El que el partido que gobierna en España sea el último con representación parlamentaria en Cataluña demuestra la ruptura política existente en nuestro país. Por otra parte, el grupo político que acaba de salir como mayoritario en el Principado, Ciudadanos, no tiene ningún diputado en las Asambleas de Euskadi, Galicia o Navarra, por ejemplo. O sea, nos quedamos sin partidos nacionales, con representación territorial generalizada, y cada región va a la suya.
No se trata sólo del caso de Cataluña. Ya no hay discurso interregional que valga y salen a relucir agravios comparativos, balanzas fiscales deficitarias, financiación comunitaria insuficiente… y se acaba hablando de los derechos históricos diferenciales de los territorios, en vez de los derechos generales de las personas físicas actuales, que debería ser lo que de verdad contase.
Para concluir, en las elecciones del día 21 los secesionistas catalanes obtuvieron el 47 por ciento de los votos y la mayoría absoluta de los escaños parlamentarios. Legítimo, sí, pero devastador si tenemos en cuenta que su único programa real es el odio a lo que representan España y sus ciudadanos y el deseo de emanciparse de ella al precio que sea, incluso al de la catástrofe económica tanto de abandonantes como de abandonados, al igual que en algunos matrimonios en que lo importante parece ser el mal ajeno incluso a costa de perder el bienestar propio.
El ejemplo próximo puede radicar en la renovada aceleración de huida de empresas, visitantes e inversiones, al ver que, como en el juego del Monopoly, volvemos a estar en la casilla de salida, en un inmovilismo permanente que sólo puede conducirnos al desastre final.
Los independentistas, que ya proclamaron en su día una República catalana -que, aunque nunca pusieron en práctica, tampoco llegaron a abrogar-, vuelven a hablar de “diálogo con el Estado”. En su concepción, no se trata de hablar para ver qué pasa, sino simplemente de cómo se hace la ruptura al precio más barato posible para ellos.
¿Quién puede hablar de qué, si tenemos un Gobierno más débil que nunca, partidos nacionales enfrentados, crecientes diferencias regionales y la estupefacta mirada de una Europa aterrada ante la que se le viene encima?
El resumen de todo ello es que la unidad territorial de España ya no existe y que, aunque todavía no lo sepamos, estamos cayendo por el precipicio sin saber si existe o no red alguna al final de la caída.