El invierno que no soñaba Calviño

Allí por el verano Calviño anunció la buena nueva: el crecimiento de España subiría más de un seis por ciento, encabezaríamos el crecimiento europeo y recuperaríamos a final del año el PIB de prepandemia. La elegantísima V invertida presidiría nuestro brillante futuro.

España no solo iba mejor, afirmaba Sánchez, sino que el ministro de Consumo sostiene que los españoles vivimos bien, ocurre que los medios de derechas nos ocultan la verdad.

Algo optimista dijimos aquí, pero qué es un presupuesto y un cuadro macroeconómico que no se cumple en España: lo normal.

Lo que no era normal es lo poco que aguantaron los números. El INE tardó dos días en desmentir las perspectivas, el Banco de España una semana, las instituciones internacionales unos meses. Lo último es que el crecimiento no será el más alto y que la Comisión Europea viene a creer que no será hasta 2023 que se recuperen los niveles del PIB.

El invierno que no soñaba Calviño está aquí. La responsable económica contaba con desembalsar sus ahorros. Más de 50 mil millones, que ustedes tendrían ahorrados, serían fuel para el PIB y para la Hacienda. Pues no.

Ha llegado la inflación. Ustedes han gastado más de ocho mil euros en subidas de precio y han empezado a guardar. De la luz y los combustibles a los alimentos crecen muy por encima de sus rentas y ustedes no están para bromas.

La inflación iba a ser un ratito. Que el crecimiento de los precios sea más o menos transitorio es la obsesión de todos los ministros de economía, pero lo es de manera especial para Calviño, ya que los colaterales españoles: pensiones, funcionarios o nueva negociación colectiva, tras la reforma laboral, son más altos que los europeos.

El efecto de segunda ronda sobre los salarios, que podría producirse, también, en primavera depende no solo de acortar la crisis marítima o finalizar con la ruptura de la cadena de suministros. Factores que, por otro lado, quedarían en nada si no se detiene la crisis de precios de la energía.

España está proponiendo, más allá de mantener unos alivios fiscales que se ha comido el oligopolio eléctrico, como era esperable y ya contamos aquí, dos medidas que no son razonables: dos mercados intervenidos, el de la energía verde y el del gas.

Cuestión de la que en Europa no quieren ni hablar. Especialmente, porque el gran impuesto que grava es la transición energética en la que nos hemos metido con poca reflexión sobre sus costes sociales.

Por otro lado, tanto en los suministros como en la energía operan conflictos geoestratégicos a los que no se les ha prestado atención y en los que Europa no la pinta. España menos.

El follón que no cesa con China. El conflicto entre Rusia o Ucrania, la bronca siempre inoportuna con Marruecos, que hace que la mitad de nuestro gas venga por barcos encarecidos, son factores que no aliviarán, precisamente, el susto de invierno de Calviño.

Por si poco faltaba, tenemos la inesperada evolución de la pandemia que la cogobernanza, que tanto entusiasma en estas columnas como ustedes saben dicho en modo ironía, había dado por concluida.

Pues no. No se trata solo de que variantes virulentas invulnerables a las vacunas retrase nuestra anunciada y especial inmunidad de grupo.

Se trata, también, de que la metabolización de la panacea de los fondos europeos -verde y digital, faltaría más- requiere del mantenimiento de una actividad económica tradicional (industria y hostelería) que parece que esta Navidad la crisis se ha llevado, de nuevo, por delante.

Uno no quiere ser pesimista, pero sin fundamentos fiscales que no se hayan agotado, el invierno del descontento económico español se puede proyectar a la primavera.

Bajar los precios sin dopar los mercados es fundamental: no consolidar una pérdida de poder adquisitivo debe ir acompañada por márgenes empresariales, que reduzcan el alto grado de deuda y empresas “zombies” que abundan, tras la ficción de los ERTE y las ayudas ICO, al borde de la moratoria.

Hasta ahora, el sector financiero se ha manejado bien, pero si al deterioro de rentas o la amenaza de la moratoria, se suman a la inflación, pueden presionar de nuevo a los intereses y, por lo tanto, a los Bancos Centrales.

Es verdad que hay ahora más palomas que halcones entre los banqueros y banqueras centrales, pero los programas COVID pueden acabarse, aunque se mantendrán los programas anteriores, lo que aliviara a las empresas, pero menos a los sectores públicos.

Nuestro presupuesto se ha financiado bien y barato: los 170 mil millones de aumento de deuda COVID española están en el Banco Central Europeo, regalándonos una prima de riesgo inalcanzable sin ayuda. La caída de compras al mes del BCE tiene un toque desestabilizador que Calviño pensaba compensar con el efecto consumo sobre el IVA.

Con el invierno, amigas y amigos, se irán los ERTE sin los nuevos aprobados en la reforma laboral tengan los mismos contenidos y efectos.

Hay mucho “zombi” económico, perdonen que insista en ello. Sostengo que algún giro hacia la actividad económica, tipo Italia mire usted, ayudaría más que tanta estrategia difusa, pero no financiable con claridad.

No; éste no es el invierno que soñaba Calviño.

 

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