Tardaremos unos días, en realidad, en saber si Sánchez le ha ganado a las encuestas. Lo cierto es que el identitarismo ideológico, algo de voto útil, a izquierda y derecha, la participación de los tradicionales abstencionistas de izquierda, la ley electoral y el voto de la amenaza han conseguido que las dos Españas empaten, una vez más.
Como es histórico, vean la historia liberal y las dos repúblicas: el empate de las dos Españas se traduce en una debilidad del Estado en el que se enseñorean los carlismos, cantonalismos, e independentismos.
Convertir en irrelevante a VOX es cosa importante. VOX no la va a pintar, se acabaron las mociones de censura (lo siento “Tamames” del universo), los recursos al constirucional y pintarla en el Gobierno. Y, ya verán, poco a poco perderá fuerza, por mucho que Abascal saque pecho, en las Comunidades donde creen que la pintan.
Ya les dije aquí que Vox parecía “enajenado, ido o frenético… A lo que cabe añadir tendencias fascistonas… Hasta su electorado parece percatarse de los costes de una alternancia basada en la presencia de VOX. De hecho, el voto útil amenaza con reducir el voto a VOX”. Pues eso es lo que ha pasado, aunque de forma insuficiente.
Les castigaré los días que vienen con números aunque más parece que VOX ha pasado a ser el partido de la España despoblada.
Pero el asunto no es Vox. El asunto es que, por distintas razones en el primer párrafo citadas, españoles y españolas hemos vuelto a levantar un muro de incomunicación entre nosotros y nosotras.
Si ésa es la voluntad de “Nosotros el pueblo”, sea. El cronista, visto lo visto, hubiera preferido una clara victoria de unos u otros. Los que somos de izquierda debemos reconocer algo: no hemos ganado; el poder territorial es un valladar y gobernar será un infierno. Pero, si además, nos apuntamos a la cosa del fantasma de Waterloo, estamos vendidos por décadas.
A nadie se nos ha escapado, viva la policía de Esquerra y la fiscalía de Sánchez, que al día siguiente de las elecciones detienen a Ponsati y se pide una euroorden para Puigdemont. O sea, que la negociación pasa de Catalunya a otro indulto, demasiado politiqueo parece.
El PP ha gestionado mal las expectativas, de acuerdo, pero desde Casado aquí le ha dado un revolcón a la izquierda. ¿Por qué le han faltado al PP cinco puntos que auguraban las encuestas? La movilización del voto del temor, es una razón, la complacencia, otra.
Hoy he escuchado a los guardianes de la verdad (Ser o Cuatro) decir, en un caso, que “el PP no quiere a un periférico” o que “hay crisis en el PP”… demasiado pronto estimados y estimadas guardianes, demasiado pronto.
Los medios de comunicación, con su alineamiento, han jugado un notable papel. La famosa verificación, se ha convertido, simplemente, en una vara de castigo, según el candidato o candidata.
El cronista, visto lo visto, hubiera deseado una victoria fuerte de cualquiera de los que podrían gobernar que una dependencia absoluta de cuatro fuerzas políticas (Esquerra, Junts, PNV, Bildu) empeñados en una campaña electoral a corto plazo, con “estratégicas” exigencias.
La izquierda puede aspirar a gobernar con un nuevo enredo, vale, sin problemas, yo voté izquierda, pero no cambalache. Algo hay que hacerse mirar, desde el discurso a las alianzas y las políticas. Pero repetir lo mismo, asentarse en el radicalismo que suponga un cambio en el modelo de estado es un peligro.
El PSOE ha resistido sobre dos patas: el voto en Catalunya y el País Vasco y el hecho evidente de que el electorado de Podemos no ha votado a Sumar –véase Madrid-.
Dos Españas se bloquean y alquilan la cosa al independentismo. Eso es malo para España y malo para la izquierda. Gritar “No pasarán” y “Que te vote Chapote” es una foto que ningún político razonable debiera asumir.
Las respectivas frustraciones pueden devenir en ira, como se sabe. Harían bien las fuerzas mayoritarias en evitarlo.
