El problema era Sánchez que se pone de acuerdo con Tamames

Enhorabuena camaradas, lo hemos vuelto a hacer. Miles de concejales, centenas de alcaldes y alcaldesas, presidentes de Comunidad, diputados y diputadas provinciales aún se preguntan qué han hecho para perder sus cargos. Y la respuesta es sencilla: nada. Ocho mil mociones de censura se han debatido y las ha perdido Sánchez.

Solo una cosa ha pasado: los que debían escuchar, empezando por los gurús y siguiendo por los sociólogos de cabecera, no han escuchado.

Quienes llevamos meses afirmando que el nivel de cabreo social era elevado, que las dádivas y regalos no lo compensaban, que las legislaciones sobre indultos y malversaciones que cambiaron, que las barbaridades legislativas en materia de igualdad, que los guiños a los okupas solo empeoraban las circunstancias, éramos, según el grado de finura de nuestros lectores, antiguos, viejos, antisocialistas, anguitistas y, en el mejor de los casos, fascistas.

Todos y todas quienes han perdido deben dar las gracias a los gurús de La Moncloa, a los expertos de Ferraz y, naturalmente, a Tezanos, El Certero, culpable de una orientación de campaña que conducía al desastre.

Que en las zonas económicas de servicios, más urbanizadas y con población más joven había una relevante movilización de la derecha, que las cohortes de población más joven se han derechizado, era algo que todas las encuestas estaban diciendo y que solo la soberbia de Sánchez decidió ignorar. Él solo podía ganar un plebiscito: lo hizo y perdió,

Todos los indicadores que anunciaban un cambio de ciclo político se han producido, incluida la división de la izquierda de verdad verdadera, fruto del jardín de egos en el que viven, más que otras explicaciones políticas solventes.

No nos engañemos. La deriva populista de Sánchez, su tránsito cada vez más acusado de la socialdemocracia al radicalismo, que ha desplazado su electorado hacia la izquierda más radical, que lo ha contaminado de “podemismo”, trufada de incomprensibles alianzas y complicidades, ha ido generando un grado de irritación social, fácilmente detectable a poco que se mirara a la sociedad.

Sustituir a alcaldes y alcaldesas, a presidentes y presidentas, anegando su gestión porque Tezanos y Pedro lo valían no sólo era injusto sino que reflejaba una ausencia de respeto democrático a los espacios institucionales de cada cual.

El problema era, es, Sánchez.

El espacio de las derechas ronda los nueve millones de votos, la abstención reflejaba especialmente la desmovilización de la izquierda.

Toda distancia que supera entre los bloques políticos los doscientos mil votos anuncia una tendencia de fondo: la ruptura de la tendencia a la igualdad entre bloques ideológicos y desborda el espacio que representaba el PP, incluyendo un votante socialista de centro “antisanchista” (sí; lo hay).

El discurso de las alianzas pluriterritoriales, culpable de no poca confusión en el electorado de izquierda y derecha, se debilita notablemente con los triunfos conservadores en Valencia y Baleares. El modelo territorial, con estos resultados electorales -incluyo los resultados del PSC-, recupera estabilidad y los riesgos se reducen a cómo funcione la estrategia de Bildu.

Todas las alianzas de Sánchez pierden votos, con excepción de Bildu. Eso pudiera ser normal si el PSOE hubiera ganado esa pérdida, pero ha sido un momento en el que todos pierden.

O sea, si se mira con detalle, la clave del resultado electoral es Pedro Sánchez. ¿Es esa ruptura social y cultural con el sanchismo definitiva?

Hay dos lecturas que no debieran hacerse. Una, trasladar a un voto general el voto municipal (cualquier cálculo en ese sentido dará una victoria de la derecha aunque no mayorías absolutas). Pero, tampoco, debe consolarse la izquierda con que las derrotas con el PP han sido estrechas en concejales.

En el primer caso, las circunscripciones electorales producen distorsiones. En el segundo, que las zonas urbanas más relevantes hayan producido victorias conservadoras prima el valor del voto de derechas. Que, por cierto, se mantendrán movilizadas mientras Sánchez sea la izquierda. Es lo que ocurrió con Pablo Iglesias: la imagen no centrada ha dejado de ser respetada.

Sánchez ha respondido con una súbita convocatoria electoral. Se trata de aportar de nuevo por un plebiscito, suponiendo que la nueva apuesta, basada en el temor a la extrema derecha (argumento que desde que Susana Díaz perdiera las elecciones no ha funcionado) solventará el desafecto y el cabreo social.

Probablemente, el fondo del asunto no es tanto el discurso sobre la derecha sino el voto útil. La premura electoral coloca a la izquierda de verdad verdadera en una difícil situación.

Primero, porque tienen diez días para resolver el problema de división que les aqueja, pero, sobre todo, porque la maquinaria socialista volverá a lo que sabe: convocar al voto útil, a la casa común de los progresistas. No es menos reseñable que, dado el actual mapa de población, ser cuarta fuerza política reduce el número de diputados potenciales.

No debe ignorarse que el actual mapa político impide gobernar del modo que se hizo en la anterior legislatura. Sin gestión autonómica, las políticas de Sánchez, su confederalismo, la descentralización administrativa, la devaluación de Madrid, la política fiscal autonómica, el desarrollo de las políticas de vivienda u otras, carecen de base política.

Sánchez era el problema y si las potenciales alianzas (Sumar, Podemos, ERC) no dan, que no lo parece, con la creciente sospecha del PNV y la previsible perdida de aliados canarios, a Sánchez solo le vale la absoluta. Feijóo, esta vez, tendrá el margen de maniobra que Rajoy y Casado no tuvieron.

Para qué engañarse, la izquierda no lo tiene bien, por mucho que apueste, esperemos naturalmente, la opinión fundada de Tezanos, El Certero.

Este cronista, por cierto, debe constatar que Pedro se ha puesto de acuerdo con Tamames: hacían falta unas elecciones anticipadas.

 

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