que dicen que es lo peor que le ha pasado al PSOE después de Rodríguez Zapatero.