Es como el pilla-pilla, o pillas o te pillan: en un cara a cara, por mucho que se escandalicen las gentes de orden, o le partes la cara al contrario o te la parten a ti. Que cuando se disputa un título la gente suele gritar ¡tongo!, ¡tongo! si los dos se evitan o acaban sonados y el combate se declara nulo.
Aspirante Sánchez salió a dar tortas como panes en todos los segundos de cada asalto. El campeón Rajoy se movía con la lentitud del que no ha entrenado para la pelea, que llevándole Ribeiro a Bertín Osborne se está mucho mejor, ¡dónde va a parar! Y con la indolencia habitual y hasta el aburrimiento del que repetía el sermón de la montaña: nos-pedían-el-rescate-y-lo-resistimos, íbamos-a-la-quiebra y ahora-nos-pagan-por-prestarnos-dinero, se-destruían-1.500-empleos- diarios-y-ahora-son-1.500 –los-que-se-crean-al-día…
Mientras tanto el otro dale que te pego, siempre con los mismos golpes directos de la corrupción o el gancho del rescate bancario, al mentón, al hígado, al plexo solar, a los flancos, aunque buena parte del tiempo golpeara al aire o a los brazos que, como un buda articulado, subía y bajaba compulsivo el presidente en funciones para intentar cubrirse de la paliza. Y bastante hizo con evitar tirar la toalla antes de que sonara la campana final. Si en ese debate se hubiera disputado el título de presidente del Gobierno, el cinturón lo ceñiría ya Pedro Sánchez. Pero aquí los jueces soberanos se guardan su papeleta hasta el domingo y además tendrán en cuenta otras muchas peleas para decidirse, que aunque sólo televisara una de las eliminatorias hay otros muchos contendientes a tener en cuenta. Pero que nadie lo dude, uno de los dos «protas» de esta cara a cara será presidente.
Pese a los arrumacos y cucamonas que recibirá en Moncloa, Mariano Rajoy estará dolorido. «Muy bien, presidente, ése se ha retratado: un faltón y un maleducado nuca llegará a presidente», «Tienes razón, es un miserable, un ruin y un deleznable y eso le perseguirá toda su vida». Y por muchas llamadas, e-mails y watsapps de ese estilo que le estén llegando seguirá fastidiado. Sobre todo porque las encuestas le tienen convencido –y lo más probable es que acierten- que seguirá siendo presidente después del 20D. Y así, oye, buena gana de llevarse tantos palos delante del personal.
Pero lo que seguramente le debe tener más enfurecido es que sabe que los tortazos recibidos no le van a robar un solo voto de su electorado pero si le valdrán, en cambio, a Pedro Sánchez para movilizar a todos sus votantes y evitar que Podemos le robe muchas papeletas. Ese debate pudo decidir también a muchos indecisos.
A Jorge Moragas y a los de Génova se les ha debido atragantar lo de «salvar al soldado Sánchez». ¡Pues menos mal que estaba en las últimas..! Y no porque estuviera mal la estrategia. Se trataba de ningunear con cierta condescendencia al único candidato posible que pudiera quitarle la presidencia a Rajoy. Y de hacer todo lo posible para abrir aún más las dos hemorragias que dejaban al PSOE anémico en las encuestas: sus votante más centrados podían optar por Ciudadanos, los más radicales irse con Podemos para dejar a los socialistas de segundos o tercerones en el Congreso con un grupo parlamentario de juguete.
Pero los reflejos mostrados en los que va de la campaña por el candidato socialista o por Óscar López o César Luena están sirviendo para ir cerrando boquetes. En una sola semana parecen haber logrado dejar a Ciudadanos en su sitio, más a la derecha que en el centro: muy modernos, emergentes y nuevos pero liberales a tope, amantes del despido barato, los copagos, la barra libre de las empresas privadas en los servicios públicos y el centralismo más descarado. Ese parece ser el mensaje de las últimas encuestas que, de consolidar al partido de Albert Rivera como aspirante al segundo puesto en las elecciones, les sitúan ahora en el límite entre el tercero y el cuarto puesto.
La dura intervención de Sánchez ante un Rajoy y un Campo Vidal demudados fue toda una contundente manifestación reivindicativa del liderazgo en la izquierda. Hasta Alberto Garzón, el candidato de IU, que quiere abrirse paso en esa liga de la izquierda, no ha podido disimular en la cadena SER su admiración por el radical discurso de Sánchez en el debate.
Mal hará Pablo Iglesias, por su parte, en desdeñar la intervención del secretario general del PSOE como el canto del cisne de la «vieja política». Más le valiera salir de su mesiánico discurso que tanto entusiasma a la muchachada de las redes sociales pero que puede convencer cada vez menos al votante de izquierdas de toda la vida. Después de la experiencia de su admirado Alexis Tsipras en Grecia y de las elecciones en Venezuela, Podemos no ha variado ni un milímetro su discurso y esa actitud además de terminar de dibujar su populismo es muy definitorio de su concepción de la izquierda y de la democracia.
Benditos emergentes que han llenado para revitalizar el sistema político y acabar con el dolce far niente del bipartidismo. Se abre la puerta a una nueva etapa de mayor inestabilidad, pero seguramente de más acuerdos, pactos y diálogos. Diputados y senadores tendrán que acordarse más de la gente cuando voten en el Parlamento. Pero se han querido instalar la novedad como una nueva ideología, como si la izquierda y la derecha fueran dos antiguallas de la llamada «burbuja política» o dos inventos protegidos por «el candado del 78». Espero que los votantes no se lo compren.