Yo ya se lo dije, últimamente se lo repito mucho, pero es que no me hacen caso. Es obligación de un gobierno del cambio buscar fascistas. Y éste ha encontrado, conocida su eficacia de gestión, un método infalible: somos fascistas quienes no somos del gobierno.
La señora Montero, de los Montero de la igualdad, dice que los jueces son fachas. La responsable de la violencia contra las mujeres, a la sazón juez, sostiene que los jueces no advirtieron de falla alguna en la Ley del “solo sí es sí”.
El caso contrastado es el que es: los jueces aplican un conocido precepto jurídico y el Consejo General del Poder Judicial, punto 84 y página 142, indicó: “…la reducción de los límites máximos de las penas comportará la revisión de aquellas condenas en las que se hayan impuesto las penas máximas conforme a la legislación vigente”.
Que una ministra acuse de fascista a un poder del Estado, es notable, ya que si uno lo es, todo el Estado lo es. Y acusar de mentir desde el Gobierno, cuando no se ha mentido es, igualmente, notable. Las consecuencias políticas serían evidentes en cualquier sociedad de derecho, pero las sociedades de derecho son, como se sabe, fascistas.
Fascistas eran, también, los altos funcionarios de justicia que pedían calma para depurar la ley. Las feministas socialistas que pedían tranquilidad. Las feministas de siempre, de las de antes de que lo feminista fueran los hombres “autodeterminados”, que las cosas no se hacían así.
No les quepa duda: entre los jueces y el parlamento arreglarán el asunto. Los jueces se coordinarán y la ley cambiará. Los violadores y abusadores volverán a donde deben estar. Como ya dijo alguien en el debate (un o una fascista, naturalmente) bastaría una disposición transitoria para identificar qué penas no serían revisables.
La impericia y el orgullo han sido las madres del fiasco. Los que advierten sobre la ley “trans” (expertos en género, médicos, juristas y feministas, todas y todos fascistas) no dejan de considerar que en esa ley está pasando lo mismo.
Lo lamentable del asunto es que da igual que sea de economía o de igualdad, de industria o de salud. La culpa es de la fascista de Ayuso, a la que en fila nos vamos añadiendo casi todos y todas.
Tomen nota. Ahora las medidas económicas, lo dice la fascista Europa, no deben ser genéricas, a causa de la inflación. Lo decía Ayuso, fascista, y dos días después dice Calviño que no ve claro lo del combustible rebajado para todos.
Dicen abundantes fascistas que cambiar la sedición y la malversación, sin acuerdo político sobre el compromiso futuro, no es razonable, aunque son muchos los socialistas, al borde del fascismo, que afirman que, electoralmente, eso tendrá costes.
Dice el fascista del Defensor del Pueblo que lo de Melilla no está claro y que el gran protector del cambio, Marlaska, naturalmente, no ha dicho todo lo que debe decirse.
En fin, las cosas como son. Los fascistas no entendemos a nuestro gobierno. Porque todos somos fascistas, desengáñense. Somos camisas pardas que no entendemos lo que estos ministros de gloria hacen por nosotros y nosotras. Yo no tengo problema, aquí me llaman fascista un día de cada dos, la última vez cuando dije que lo de Marruecos tenía mala pinta.
Insisto: yo, avisados les tenía. Aquí les dejé un comentario (Mientras buscamos fascistas) en las que sugería que “…antes de ponerme a seguir a todos y todas las nuevas “pasionarias” … permítanme que reflexione sobre donde estamos, con el único objeto de resistir mejor, como me pide la lideresa de la victoriosa izquierda… lo nuevo es que la izquierda se ausente a golpe de griterío, ruido y conflicto, sin posibilidad de mediaciones, consensos, dando carpetazo a todo lo que alguna vez fue sólido, pergeñando alianzas que hieren a la mayoría, amarrando el poder como toda estrategia…”.
Había cosas sólidas cuando gobernaba la izquierda vieja: cierta seguridad jurídica, cierto rigor y algo de humildad. Lamentablemente, es más fácil contar fascistas. Pues nada. Vamos a ello.