Ya no quedan socialistas

Ya no quedan socialistas como los de antaño, para los que la igualdad de los ciudadanos era un principio irrenunciable, y la discusión y la crítica interna los medios de hacer esa política.

El socialismo ha sido sustituido por el sanchismo, en el que un superliderazgo se impone a los militantes y hace de su capa un sayo la libertad de los ciudadanos y su igualdad ante la ley, con la amnistía encabezando un sinnúmero de normas atentatorias contra los principios históricos del PSOE.

Quienes han mostrado su discrepancia con ello no sólo no han recibido plácemes por su aportación al debate doctrinal, sino que han sido despedidos ignominiosamente. Y me refiero a dos militantes tan conspicuos como Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros.

Otros, como Javier Lambán, han tenido más suerte y sólo han sido expedientados por no votar a favor de esa ley de amnistía que para Pedro Sánchez es el sumun de bondad y acierto político. Sólo queda como sector crítico el presidente manchego, Emiliano García Page, cuyas opiniones divergentes apenas si llegan más allá del cuello de la camisa.

Una cosa diferente podría decirse de Felipe González y Alfonso Guerra, que no pueden poner en cuestión un partido que ellos contribuyeron a refundar y dirigieron durante muchos años. Por esa prudencia de su situación y de su edad, sus discrepancias son como discretos pellizcos de monja que apenas si hieren a la estructura monolítica y piramidal del actual PSOE. Para Sánchez y sus acólitos los citados son unos vejetes representantes de otra época, cuyas opiniones no tienen más trascendencia que una conversación de café.

Hacen mal los nuevos sanchistas en no prestarles más atención, ya que la suya fue la mejor época del socialismo y en la que el debate y la discusión en el Comité Ejecutivo del partido alcanzaron momentos estelares que le sirvieron para avanzar. Pero eso, decimos, fue otra época. Ahora estamos hablando del sanchismo que, como todo, desaparecerá dentro de un tiempo. Lo malo para el PSOE es que cuando tenga que refundarse democráticamente, después de esta etapa de autocracia, apenas si le quedarán mimbres sanos con los que rehacer el capazo partidista. Y ésta es una mala noticia, no sólo para el partido, sino también para España.

 

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