Azaña y los Rufianes de salón

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En el Parlamento de los años 80 -que tanto odian algunos jóvenes y jóvenas de hoy- también se proferían descalificaciones, pero no se faltaba a la dignidad. “Idiota, traidor, estalinista, chulo de barrio, ignorante jurídico, señorito de pesebre, tahúr del Mississippi” eran algunos de los improperios que proferían sus señorías en el fragor del debate.

En el hemiciclo de la Transición se sentaban políticos de la derecha que, tras perder las elecciones, cuestionaban que su voto pudiera valer igual que el de sus criadas: “No entiendo cómo puede decidir lo mismo mi chacha Lola, que yo”, llegó a espetar uno de ellos, exalcalde y exconsejero autonómico para más señas. Otros diputados hasta repudiaban con vehemencia hablar de “maricones y lesbianas” en los debates que consiguieron derogar, entre otras, la Ley franquista de vagos y maleantes -de triste recuerdo- que permitía ficharlos, apalearlos y hasta llevarlos a prisión.

Aquellos intransigentes de la derecha radical fueron los rescoldos de un régimen de correaje y pistolón que difícilmente volverá. Pero a pesar de haber recuperado la democracia, algunos políticos de hoy siguen empeñados en imponer su voto y sus ideas sobre los demás, aunque sea a base de improperios o amenazas, so pena de romper la baraja constitucional.

Son los pocos que continúan sembrando el odio y el rencor, creyendo que sus decisiones deben de primar sobre el rival a la hora de legislar, o saltarse las mayorías legislativas y de Gobierno con las que los regímenes parlamentarios dirimen sus diferencias.

De la sexta, a la Santa Alianza

La sesión de investidura de Mariano Rajoy pasará a la historia por muchas razones, pero sobre todo por el enjuiciamiento del partido de un presidente de Gobierno inmerso en la corrupción que difícilmente debiera continuar en el poder desde el punto de vista ético y moral. Cosa distinta es cuestionar su legitimidad. No es casual que el líder del PP haya renovado su mandato con el menor número de votos de la historia democrática, tras dos elecciones generales y diez meses de anomalía política que requerían una solución. Desde luego, no la de estar votando de manera indefinida.

La investidura será recordada también por la abstención y los improperios contra el principal partido de la oposición, que decidió posibilitar la continuidad del ya presidente frente al hartazgo popular y la sinrazón de unos partidos empeñados en imponer la sexta-alianza como alternativa para gobernar –PSOE-Podemos-IU-ERC-PDC-Bildu-, bajo amenaza de desestabilizar España y las instituciones. Es por ello, que de la sexta alianza del cambio se ha pasado finalmente a la Santa Alianza que algunos preconizan como la causa de nuevos recortes y mas involución.

Fue precisamente la imposibilidad de conseguir un gobierno Frankenstein lo que ha reavivado la ira cainita contra el partido centenario que desbarató su consecución, por parte de quienes jaleaban semejante ‘operación’ con el argumento de haber traicionado sus principios y el de los socialistas de corazón.

Intransigencia de los robespierres de salón

Los robespierres de salón no han sido otros que un puñado de diputados altaneros como Rufián y Matute, encargados de amenizar la sesión y jalear a sus señorías con descalificaciones, afrentas e improperios. Los representantes de las formaciones independentistas ERC y Bildu lograron caldear el ambiente tras pasear por la tribuna, una vez más, la guerra sucia de los Gal, la España de la cal viva o los asesinatos de etarras por parte de la Guardia Civil. La retahíla de improperios del joven Rufian motivó la intervención del portavoz socialista, Antonio Hernando, por ‘faltar al honor de un partido que ha vertido sangre, sudor y lágrimas’ y la oportuna advertencia de la diputada Ana Oramas para recuperar la dignidad de la Cámara.

Quienes no conocieron la Transición –precisó con acierto la portavoz canaria- “deberían estar a la altura de la gente que nos precedió. No se puede hablar ni negociar desde el odio, sobre todo cuando se es joven y se tiene rencor”.

El odio, la intransigencia, y sobre todo la desmemoria se palpan en muchas de las intervenciones del nuevo Parlamento, donde algunas formaciones se jactan a diario de poner en jaque al Estado. La deriva independentista de Cataluña acapara buena parte de los debates por aquellos que como Joan Tardá o el portavoz del grupo catalán (PDC), Francesc Homs, reiteran con fervor su cruzada de “referéndum o referéndum” para quitarse la “losa del Estado monárquico que actúa contra los intereses de la población catalana”. Día sí y otro también recuerdan la estrategia del Parlament de Catalunya de aprobar nuevas leyes de la desconexión, por lo que incitan al Gobierno a encarcelar a quienes desobedezcan al Estado español.

Traiciones y deslealtades, según Azaña

Por encima de amenazas y traiciones, más allá de la batalla dialéctica y la confrontación, independentistas y republicanos deberían recuperar parte de la memoria acudiendo a los libros y hemerotecas donde contrastar, por ejemplo, la realidad del verdadero secuestro, asesinatos y mordaza de Euskadi durante las últimas cuatro décadas, o la actitud del nacionalismo catalán tras la aprobación del Estatuto de 1932.

El responsable de la Fundación Negrín, Eligio Hernández, recomendaba días atrás una buena fuente: “La velada de Benicarló”, escrita en 1939 por el verdadero padre del Estatut, y presidente de la República, Manuel Azaña. Lo hizo tras comprobar no pocas deslealtades en la defensa del Gobierno legitimo en 1936, en las que merece la pena detenerse:

“Mientras dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que ahora nadie piensa en extremar el catalanismo, la Generalitat asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho. En el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en ciertos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición”.

En el Cuaderno de la Pobleta, Azaña relata el encuentro en Valencia con Pi y Suñer, conseller de la Generalitat, al que reprocha en septiembre de 1937:

“La Generalitat permitió y apoyo el asalto la frontera, a las aduanas, al Banco de España, y a Montjuic, a los cuarteles, al parque, a la Telefónica, la Campsa, el puerto, las minas de potasa, crearon la consejería de Defensa, se pusieron a dirigir su guerra, quisieron conquistar Aragón, decretaron la insensata expedición a Baleares para construir la gran Cataluña de Prat de la Riba… La Generalitat ha vivido en franca rebelión e insubordinación y si no ha tomado las armas para hacer la guerra al Estado será o porque no las tiene o por falta de decisión o por ambas cosas pero no por falta de ganas”.

“Creación de delegaciones de la Generalitat en el extranjero, creación de la moneda catalana, creación del ejército catalán y una referencia al eje Bilbao-Barcelona que en aquel contexto hay que entenderlo no como un Eje contra Franco, sino contra el propio Gobierno de la República. Los nacionalistas catalanes presentaron memorandos al Foreign Office y al Quai d’Orsay en abril, junio y octubre de 1938 con planes de mediación sobre la base de una división territorial de España en cuatro zonas, presentándose ellos como una tercera fuerza, un grupo moderado, equidistante de los dos elementos extremistas ahora en guerra. España dividida en cuatro: Cataluña, Euskadi, y los dos Spanish parties now fighting. ¿Un dislate? sí, y también una continua deslealtad a la República”.

Suma y sigue. Dicho con el debido respeto, y sin acritud. Continuará.

 

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