No lo hizo en su atropellado discurso triunfal, que para esas cosas Mariano Rajoy debe ser muy reservado. Tampoco el inmenso “Gracias” rotulado en el cartel instalado bajo el balcón de la victoria, en Génova, 13, personalizaba en nadie el agradecimiento. Pero si a alguien debe su supervivencia y resurrección el todavía presidente en funciones es a Pablo Iglesias. Nunca acabarán los populares de darle las gracias. Ninguno como el líder de Unidos Podemos para resucitar al muerto.
Hace apenas un año, arrogante y sabelotodo como siempre, el joven profesor de Políticas se atribuyó la tarea de instruir al rey Felipe VI regalándole la serie televisiva “Juego de Tronos” en discos blu-ray, “para que entienda la política española”, le espetó. Es posible que en la violenta y exitosa ficción de lucha por el poder que es esta serie de culto, el secretario general de Podemos se identificara con el personaje del Lord Comandant de los guardianes de la noche, John Snow, rescatado de la muerte en el guion de la última temporada para guiar a su pueblo hasta la victoria final. Sin embargo el politólogo de moda ha acabado perdiendo los papeles y en vez de interpretar al resucitado encarna ahora a Melisandre, la bruja roja de la serie, la que oficia la resurrección … pero de otro.
Los conjuros del soberbio Iglesias han logrado que los electores perdonaran a Rajoy la corrupción, el inmovilismo, el desgobierno, las trampas a la Constitución, los regates al rey y al Congreso de los Diputados, las desigualdades, los contratos basura, la merma de libertades, la pobreza de muchos trabajadores con empleo, la condena al desempleo de por vida de los parados de larga duración, las maniobras en el lado oscuro desde el Ministerio de Interior y hasta el escalofrío que recorre la columna vertebral de los ciudadanos de la cuarta potencia económica de Europa que se acaban de enterar que, siendo Rajoy presidente, es posible que se grabe y se difunda lo que en privado dice en su despacho el ministro del Interior, el teórico máximo responsable de la seguridad de todos.
Aquella noche que soportamos el único debate entre los cuatro candidatos en televisión escuchamos, sin saberlo, la única verdad. La dijo Rajoy, el vencedor de estas elecciones de más que hemos sufrido por la incapacidad de nuestros políticos: “Aquí se tiene que venir aprendido”. Y vistos los resultados nada más justo que tratar al líder de Unidos Podemos como a un inexperto y engreído becario metepatas. Desde aquel día en que reclamó para sí la vicepresidencia del Gobierno, el BOE, el CNI y RTVE no ha dejado de hostigar, provocar, intentar humillar y ningunear al PSOE con el único fin de fagocitarlo. Pues en vez del delirio del sorpasso se ha encontrado con un sonoro sopapo, como predijo en su día –aunque seguro que ahora casi no se lo puede creer- un dirigente muy próximo a Pedro Sánchez.
La estrategia de acoso y derribo al socialista ha provocado que mucha gente de izquierdas que andaba bastante harta de los de Ferraz se haya revuelto ante el impostor referente de la socialdemocracia y se haya movilizado logrando que el PSOE resista el envite y se mantenga, aunque con muchas heridas por el cuerpo, a la cabeza de la oposición. Y también parece que muchos comunistas de toda la vida han rechazado el travestismo ideológico de Iglesias, que declaraba su predilección por José Luis Rodríguez Zapatero mientras firmaba el pacto de coalición con Izquierda Unida.
La ególatra política del aprendiz de brujo le ha reportado un record de Guiness: perder 1.100.000 votos en seis meses de actividad política en el Parlamento. Con todo no ha sido esa debacle electoral de los morados el peor de los daños colaterales. Antes, mucho antes de que George R.R. Martin empezara a imaginar la trama de “Juego de Tronos” era conocida en todas las democracias la realidad de los clásicos en cualquier cita ante las urnas: el voto del miedo y el voto útil. Y de los dos se han valido Jorge Moragas, el director de campaña de los populares, y Mariano Rajoy para lograr su incontestable aunque insuficiente victoria.
Han sido los electores los que han resuelto la dicotomía que maliciosamente planteaba Unidos Podemos a Pedro Sánchez: “O apoyas el gobierno del cambio conmigo de presidente o apoyas a Rajoy”. El socialista no ha tenido ni que moverse, los electores lo han hecho por él. Consecuencia directa del voto del miedo –“todo menos que gobierne Iglesias”- ha llegado el voto útil y ahí, de paso, el bofetón se lo ha llevado Albert Ribera: los electores han considerado que sólo la derecha de toda la vida y no el centro de nueva creación pueden frenar a los “podemitas”.
En seis meses de inestabilidad política se ha perdido mucho tiempo en declaraciones, vetos y propuestas inútiles. Uno de los más equivocados y estériles era el debate sobre la voluntad real de Podemos y sus confluencias y alianzas para construir un cambio político a través de un gobierno progresista. En la fallida investidura de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias mandó votar a los suyos para apuntalar a Mariano Rajoy como presidente en funciones. Ahora también ha logrado apuntalar a los populares con su estrategia electoral. Entre apoyar al PP o al PSOE, Iglesias elige siempre al PP. Creo que ya no pueden quedar dudas. Lo mismo que hacía Julio Anguita, el gran gurú del máximo dirigente de Unidos Podemos. Es posible que Rajoy también le dé las gracias.