La pasión según Trump (y IV): tanta pasión para esto

¡Predicadoooor! Se oye el grito desde el fastuoso sepulcro del mundo Maga. Nadie contesta. El personal de América tiene un problema: no acaba de comprender que cuando ellos se levantan, el mundo lleva horas en sus afanes. Naturalmente, Donald, que es más sabio que nadie, se ha dado cuenta: lo hacen para abusar de nosotros. Ha pedido al secretario correspondiente que el día empiece en América del Norte, pero los científicos dicen que es cosa solar, que no hay manera. Él también quería ser un dios para esto, no solo para despedir al banquero central (Reserva Federal).

Tanto es así que, cuando Donald se ha levantado, se ha puesto la FOX y ha descubierto tres cosas inaceptables de golpe. Una, que no ha resucitado. La segunda, que en todo el mundo conocido, del uno al otro confín, el resucitado es un tipo con barba, con pinta de judío o palestino, al que llaman Cristo, el hijo de Dios.

Por último, resulta que ha descubierto que el tal hijo de Dios tiene un portavoz, que es un argentino sin serrucho, que mientras él dormía ya se ha hecho una bendición para todo el mundo, metiéndose con el gasto de armamento y ha tenido tiempo de decirle a Vance que el “ordo amoris” (el orden del amor) no es América primero, sino el prójimo primero: inaceptable, es un maldito “zurdo” el tal “Paco”.

Llama al secretario de comercio: tú, listo, ponle unos aranceles al Vaticano. El secretario se azora, balbucea y finalmente consigue decir: presidente, ellos no comercian con nosotros, además… tenemos allí algunos amigos que, de vez en cuando, nos blanquean dinero, en nombre del Espíritu Santo, naturalmente.

¡Predicadoooor! Vuelve a gritar. Alguien le informa: ha salido en misión pastoral, dice que no volverá en meses. Trump se da cuenta al fin: me ha engañado, voy a llamar a la FOX para que lo sustituya.

Melania se ríe en un rincón. Él la ve: ¡acabas en Éfeso, en una cabaña; acabas en Éfeso!

Tanta Pasión para esto. No solo no será un dios, sino que todo el mundo le toma el pelo. Los chinos no le envían productos, los europeos bailan con su “amiga” Meloni, los rusos le mienten, Netanyahu bombardea, la “pandi” pierde dinero, los mercados desconfían. Los universitarios le preparan una encerrona.

Una marea juvenil se ha preparado, mientras él preparaba su resurrección como un dios. Denuncian el retroceso democrático del país.

Los besos que, según él, recibe en sus posaderas, confirman que la democracia americana, tan ponderada por Tocqueville, ha entrado en una fase anal. La simbiosis entre oligarquía, tecnología y política conduce, sin más, a un retroceso democrático, se convierte en deposiciones. La economía es lo primero en oler mal, qué será después, se pregunta el personal.

Ahora resulta que los viejos valores liberales europeos son un peligro para Occidente. La radicalidad conservadora de Trump espanta a liberales y progresistas por igual, solo se apuntan los que nunca fueron liberales. En realidad Trump es un viejo falangista que ve el mundo en forma de “dos orillas”: mi resort o la barbarie.

Sustituir los sesgos liberales por los radicalmente conservadores sólo servirá para subvertir la objetividad científica, social y académica.

Pocas personas quieren vivir en una cámara de eco. A muchas no les importa ser amigas de quienes votan de forma diferente a la suya. Y muchas, probablemente, coincidirán en que “quien solo conoce su propia versión del caso, sabe poco de ella” (Stuart Mill); que para comprender realmente el propio argumento también hay que conocer los argumentos de quienes discrepan. El mundo de orillas y muros es, simplemente, populismo reaccionario, lo cante quién lo cante.

Cómo crear una cultura que fomente una interacción más fructífera entre quienes tienen diferentes opiniones políticas se ha convertido en una cuestión clave en el debate público contemporáneo.

El ataque a Harvard, elitista Universidad privada que recibe la solidaridad de todo el progresismo universal, por cierto, forma parte de un intento de imponer la autoridad política sobre la vida académica. Aunque Trump dude, en realidad sí es vaticanista: pero de los viejos, el Santo Oficio y eso.

Ya sabíamos que Donald no iba a ser un dios. La ficción del cronista era solo una broma entre las torrijas y el potaje de vigilia. Lo que quizá no sabíamos es que el mundo mantiene sus peligros, pero empieza a rearmarse contra la diplomacia del matón, la economía del culo lamido y el autoritarismo de los malvados.

Mientras nosotros y nosotras volvemos a casa, tras días sin afanes, con nuestros problemillas por resolver, enredados en las cositas de nuestra aldea, Donald se sigue preguntando por qué no es un dios. Se siente, la democracia no va del “síndrome del gran hombre” –quizá otros debieran caer en el asunto-.

Al cronista le pasa como a De Niro: “Todos los días me pregunto qué nos ha pasado para llegar a Trump”.

Me ha llamado “malvado”, se queja Trump, y le pide al oportuno secretario que le ponga un arancel a las pelis de De Niro. El secretario le cuenta que no es posible y que los chinos quieren hacer películas.

¿Por Dios, no puedo despedir a un banquero ni castigar a un cómico? Tanta pasión para esto.

 

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