El “OTAN no” y el “No a la guerra” no le funcionarán a la izquierda populista

No falta quien sueña con revitalizar los amplios movimientos sociales que se produjeron en el momento del referéndum sobre la OTAN o en la guerra de Irak. Ninguna de las posibilidades o estrategias de entonces están hoy al alcance de lo que fueron las movilizaciones sociales y culturales más amplias que se recuerdan, tras la lucha por la democracia.

No habrán oído a nadie del cine o la cultura gritar contra el aumento del gasto militar. En primer lugar, estos sectores que legitiman este tipo de movilizaciones, son hoy más dependientes de la administración política de lo que eran en el pasado. En segundo, la autoridad moral de las fueras que deben articular un movimiento de esta naturaleza no existe.

Debe recordarse que el movimiento “antiOtan”, además de trabajar durante años, respondía a una mentira: “De, entrada no” constituyó una afrenta, el argumentario del referéndum irritó tanto a las bases socialistas como a las del movimiento y el PCE.

Se convirtió, en consecuencia, en un movimiento socialmente transversal y no partidario. Recuérdese que Izquierda Unida, nacida después del referéndum (1987), solo obtuvo tres diputados más de los que ya tenía el PCE y Felipe González perdió crédito ético, pero mantuvo la mayoría absoluta. Hay que decir que entonces en la Moncloa también había “cabezas de huevo (Julio Feo) que inventaban estrategias enloquecidas, como en la actualidad: la diferencia es que, entonces, les salía bien.

El movimiento contra la guerra fue también transversal. La Cumbre de las Azores unió a la izquierda política: contra Aznar, contra el belicismo norteamericano y, también, a la generación que deseaba revancha del referéndum sobre la OTAN, más allá de evidentes razones objetivas: nunca se justificó la amenaza que suponía Irak y se temía, con razón, que la desestructuración iraquí provocaría la islamización radical de la zona.

En una palabra, la herencia política de aquellas batallas depositadas, según criterios discutibles, en Sumar y Podemos, no parece en condiciones de alentar movimientos sociales de tal magnitud.

En primer lugar, la evidencia de la autocracia rusa y la desconfianza sobre Trump desaniman a la mayoría social. De otro lado, las citadas fuerzas políticas han mostrado unas alianzas con Putin, con Irán y otras que las izquierdas de los movimientos anteriores no tenían.

Siempre hubo diferencias internas tanto en el NO a la OTAN como en el No a la guerra, pero su transversalidad impedía el dominio de una fuerza sobre otra. Por otro lado, solo una fuerza política estaba en condiciones de ser parlamentaria en los sectores a la izquierda del PSOE: IU. Hoy, sin embargo, es evidente que Sumar y Podemos combaten por su supervivencia electoral y eso desanima a cualquier movimiento.

Dos factores se añaden a las cuestiones políticas comentadas. Carezco de sondeos que abarquen al conjunto de la población europea, pero tengo la fundada impresión de que la desconfianza hacia Trump ha resucitado la idea de la autonomía europea de defensa, que fue abandonada cuando los Bush, Obama y resto de los demócratas se encargaron de nuestros asuntos estratégicos. La desconfianza sobre el gasto armamentístico pertenece a la cultura de la izquierda de la  Europa occidental, no a otros sectores del mismo ámbito cultural que, por una u otras razones, han vivido siempre amenazados. Sin embargo, la mayoría de esos sectores no nos vemos en las calles haciéndole el juego a un sátrapa como Putín o a oligarcas fantoches como los norteamericanos.

Si les parece sorprendente que un país, históricamente atlantista y receloso de la Unión Europea (Reino Unido) se haya puesto al frente del asunto, entenderán la reflexión anterior y, muy especialmente, la segunda de las cuestiones: no sabemos dónde puede llevarnos el populismo.

La voladura del multilateralismo que ofrecía previsibilidad y estabilidad ha colocado a la opinión social en un punto de desconfianza sobre el pacifismo radical. Además, las jóvenes generaciones no recelan del servicio armado como las generaciones anteriores: observen como en Francia, mientras Macron rechaza la idea de ejército obligatorio, más del 60% de los franceses aceptan su retorno.

Si esto no ocurre en España, todavía de forma clara, es por dos factores: una presencia no abrumadora, pero si relevante, de extranjeros en nuestras tropas (6%) y un salario tan bajo y condiciones de trato que está produciendo que las bajas y las rupturas de contrato militar sean más altas que las plazas de renovación que se convocan.

Hay un factor, por último, que también debería alertar a la izquierda supuestamente antibelicista, si el populismo lo es: la mayoría social ha observado cómo, un día y otro también, Pedro Sánchez se ha puesto de lado. Hay que reconocer que Felipe nos traicionó, pero Zapatero y Sánchez simplemente se han escaqueado.

 

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