De la mano tendida al exabrupto y la descalificación

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Lo que prometía ser un debate riguroso para conseguir un nuevo Gobierno necesario para España, ha acabado en una comedia de enredo, insultos y descalificación. El primer debate de investidura del socialista Pedro Sánchez no pasará a los anales de la historia de la política como un ejemplo de corrección y cortesía parlamentaria. La altura de miras predicada por todos los líderes –unos más que otros- en aras de conseguir la gobernabilidad del país dio paso, muy a pesar de los ciudadanos, a una comedia de burda representación en la que el exabrupto, el desprecio, el agravio y hasta la descalificación se convirtieron en ejes sustanciales del debate dejando a un lado la buena confrontación.

Todos y cada uno de los protagonistas –desde el candidato Pedro Sánchez, al presidente del Gobierno en funciones, pasando por Iglesias, Rivera y los representantes de ERC, Dill, PNV o los del grupo mixto- se cansaron de ofrecer su propia mano tendida para evitar el fantasma electoral. A renglón seguido, sin embargo, cada uno esgrimía sus estiletes dialécticos con los que cercenar y hacer añicos tal posibilidad.

En tiempos medievales –cuya aura incluso salió a relucir- se llegaba a escupir físicamente como estrategia para mancillar el honor. Siete siglos después se han afinado las chairas arguméntales para rebanar hasta la muñeca del adversario que ose mantener la mano o contradecir la posición ideológica del que la sustenta.

Mariano Rajoy fue el primero en esgrimir su sarcasmo y el intento de humillación para mancillar el «montaje propagandístico» con que, a su juicio, comenzó la representación. El presidente y líder de la formación más votada -el mismo que eludió su responsabilidad de intentar formar Gobierno-, acusó a Pedro Sánchez de tomarle el pelo y el de los españoles por pedir el apoyo del Congreso con el único argumento de que el otro no gobierne. Rajoy llegó a comparar el pacto de gobierno progresista y de cambio defendido por socialistas y Ciudadanos con el Tratado de los Toros de Guisando.

La retahíla de chascarrillos e ironías –vodevil, bluf, ficción, bálsamo de fierabrás, perro del hortelano, etc.- se quedaron cortos tras la arremetida del líder de Podemos en sus descalificaciones a medio arco parlamentario y, en especial, a Ciudadanos, partido al que tildó como «la naranja mecánica» y «el plan del Ibex 35» al que se ha acercado Pedro Sánchez en su intento de gobernar.

Un Albert Rivera educado que no quiso responder, cambió la dirección de sus dardos hacia el PP, al que pidió su rebelión para echar al propio Mariano Rajoy para acabar con la corrupción con el objetivo de limpiar y regenerar su formación

Asamblearismo, beso fraternal y cal viva

Las soflamas de Pablo Iglesias vinieron inmediatamente después de su beso fraternal con su alter ego de En Comú, Xavier Doménech -delante de los ministros del Gobierno-. Con una arenga asamblearia en la que pretendió no dejar títere con cabeza vinculó al PP con el totalitarismo de la dictadura de Franco; identificó a Rivera con el franquismo y de «jefe de escuadra de la posguerra», y conminó al PSOE a no dejarse aconsejar por aquellos cuyo pasado estaba manchado de cal viva.

En su intento por refundar la nueva democracia e incluso saldar cuentas con una Transición que no vivió, el joven profesor a punto estuvo de fundir los plomos de la izquierda al recordar guerra sucia al expresidente Felipe González y los GAL. Su bisoñez política y generacional le impidieron recordar que ese mismo Parlamento debatió, criticó, censuró y repudió 25 años atrás aquellos comportamientos antidemocráticos que la justicia sentenció.

Sánchez evita el cortocircuito total

Quizá por ello, el candidato a la Pesidencia del Gobierno -templado y posibilista- intentó evitar el cortocircuito total al recordar al representante de Podemos que en la nueva situación solo hay dos opciones, o el cambio o la continuidad, y que si el viernes Pablo Iglesias también vota ‘no’ junto al PP y Mariano Rajoy, «se habrá convertido en lo mismo que había venido a cambiar». Según Sánchez, el líder de Podemos desoye el mandato del cambio que dieron los españoles dedicándose a vetar, excluir y levantarse de la mesa de negociación.

A los independentistas irredentos, los viejos y los convertidos –ERC y DiLL-, que continúan asegurando que España mantiene el «odio» hacia Cataluña por lo que irán a la desobediencia civil, les replicó que fuera de la ley no hay nada, sino el arbitrio del más fuerte, emplazándoles a rectificar «su error».

Convivir y ‘conllevar’ para salir del bucle melancólico

Así las cosas, el bucle intransigente que vivimos en el arranque de la undécima legislatura hará difícil despejar el laberinto en que los ciudadanos colocaron la política española si nadie cede en sus intentos por asaltar el cielo (¿o el Parlamento?) o el de perpetuarse en la poltrona del poder.

Como recordó el portavoz socialista Antonio Hernando, el próximo año se cumplirán 40 años de las primeras elecciones libres desde la Segunda República y durante este tiempo el pueblo español ha tenido la oportunidad de ejercer su derecho al voto en 11 elecciones generales. El tiempo de las mayorías absolutas se ha ido para no volver, al menos un buen tiempo. Si lo que pretenden algunos es repetir las elecciones hasta que nos acerquemos a aquellas mayorías, tan cómodas en el Parlamento pero tan alejadas de la España actual, «es que aún no se han dado cuenta de que el futuro ya no es lo que era».

No hay otro remedio que convivir y conllevarse.

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