En aquellos días en que los socialistas estaban enfadados con el podemismo realmente existente, a causa de la “Ley trans”, presentaron unas enmiendas que rodeaban lo relevante (la edad y la autodeterminación de género) con algunas cosas, entre ellas una que decía: “que las administraciones públicas promuevan un turismo diverso e inclusivo que visibilice a las personas LGTBI como sujetos de la actividad turística”.
En el argumentario, alguien añadió un comentario sobre las posibilidades que se abrían para la España despoblada. Que las personas LGTBI tienen derecho al turismo es más que evidente, pero habría que decir para ser rigurosos que la propuesta de Podemos, en la sección de ocio y cultura del capítulo correspondiente, ya incluía la clave del asunto: la eliminación de toda cláusula de “derecho de admisión”.
La enmienda socialista decayó, con las demás, cuando decidieron votarse en contra a sí mismos. Además de tener cierta gracia creer que, como los descendientes de Noé, las personas “trans” repoblarán la tierra, la enmienda revelaba dos vicios típicos de la política económica española: la falta de evaluación y que en materia de España despoblada no se tiene una idea demasiado clara.
Es cierto que el turismo “Gay Friendly” se ha hecho más familiar y, por lo tanto, más próximo al negocio rural. Pero, entre ustedes y yo, los mercados que copan este nicho de mercado están bastante identificados (Madrid, Barcelona, Sitges, Torremolinos, Maspalomas, Ibiza, Benidorm, Valencia) y suelen requerir una serie de infraestructuras que no coinciden exactamente con las que dispone la España despoblada.
Como ya se ha señalado aquí en alguna ocasión, la diversificación que requiere la España despoblada no es la agroganadera. Puede ser limpia (la siempre deseable, pero cada vez menor, transformación alimentaria) o menos limpia: actividades con impacto.
El debate en estos momentos se ha centrado en la energía renovable. Las negativas de los vecindarios suelen centrarse en la biodiversidad o el efecto sobre otras actividades como la propia agricultura o el turismo. La inversión verde suele presentarse como fuente de empleo. Pero esto no está tan claro, al menos a corto plazo.
Las inversiones en más de 3.200 municipios españoles, desde 2007, determinan que la energía fotovoltaica (huertos solares) sí genera algo de empleo y actividad. Por el contrario, no lo hacen los molinos.
La energía eólica no tiene componentes locales y demandan empleos cualificados, que trabajan de forma remota. Lo mismo pasa con el mantenimiento. El huerto solar requiere menor especialización, compatible con trabajadores o empresas locales, especialmente en la fase de construcción, pero también en el mantenimiento.
Para que el desarrollo de las renovables disemine sus efectos a la España despoblada, las políticas públicas deberían precisar algunas ideas que no van en la línea de quitar impuestos ni marear excesivamente la fiscalidad.
Para que las comunidades locales que acogen estas inversiones se beneficien deben aumentarse los impuestos locales (IBI o IAE) pagados por los inversores en energías renovables, reducir el precio de la electricidad a residentes, promover formación en las ciudades intermedias que faciliten el empleo y competencias o desarrollar las comunidades energéticas locales.
Mientras se crean “los progenitores gestantes” que tienen que repoblar la tierra, tendremos que conformarnos con que, antes de borrarlas, sigamos dependiendo de las mujeres para el asunto. En consecuencia, debemos reclamar su calidad de vida, formación e igualdad, especialmente la salarial.
Y también, recordar a los defensores del agro, el turismo y la biodiversidad que algunas alternativas pueden ser compatibles con ello, aunque no sean necesariamente glamurosas. Habrá que crear empleo, edificar, llenar el campo de algo que no solo sean vacas… y cosas así.
Por ejemplo, la Ciudad del Cine en Fuerteventura (muy contestada) o las minerías de uranio (rechazadas) o de minerales necesarios para que las baterías de los móviles funcionen. La minería, por cierto, fue siempre creadora de población.
Si, lo sé, las personas “trans” repoblarán la tierra, pero antes de tener ideas valoremos lo que ocurre. En economía lo llaman evaluación.