Sin mayoría parlamentaria suficiente, aislado de todos los grupos políticos (salvo el suyo, por supuesto, y, probablemente, de Ciudadanos) y siendo el político peor valorado del país, es prácticamente imposible que Mariano Rajoy pueda formar Gobierno.
Salvando las distancias, es lo mismo que le ha pasado a Artur Mas en Cataluña. Por eso, él ya no es presidente de la Generalitat, sino el desconocido Carles Puigdemont.
La situación política actual no puede resultar más desoladora: con un Parlament catalán que ha declarado su propósito secesionista (solo le falta llevarlo a cabo mediante leyes que ya ha anunciado), no existe hoy día un Gobierno español que le haga frente y las alternativas inmediatas son a cuál más estrambótica: un Gabinete de contrarios (Podemos y Ciudadanos en un mismo saco, anudado por el PSOE) o este último al frente de un batiburrillo de partidos, incluidos algunos antiespañoles.
Ante eso, solo queda el suicidio político o una tercera vía institucional de aquellos que aún creen en el Estado democrático actual y en la igualdad de sus ciudadanos.
Ello, claro, pasa por un acuerdo de PP, PSOE y Ciudadanos que requeriría el sacrificio de Rajoy (y probablemente el de Pedro Sánchez). El líder del PP habría de dar ese paso a un lado de su homólogo convergente y dejar que otro político de su partido encabece un Gobierno de coalición (con alguien del PSOE que realice el mismo papel que Oriol Junqueras hace en Cataluña).
Ese nuevo Gabinete, efímero por definición, debería estabilizar el país, defender sus instituciones, frenar el proceso autodestructivo del Estado y hacer las reformas constitucionales necesarias para garantizar y profundizar la democracia. Luego, unas nuevas elecciones pondrían a cada uno en el sitio que les atribuyan los ciudadanos.
Mientras que, en cambio, Mariano Rajoy se empecine en mantenerse en el poder solo contra todos (incluido un número creciente de militantes y votantes del propio PP) la solución a los problemas de España parece más que improbable.