Dice mi admirado Nicolás Sartorius que debemos reflexionar sobre una operación de “acoso y derribo” contra la democracia, “impulsada por la derecha”. Coinciden en el aserto los habituales intelectuales abajo firmantes y la militancia socialista convocada al efecto.
Fue la generación de Nicolás, tiene legitimidad para opinar sobre el asunto no cabe duda, la que construyó democracia, seguida con cierta humildad por quienes llegamos hasta la Constitución a base de golpes, detenciones y cosas de ésas. Al fin y al cabo, como Nicolás sabe, la democracia la hacen los pueblos.
La democracia ad hominem es algo peligrosa: suele concluir en populismos poco controlables, desde los que asaltan parlamentos a quienes pululan por la América hispana con sospechosas actitudes.
La democracia es base imprescindible para el ejercicio de la libertad, pero debe ser acompañada por otras cosas: sea la igualdad ante la ley, la separación de poderes, lo que viene a ser el estado de derecho. La democracia se basa en reglas constitucionales que deben ser respetadas y, si no, tuteladas por los tribunales afecte a los príncipes o la gente del común.
El griterío sobre la democracia debe ser tomado con cuidado. Democracia había cuando desapareció el Nani, o encalaron a Lasa y Zabala, con socialistas a cargo del negocio. Democracia había, cunado bajo ministro socialista, murió en Reinosa Gonzalo Ruiz. Democracia había cuando se condenó a la muerte política a Rita Barberá, declarada luego inocente, o cuando Ximo Puig empujó al exilio civil a Mónica Orta, declarada luego inocente.
Democracia había cuando un eximio líder socialista trató de humillar a la familia y mujer de Gallardón. Democracia había cuando fiscales o agencia tributaria han hecho públicos datos de un ciudadano o cuando han pasado las cosas que han pasado en las vallas de Melilla y Ceuta.
Reflexionemos, pues. El problema es que sea cual sea el resultado de la reflexión, las cosas se parecerán mucho. Decida lo que decida el doliente, la situación será la misma: una baja calidad de la democracia española.
Falta de transparencia, clientelismo y lobby de delincuentes fugados, legislación ad hoc, desequilibrios territoriales, problemas sociales que forman parte del relato, pero no se resuelven, intervenciones en los mercados escasamente justificables o por lo menos no explicadas, un sistema judicial herido, absoluta opacidad sobre decisiones inexplicadas. Y cosas por el estilo.
Es inútil la reflexión si el resultado esperado es el grado de autoridad el prócer o, en su caso, atemorizar a una supuesta galaxia periodística digital que debe ser muy facha ya que, entre otros, escriben Felipe González o José Luis Cebrián.
La reflexión no sólo ha erosionado la marca España, sino que ha sido divisiva como buena medida populista. Pero lo que es peor, nos ha sumido en una estrategia de inestabilidad política que se suma al complicado panorama que ya vivimos.
Puede ocurrir que Begoña sólo sea una indiscreta escribidora de cartas de recomendación, pero eso lo dirá un juez que, por cierto, no ha dicho todavía si la señora es investigable. Este dolor afectivo preventivo del compañero enamorado es legítimo, la forma elegida hace más daño a la ciudadanía que la simple reclamación de inocencia.
La reflexión no puede servir para legalizar el muro que nos espanta y divide. El discurso disidente, como el que piensa mucha gente en la izquierda y no se atreve a decir, para no ser acusado, de facha, de viejo izquierdista, de jarrón chino demodé, es lo que esconde el discurso de Sartorius y los habituales abajo firmantes: nos conmina al silencio.
El doliente nos invita a una reflexión inútil, porque nada democráticamente nuevo, nada que mejore nuestra calidad democrática saldrá de ella. Solo más ira, más estrechamiento del lado progre del muro.