Sobre la inconveniencia de matar a un rey

Siendo “emérito” debes dedicarte, afirma la etimología, a disfrutar de tu descanso merecido, tras haber sido soldado o, en su caso, mantener, ciertas funciones docentes o éticas que corresponden a la profesión ejercida. Sin duda alguna, Don Juan Carlos ha optado por la francachela soldadesca y disfrutar de sus marinos servicios a la patria en navío de adecuado nombre.

Cosa que, al parecer, no ha molestado a la ciudadanía de Sanxenxo, que imagino correrá a las termas de A Toxa a quitarse el pasmo. También están encantados los viejos juglares cortesanos, que no tenían cuentos que contar, dada la aburrida austeridad de los tiempos en curso.

En suma, si ciudadanía y poetas de la corte aplauden al emérito, ¿por qué el hombre habrá de sentirse impelido a dar explicaciones “sobre acontecimientos pasados de mi vida privada”?

Incluso, tanto entusiasmo popular reunido le ha llevado a pensar que La Zarzuela podría ser, de nuevo, su casa. Cuestión que a la nuera le pone de los nervios solo imaginarlo y a su hijo ni les cuento.

Las cosas que se empiezan mal suelen acabarse peor. La salida del emérito no persiguió tanto salvar la monarquía como sus cuentas y no pretendió tanto limpiarla como mantenerla en un punto de debilidad, administrada por la izquierda.

Cosa, por otra parte, que fue siempre así dada la impresentable jerarquía del “juancarlismo reaccionario” y la lealtad institucional de Don Felipe González o Santiago Carrillo, por un poner. Cosas de demócratas.

La hipotética reconciliación familiar que hoy se vivirá en la Zarzuela, vaya usted a saber cómo van las cosas en palacio, no fortalecen otra cosa que la preponderante y gritona voz de los portavoces gubernamentales a los que una regatita de nada les viene como anillo al dedo para tapar algunas cosillas de escasa importancia, como su debilidad en Andalucía o las múltiples advertencias económicas que llegan de todos los rincones.

Sostengo ante mi querida izquierda la inconveniencia de matar a un rey, así como de someter a permanente desplante a la monarquía constitucional, mientras constitucional sea. Cosa que tiene que ver con las instituciones democráticas.

Ya sé que en el noreste, cosa que ocurre desde la batalla de Almansa, son mucho de quemar efigies y son solo de saludar a las monarquías a la hora de las copas. Pero, quizá, animar con excesos a la parte reaccionaria de la vieja corte y al afilador de guillotinas no nos ayude a una modernización institucional, por otra parte bastante tocadita por personalísimas decisiones del ejecutivo, que tiende a ciscarse en todos los demás poderes.

De “piolines” a jueces, de guardias a médicos y miles de etcéteras andan de bronca ante la infatigable progresía innovadora. Añadir más calentón al motor patrio igual no es buena recomendación.

Ahora bien, antes de culpar a la izquierda del asunto, recuérdese que el inventor del regicidio fue un jesuita. «Si el rey atropella la república, entrega al robo las fortunas públicas y las privadas, y vulnera y desprecia las leyes públicas y la sacrosanta religión; si su soberbia, su arrogancia y su impiedad llegasen hasta insultar a la divinidad misma, entonces no se le debe disimular de ningún modo».

Juan de Mariana lo escribió a finales del siglo XVI y no le debió parecer mal a la corona ya que el texto fue utilizado para educar a Felipe III. Los Austrias es que eran muy suyos. Teniendo en cuenta que Juan de Mariana vivió donde ahora es la Delegación de Hacienda en Toledo, igual podríamos entender que el hombre era algo susceptible con los recursos de la república, tipo Comisión Europea.

Pero Juan de Mariana lo que hacía era oponer el buen gobierno al mal gobierno. Naturalmente, viviendo en Toledo, el mal gobierno estaba en Francia (donde reinaba un borbón, además protestante) como ahora es cosa de Jeques, razón por la que le tira tanto a Don Juan Carlos la cosa de los emiratos y a los europeos pedir pasta gansa, mientras gritamos sobre la ausencia de derechos humanos.

El emérito ha advertido de su insaciable apetito futuro por las regatas. Flaco favor les hará a su hijo y a la familia. Mejor hubiere sido quedarse aquí, explicarse y asumir los dardos de la fortuna y la vergüenza que andar enredando. Porque, sépanlo, nosotros y nosotras no estamos precisamente para matar reyes: es muy inconveniente, no es moderno ni atiende a las buenas costumbres.

Si el emérito continúa por el camino de la exuberancia del regatista será él quien acabe con su hijo. Yo ya les aviso a los bardos de la corte, para que vayan escribiendo los poemas correspondientes.

 

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