En una novela de Petros Márkaris, una de la serie ubicada en la crisis financiera, el comisario Jaritos llega tarde a su cometido por una razón: dos manifestaciones que se contradecían. Por una parte, unos jubilados reclaman la permanencia en el euro para salvar su pensión; por otra, los jóvenes quieren abandonarlo, ya que Varoufakis, eximio y desaparecido político, les había prometido que la huida de la moneda única conduciría a Grecia al paraíso y a no pagar deudas.
De aquellos polvos, estos lodos. Los atribulados vástagos de la pequeña burguesía y clase media europea veían truncado su patrimonio y su futuro. Muchos afirman que la situación ha empeorado.
Desde los últimos procesos electorales europeos, aderezados por encuestas de toda índole, se afirma que las generaciones más jóvenes han abandonado a los partidos tradicionales de sus padres, se han desplazado en el campo conservador a la ultraderecha y en la izquierda al populismo.
Esta brecha generacional puede definir el panorama político europeo, y el comportamiento no solo político, sino también social de las generaciones que deben liderar el futuro.
En Polonia, la izquierda más radical (Juntos) superó, en la primera vuelta, a los socialdemócratas. Una situación parecida a la de Rumanía, antes de la segunda vuelta, donde, además, 19 millones de votantes abandonaron a los partidos tradicionales, cuya reputación política es deplorable.
Las elecciones portuguesas añadieron dos nuevas pistas a las comentadas.
El bipartidista régimen de la revolución de los claveles (50 años) saltó por los aires debido, fundamentalmente a la debacle de la izquierda: los socialistas pierden un 5,20% del electorado y la extrema derecha ha ganado doscientos mil votos, supera a los socialistas, más o menos lo que igualmente ha ganado el centro derecha.
¿Qué ha pasado con las otras izquierdas? Pues mire usted, los comunistas pierden 3 escaños y Libre, la enésima escisión a la izquierda de los socialistas, resiste. Los tres partidos a la izquierda de los socialistas en Portugal no superan el 10% y ninguna supera el 5%. Lo que están diciendo las encuestas en España.
El voto de las tres elecciones revela, en primer lugar, una preocupación económica –más allá de la castigada Rumanía-, Polonia y Portugal no logran que el crecimiento macroeconómico se note en la renta personal. En Portugal, como en España, crece el PIB, pero no la renta “per cápita”, los salarios no llegan, la vivienda está imposible y la emigración es el futuro para los más jóvenes.
La izquierda social, en fin, no resulta creíble para los más jóvenes y, también, en el centro derecha, se observa una fuga generacional a las formaciones más radicales de la derecha, que compensan con voto socialdemócrata.
El envejecimiento de la población se acompaña de una desafección política que está pagando, en primer lugar, la izquierda política.
¿Qué está pasando con el comportamiento político de los jóvenes? Todos los cronistas y analistas nos empeñamos en buscar respuestas. Aquí tienen una, podrán elegir muchas otras.
En las décadas de 1950 y 1960, el voto a partidos socialdemócratas e izquierdas era un “voto de clase”, estaba fuertemente asociado a la población de bajos ingresos y con un menor nivel educativo. La situación ha ido evolucionando desde entonces.
Ahora, lo que revelan los sondeos, en modesta opinión del cronista, es una desconexión entre las variables de renta y de educación.
El voto a partidos de izquierda se ha ido asociando gradualmente a votantes con mayor nivel educativo. En España, IU fue un buen ejemplo de ello, pero, en su mejor momento, era pura clase media, con renta media o alta.
Ahora, parece que el proceso se ha radicalizado: los votantes de altos ingresos siguen votando a la derecha, mientras que los votantes de educación superior han pasado a apoyar a la izquierda más radicalizada. Quienes carecen de renta y de formación, especialmente hombres, están votando a la ultraderecha.
Este proceso produce fragmentación política y polarización. Los partidos comunistas han desaparecido, mientras que las formaciones de la izquierda populista y de ultraderecha han aumentado su peso. Si el socialismo español resiste más que en otras partes es por el contagio populista, la “podemización” del PSOE que ha impuesto Sánchez.
El panorama viene definido por una izquierda “brahman” (casta superior de donde deviene la superioridad moral y el gobierno de los “preparados”) y algo “caníbal”, el conflicto como metodología política. El término “brahman”, asociado a la izquierda, fue inventado por Piketty, economista de izquierda, para definir a los formados y formadas a quienes el sistema no premia con grandes rentas.
Un proceso que les ha alejado de la “derecha mercader”, los conservadores tradicionales, que reúnen a los jóvenes con más renta, aunque igualmente formados. La radicalización conservadora se nutre de aquellos que carecen de perspectivas económicas y formación, pero también de los resultados de las llamadas batallas culturales, especialmente hombres.
Los partidos que promueven políticas “progresistas” han visto su electorado cada vez más restringido a los votantes con educación superior, mientras que los partidos que defienden puntos de vista más “conservadores” sobre cuestiones socioculturales (partidos anti-inmigración y partidos tradicionales de derecha) concentran una proporción creciente del electorado con menor nivel educativo.
La izquierda, que ha abandonado el voto de clase para buscar nichos socioculturales nuevos, puede estar perdiendo la batalla entre los jóvenes, especialmente hombres.
Algunas feministas han alertado que ser hombre se ha vuelto complicado y otras (Naomi Klein) anuncian que muchos jóvenes ven en la llamada política de cancelación, el mundo “woke”, un deterioro de la libertad de expresión o quienes (Caitlin Moran) aseguran que esta cultura de “la carrera por la pureza” ha destruido más a la izquierda que a la derecha)
Si a eso le suman, como veremos en otra entrega, el efecto renta de algunas cuestiones (vivienda, precios, etcétera), tendrán una respuesta a los vientos conservadores.