No hay adultos en la sala de Trump

Hay quien sostiene, con no muchos argumentos, que con Trump pasará en este mandato como con el primero: que todo quedará en agua de borrajas. Hay tres razones para dudarlo: ahora es un “pato cojo”, un presidente en mandato final, sin miedo alguno a costes electorales; en segundo lugar, los liderazgos opositores son notablemente más débiles que entonces. Pero añado la que me parece diferencia más importante: no hay adultos en la sala de Trump.

Hay también quien dice que los perniciosos efectos económicos de sus decisiones compulsivas tienen un objetivo oculto: la bajada de los tipos de interés, a la que la Reserva Federal se está resistiendo.

El hecho es que los temores no son sobre el precio del dinero: los temores generalizados, tanto en Estados Unidos como fuera, es que sus decisiones están haciendo nacer a gran velocidad un “trumpcesión”, que es como una recesión, pero a lo bruto.

Los aranceles de la época “Maga” (de las iniciales de Make America Great Again), que en realidad son impuestos al consumo de sus propia ciudadanía, han producido tres efectos inmediatos: el derrumbamiento de la confianza del consumidor- transcendente en USA, porque conduce a guardar dinero más que a consumir, ante una previsible crisis de precios-, la caída de las bolsas, debido a la inestabilidad que produce el futuro de las inversiones, y la demanda de ahorro y a que el regulador (Musk) regula para el interés de sus empresas.

El jueves, el índice S&P superó un hito: se situó más de un 10 % por debajo del máximo alcanzado menos de un mes antes, una caída que cumple con la definición de “corrección” de Wall Street. En otras palabras, incluso si el mercado finalmente repunta, no se trata de un bache, sino que tardará en alcanzar su valor si es que vuelve a alcanzarlo.

Sobre la bolsa, hay que decir que es un indicador más relevante en USA que en otros lados, no solo por su volumen de contratación, sino porque el consumo está más alineado con los índices de la bolsa que en otros países donde depende más de clases medias y salarios –el crecimiento del PIB tras la pandemia se debió al consumo de los ricos, procedente de las rentas bursátiles-.

Contamos, además, con un regulador, oligarca enloquecido, payaso al que se le ha concedido la motosierra, al que se acompaña con decisiones geoestratégicas que conducen a efectos deplorables. Por ejemplo, la única fuente de energía que se mantenía en niveles aceptables (el petróleo) ha saltado por los aires con el desmedido ataque aéreo a los hutíes en Yemen.

El propio Trump sospecha lo que se avecina. “Odio predecir cosas así”, dijo esta semana. “Hay un período de transición porque lo que estamos haciendo es muy grande. Estamos devolviendo la riqueza a Estados Unidos… Toma un poco de tiempo”.

Lean bien: el gran impulsor, que en campaña prometió cambiar la situación “desde el primer día”, ahora adopta la postura del loto, hablando de “transición” e instando a la paciencia. Consecuencia evidente del terraplanismo económico del que aquí les he escrito.

Si a las decisiones desde que asumió el cargo hace menos de dos meses le sumamos un tipo con ojos desorbitados y una motosierra destrozando una burocracia federal que brinda servicios de los cuales dependen tanto ciudadanía como los líderes empresariales, a pesar de toda su charla sobre un Estado mínimo (ya sean escuelas, carreteras o controladores de tráfico aéreo para mantener los aviones en el cielo), se puede entender por qué el único número que sube en Wall Street en este momento es el que mide el pesimismo.

Los Estados Unidos de Trump tendrán menos capacidad para capear una recesión, porque los recortes de Trump-Musk están desmantelando gran parte de la infraestructura de apoyo social (Medicare, Medicaid y alimentos),

Pero también las de apoyo a la economía. Los recortes perjudican a los propios votantes de Trump: parques nacionales cerrados durante el verano, retrasos en las prestaciones para veteranos, un accidente mortal en una zona antaño protegida.

¿Por qué? La explicación reside en su visión del mundo, a través de una lente nublada por el mismo fenómeno que tanto se esforzó por identificar: las noticias falsas.

Durante gran parte de la última década, la atención se ha centrado en personas como Trump y Musk como propagadores de falsedades. Se ha prestado menos atención a su papel como consumidores de mentiras.

Esto se debe a que Trump está, como dijo Zelenski, “atrapado” en una “burbuja de desinformación”. Esta se compone del equipo de aduladores, terraplanistas económicos, predicadores religiosos, radicales ineptos, que ahora le rodean y cuyo mensaje se refuerza cuando se reúne con la prensa: los supuestos reporteros con los que Trump se encuentra son, de hecho, representantes de medios pro-Trump tan serviles que hacen que Fox News parezca periodismo independiente.

Dentro de la burbuja de la información, cualquier voz contraria puede ser desestimada (es como su propia “fachosfera”), incluso si requiere acrobacias para hacerlo. El último objetivo de Trump es el conservador Wall Street Journal (WSJ), propiedad de Murdoch, que se atrevió a señalar los peligros de una guerra comercial: Trump replicó que el WSJ “globalista” era “propiedad del pensamiento contaminado de la Unión Europea” (sic). Dentro de la burbuja, no hay lugar para la verdad: qué les contaré que ustedes no sepan y vivan.

Drogado por la postverdad y sus fantasías, con sus aduladores pasa como con los “cabezas de huevo” de la Moncloa que tan bien conocemos: conducen al desastre. Todo podría pararse, pero ¿hay algún adulto en la sala?

https://peregrinomundo1.webnode.es/l/no-hay-adultos-en-la-sala-de-trump/

 

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