Errejón, Doctor Jeckyll y Míster ‘Heil’, un personaje en busca de su autor

¿Persona, personaje o personajillo? Esa dicotomía es tan antigua como el mundo. No la inventó Robert Louis Stevenson con El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, como parece querer hacernos creer Íñigo Errejón, un extraño caso de Dr. Jeckill, a cuya personalidad ya delirante de por sí complementa un sádico de proporciones arias, Mr. ‘Heil’. El concepto ya venía de antes. Los griegos lo habían etiquetado como el síndrome de Hybris, un desprecio absoluto del gobernante hacia el gobernado: yo lo tomo porque puedo y, además, me lo merezco. Pero también los griegos habían encontrado el remedio a tal mal y locura: la némesis, aplicada por Ramnusia, la diosa de Ramnunte, la de la justicia retributiva, la solidaridad, la venganza, el equilibrio y la fortuna.

Íñigo Errejón, el ‘niño’ de Podemos por su cara de infante apocado, más bien poco agraciado, menudito y sin grandes dotes de atracción para enamorar, se ha rebelado al fin como lo que siempre ha sido: un personaje en busca de su autor agresor. Una ‘persona’, Dr. Jeckyll, que se convierte en su propio ‘personaje’, Mr. Hyde –en este caso, el ‘personajillo’Heil’, saludo nazi por excelencia, pariente próximo del ‘camarada’ de los soviéticos-, que, no pudiendo ser ni un Don Juan ni un Casanova ni un Bradomín, se queda sólo en un supuesto abusador y en un supuesto maltratador.

Confieso que no me sorprendió la denuncia en las redes sociales, primero, y en la policía, después, sobre las supuestas agresiones sexuales de Errejón. De casta le viene a Podemos. Recuerdo, sin querer ir más lejos, la denuncia que Fernanda Freire –una exalumna de Juan Carlos Monedero– hizo en las redes sociales de lo que le ocurrió en un bar con Monedero y Pablo Iglesias allá por 2010. Pueden leerlo pinchando aquí, o también pinchando aquí. Ha habido otros casos similares o parecidos, y todos más o menos se han silenciado por las féminasno sé qué tipo de feminismo practican– de ese conglomerado de IU, Podemos, Más Madrid, Sumar, Comunes, Mareas… y suma y sigue.

Lo que sí me ha sorprendido ha sido “el canto al cinismo” de Errejón para justificar sus acciones y su propia dimisión como diputado y su retirada de la política. Esa dicotomía entre “persona y personaje” que dice él, ese “echar balones fuera” para justificar lo injustificable. El colmo de la estupidez es cuando alega que su personaje es producto del patriarcado, de una sociedad patriarcal que le ha conducido -¿obligado, con pistola en el pecho?- a cometer errores –meter mano, supuestamente, a quien no se dejaba porque Errejón no le gustaba lo más mínimo, sexualmente hablando-.

De ese grupo de estalinistas a lo rancio no me sorprende nada. Actúan como los fascistas, se tapan entre ellos. No me ha sorprendido que Iglesias diga que lo de Errejón se conocía desde hace un año. ¿Y por qué no lo denunció él mismo en su momento? Ah, ya, la cultura del chivateo, la omertá… la ley del silencio que parece que ha practicado la gran paloma blanca –hoy ya desplumada- de la coalición, Yolanda Díaz, o la diputada y portavoz de Más Madrid, Loreto Arenillas, que presionó para que otra presunta víctima del presunto tocón Errejón no denunciara. Mónica García, ministra por la Gracia del ‘número 1’, ha echado a Arenillas, pero, ¿por qué no se echa a sí misma dado que, según todos los indicios, ella también lo conocía?

Lo lamentable de todo esto es que, aunque Errejón sea culpable de lo que se le acusa, que yo no lo sé, en el fondo va a llevar razón: no es más que una víctima del personaje que entre todos le crearon. Al igual que otros cleptócratas que se apropiaron del movimiento 15-M, no es más que un enano que llegó a Brobdingnag. Lean a Jonathan Swift, lo entenderán.

 

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