Uno cree que se llama Pedro Sánchez, y dice que es el líder del PSOE. Otro dice apellidarse Iglesias y ha centrado a Podemos en el culto a ‘su’ personalidad. Un tercero dice llamarse Albert y se le recuerda por su cándida desnudez ciudadana. Y a un cuarto, en fin, se le conoce como Mariano y tiene un pisito muy popular en la Moncloa. Todos ellos, en su conjunto, están escachifondriando esto que llamamos España.
Ninguno, claro está, quiere pasar por ser el malo de la película, el culpable de la risión de que pueda haber tres elecciones en un año. Todos, como en la escuela, dicen aquello de “la culpa la tiene ese niño”, mientras se señalan los unos a los otros con los dedos índice y meñique y con auténtica estulticia.
Pero para conseguir que la sociedad vea que la culpa es del otro y no de uno mismo, todos están lanzando mensajes que entroncan plenamente con las “10 Estrategias de Manipulación” a través de los medios que elaboró el lingüista Noam Chomsky a partir del texto del francés Sylvain Timsit, que elaboró un documento que fue publicado por primera vez en francés, en el año 2002, con el título original Stratégies de manipulation, en la web syti.net.
Examinen esas estrategias y aplíquenlas a cada uno de los partidos; se llevarán una sorpresa.
1. La estrategia de la distracción. El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción, que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las élites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. “Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.
2. Crear problemas y después ofrecer soluciones. Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.
3. La estrategia de la gradualidad. Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.
4. La estrategia de diferir. Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento.
5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad. La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante. ¿Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad (ver Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.
[Mañana, la segunda parte de Los políticos españoles y las “10 Estrategias de Manipulación” de Chomsky y de Sylvain Timsit]